Se ha publicado el mensaje del Santo Padre para la IV Jornada Mundial de los Abuelos y Ancianos, que se celebrará el 28 de julio de 2024. El Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida prepara orientaciones pastorales llamando a redescubrir la fraternidad y construir vínculos.
Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del Vaticano
El Santo Padre invita a visitar a los abuelos y a los mayores de nuestras familias que están desanimados o que ya no esperan que un futuro distinto sea posible. En su mensaje para la IV Jornada Mundial de los Abuelos y Ancianos 2024, que tendrá lugar en todas las diócesis del mundo el próximo 28 de julio, el Papa Francisco pide, a la actitud egoísta que lleva al descarte y a la soledad, “contraponer el corazón abierto y el rostro alegre de quien tiene la valentía de decir ‘¡No te abandonaré!’ y de emprender un camino diferente”.
La recomendación del Pontífice está en consonancia con el lema de la Jornada (“En la vejez no me abandones”), inspirado en el salmo 71. En efecto, el Obispo de Roma explica que “Dios nunca abandona a sus hijos”, «ni siquiera cuando la edad avanza y las fuerzas flaquean, cuando aparecen las canas y el estatus social decae, cuando la vida se vuelve menos productiva y corre el peligro de parecernos inútil».
La soledad, amarga compañera de la vida
Francisco plantea que «la Sagrada Escritura, en su conjunto, es una narración del amor fiel del Señor, del que emerge una certeza consoladora». «Dios sigue mostrándonos su misericordia, siempre, en cada etapa de la vida, y en cualquier condición en la que nos encontremos, incluso en nuestras traiciones», añade.
Francisco subraya que en la Biblia «hallamos la certeza de la cercanía de Dios en cada etapa de la vida y, al mismo tiempo, encontramos el miedo al abandono, particularmente en la vejez y en el momento del dolor. No se trata de una contradicción. Mirando a nuestro alrededor no nos resulta difícil comprobar cómo esas expresiones reflejan una realidad más que evidente». Con mucha frecuencia, lamenta el Santo Padre, «la soledad es la amarga compañera de la vida de los que como nosotros son mayores y abuelos». En esa línea, comentó, como ya lo había hecho en otras oportunidades en su Pontificado, que siendo arzobispo de Buenos Aires, muchas veces visitó residencias de ancianos. «Me di cuenta de las pocas visitas que recibían esas personas; algunos no veían a sus seres queridos desde hacía muchos meses», escribe.
El Papa se refiere a las múltiples causas de la soledad que viven muchas personas mayores: por ejemplo, en diversos países, «sobre todo en los más pobres, los ancianos están solos porque sus hijos se han visto obligados a emigrar». Francisco también amplía su mirada a las numerosas situaciones de conflicto: «Cuántos ancianos se quedan solos porque los hombres —jóvenes y adultos— han sido llamados a combatir y las mujeres, sobre todo las madres con niños pequeños, dejan el país para dar seguridad a los hijos».
La contraposición entre las generaciones es un engaño
«En las ciudades y en los pueblos devastados por la guerra, prosigue Bergoglio, muchas personas mayores se quedan solas, como únicos signos de vida en zonas donde parece reinar el abandono y la muerte». Asimismo, Francisco alude a la «falsa creencia, muy enraizada en algunas culturas locales, que genera hostilidad respecto a los ancianos, acusados de recurrir a la brujería para quitar energías vitales a los jóvenes; de modo que, en caso de que una muerte prematura, una enfermedad o una suerte adversa afecte a un joven, la culpa recae sobre algún anciano». «Esta mentalidad se debe combatir y erradicar», sentencia el Pontífice, aduciendo que «es uno de esos prejuicios infundados, de los que la fe cristiana nos ha liberado, que alimenta persistentes conflictos generacionales entre jóvenes y ancianos».
La acusación dirigida a los mayores de «robar el futuro a los jóvenes» está muy presente hoy en todas partes, observa el Santo Padre, y ejemplifica con la creencia de que «los ancianos hacen pesar sobre los jóvenes el costo de la asistencia que ellos requieren, y de esta manera quitan recursos al desarrollo del país y, por ende, a los jóvenes». «Se trata, resalta el Papa, de una percepción distorsionada de la realidad. Es como si la supervivencia de los ancianos pusiera en peligro la de los jóvenes. Como si para favorecer a los jóvenes fuera necesario descuidar a los ancianos o, incluso, eliminarlos».
