28 Pedro se puso a decirle: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»

29 Jesús dijo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio,

30 quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna.

31 Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros.» (Mc. 10, 28-31)

No sabemos si coincide el “dejarlo todo” que propone Jesús y el que percibe Pedro. Éste, creía haberlo “dejado todo”, pero en su vida concreta sabemos que no fue así: se reservó su fama e integridad personal y hasta la vida cuando éstos fueron puestos a prueba y no resistieron el examen. Pedro, negó conocer y seguir a Jesús y esto por tres veces. ¿Cómo se explica entonces esa seguridad que le reclama a Jesús una recompensa, por su generosidad? ¡Gracias que Jesús siempre rectifica lo que los hombres dicen y hacen algo torcidamente! “El que deja, realmente, por Jesús casa, hermanos, padre e hijos y tierras, recibirá ya aquí en el presente todo esto centuplicado, pero todo ha de ir envuelto “con persecuciones”.

El hombre trata de dones y Jesús habla de amor entregado al servicio de los hermanos.! ¡Qué diferentes son los pensamientos de Dios de los de los hombres! Para pensar como Jesús, como Dios, siempre necesitaremos una gracia especial, porque naturalmente somos de la tierra y no del cielo. Lo contrario a Jesús: “Vosotros sois de aquí abajo, Yo no soy de aquí abajo». Pero Jesús no ha venido a salvar a semidioses,sino a hombres caídos en desgracia por el pecado. Por ello, siempre media entre nosotros y Él, una gran misericordia y mirada piadosa hacia lo que, un día, con su gracia, daremos el ciento por uno de amor y negación de nosotros mismos, por la donación y la entrega.

Y nos asegura Jesús que, en el Reino de Dios, los que creíamos que eran los primeros, serán los últimos y viceversa. ¿Qué es lo que hará esta transmutación que desconcierta nuestra razón? No olvidemos que muchas veces en el Evangelio aparece Jesús leyendo en el corazón del hombre: “pues sabía lo que había en cada hombre, pues los conocía a todos”. Ante Jesús somos transparentes. Las “arrugas”, “las sombras” y “los escondrijos” los ponemos los hombres, porque Dios lo ve todo y nosotros muchas veces sólo percibimos las apariencias. Recordemos el episodio de “la viuda pobre” que echó en el cepillo del Templo todo lo que tenía para vivir y esto lo hizo así, porque vivía de cara a Dios y no a sí misma.

¡Qué importante y urgente es vivir en verdad, vivir en la presencia de Dios! Y, si nos vemos pobres pecadores, seamos humildes abajándonos y esperemos confiados la benevolencia de Dios que nunca nos faltará si confiamos en Él y perseveramos en la oración. El verdadero amor, la humildad y la obediencia a Dios, sin interponerme yo, será la garantía de la verdad de nuestra vida. Entonces, aunque nos parezca a nosotros que somos los últimos en todo, hasta en el Reino de los Cielos no nos demos crédito porque Jesús ha impreso en nuestro corazón sus Llagas y Ellas nos acreditarán ante el Padre.

¡Señor, que no nos asusten esas “persecuciones” que Tú nos has preanunciado, porque también nos has asegurado que estarás con nosotros hasta el fin del mundo y cómo no, ¡en nuestro tiempo tan frágil y caduco! ¡No desistamos de seguir a Jesús, aunque nos veamos indignos y como “un trapo”! Dios tiene poder para convertir nuestros harapos en una sábana blanca y limpia, así como la que usaron para envolver el Cuerpo muerto del Señor. Sabemos que el Lienzo, lo que guardaba, era nada más y nada menos que el Cuerpo de Dios hecho Hombre verdadero y que, de aquí, con su poder, resucitó para ya no morir más. En este Misterio acogemos la llamada que un día Jesús nos hizo, con el mismo amor con el que se entregó todo entero a cada uno de nosotros.

¡Haz de nuestra donación un puro don de tu Espíritu Santo! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!

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