Ciudad de México.— Reina de México y Emperatriz de América. La Santísima Virgen pidió a Juan Diego que subiera al cerro y cortara rosas de Castilla.

La Virgen las cogió con su mano, de nuevo las echó en su regazo, y le pidió que se las llevara al Obispo y le dijera que esa era la señal que estaba pidiendo para creer que le enviaba la Señora del Cielo.

Llegó Juan Diego con el Obispo y “desenvolvió luego su manta, pues tenía en su regazo las flores; y así que se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyacac, que se nombra Guadalupe.

Luego que la vio el señor Obispo, él y todos los que allí estaban, se arrodillaron; mucho la admiraron; se levantaron a verla, se entristecieron y acongojaron, mostrando que la contemplaron con el corazón y el pensamiento. El señor Obispo con lágrimas de tristeza oró y le pidió perdón de no haber puesto en obra su voluntad y su mandato. Cuando se puso de pie desató del cuello de Juan Diego, del que estaba atada, la manta en que se dibujó y apareció la Señora del Cielo”.

Este el hecho más trascendental de la historia de nuestra Nación Mexicana.

“No hizo nada igual con ninguna otra Nación”. Benedicto XIV (1757).

A partir de entonces los habitantes de estas tierras aceptamos con sencillez la fe cristiana; Ella nos dio identidad y es símbolo de encuentro entre los mexicanos; de Ella hemos recibido innumerables favores espirituales y materiales.

¡Santa María de Guadalupe, salva a nuestra Patria y conserva nuestra fe!.

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