“La contraposición entre las generaciones es un engaño y un fruto envenenado de la cultura de la confrontación. Poner a los jóvenes en contra de los ancianos es una manipulación inaceptable; «está en juego la unidad de las edades de la vida, es decir, el real punto de referencia para la comprensión y el aprecio de la vida humana en su totalidad».”
Explayándose sobre el salmo en el que se suplica no ser abandonados en la vejez, el Papa asevera que «parecen palabras excesivas, pero comprensibles si se considera que la soledad y el descarte de los mayores no son casuales ni inevitables, son más bien fruto de decisiones —políticas, económicas, sociales y personales— que no reconocen la dignidad infinita de toda persona «más allá de toda circunstancia y en cualquier estado o situación en que se encuentre» (Decl. Dignitas infinita, 1).
“Esto sucede cuando se pierde el valor de cada uno y las personas se convierten en una mera carga onerosa, en algunos casos demasiado elevada. Lo peor es que, a menudo, los mismos ancianos terminan por someterse a esta mentalidad y llegan a considerarse como un peso, deseando ser los primeros en hacerse a un lado.”
Las pertenencias comunes están en crisis
«Por otra parte, hoy son muchas las mujeres y los hombres que buscan la propia realización personal llevando una existencia lo más autónoma y desligada de los demás que sea posible», escribe el Papa.
“Las pertenencias comunes están en crisis y se afirman las individualidades; el pasaje del “nosotros” al “yo” se muestra como uno de los signos más evidentes de nuestro tiempo. La familia, que es la primera y la más radical oposición a la idea de que podemos salvarnos solos, es una de las víctimas de esta cultura individualista. Pero cuando se envejece, a medida que las fuerzas disminuyen, el espejismo del individualismo, la ilusión de no necesitar a nadie y de poder vivir sin vínculos se revela tal cual es: uno se encuentra en cambio teniendo necesidad de todo, pero ya solo, sin ninguna ayuda, sin tener a alguien con quien poder contar. Es un triste descubrimiento que muchos hacen cuando ya es demasiado tarde.”
«La soledad y el descarte -puntualiza el Pontífice- se han vuelto elementos recurrentes en el contexto en el que estamos inmersos». Estos tienen múltiples raíces, según el Santo Padre: «En algunos casos son el fruto de una exclusión programada, una especie de triste “complot social”; en otros casos se trata lamentablemente de una decisión propia. Otras veces también se los sufre fingiendo que se trate de una elección autónoma. Estamos perdiendo cada vez más «el sabor de la fraternidad» (Carta enc. Fratelli tutti, 33) e incluso nos cuesta imaginar algo diferente».
¡Vivir solos no puede ser la única alternativa!
En otro pasaje, a partir de un extracto del libro de Rut, cuando ella no se separa de Noemí y le dirige palabras que el Pontífice considera «sorprendentes» («No insistas en que te abandone»), Francisco asegura que «a todos nosotros —acostumbrados a la idea de que la soledad es un destino inevitable— Rut nos enseña que a la súplica “¡no me abandones!” es posible responder “¡no te abandonaré!”.
“No duda en trastocar lo que parece una realidad inmutable, ¡vivir solos no puede ser la única alternativa! No es casualidad que Rut —la que se quedó acompañando a la anciana Noemí— sea un antepasado del Mesías (cf. Mt 1,5), de Jesús, el Emanuel, Aquel que es “Dios con nosotros”, Aquel que lleva la cercanía y la proximidad de Dios a todos los hombres, de todas las condiciones y de todas las edades.”
Para el Papa, «la libertad y la valentía de Rut nos invitan a recorrer un camino nuevo». Por tal motivo, el Santo Padre nos incentiva a seguir sus pasos, hacer el viaje «junto a esta joven mujer extranjera y a la anciana Noemí, no tengamos miedo de cambiar nuestras costumbres y de imaginar un futuro distinto para nuestros ancianos».
Francisco asevera que «nuestro agradecimiento se dirige a todas esas personas que, aun con muchos sacrificios, han seguido efectivamente el ejemplo de Rut y se están ocupando de un anciano, o sencillamente muestran cada día su cercanía a parientes o conocidos que no tienen a nadie». «Rut, insiste el Papa, eligió estar cerca de Noemí y fue bendecida con un matrimonio feliz, una descendencia y una tierra». Esto, de acuerdo con el Sucesor de Pedro, «vale siempre y para todos: estando cerca de los ancianos, reconociendo el papel insustituible que estos tienen en la familia, en la sociedad y en la Iglesia, también nosotros recibiremos muchos dones, muchas gracias, muchas bendiciones».