Inicialmente vivió como monje benedictino pero, sensible a las necesidades de su tiempo, aceptó ser ordenado obispo y luego creado cardenal. Pedro Damián (en italiano, Damiani) realizó una importantísima contribución a la renovación eclesial del siglo XI que tuvo en la reforma gregoriana su momento cumbre.

Oración y discernimiento

San Pedro Damián fue un hombre de profunda oración y recogimiento. Precisamente por ello, supo distinguir muy bien aquellas cosas que son esenciales para alcanzar la perfección de la caridad de aquellas que no lo son. En otras palabras, el impulso reformista que lo caracterizó a lo largo de su vida brotaba de una vida interior auténtica, del trato asiduo con Dios y con su propio interior.

Este santo era muy consciente de que para seguir a Cristo hay que formar y fortalecer el alma, en particular la mente. Así lo expresa, bellamente, él mismo: “Que la esperanza te levante ese gozo, que la caridad encienda tu fervor. Así tu mente, bien saciada, será capaz de olvidar los sufrimientos exteriores y progresará en la posesión de los bienes que contempla en su interior”.

“Damián”

El santo nació en 1007 en Rávena (Italia). Perdió a sus padres de muy niño y quedó al cuidado de uno de sus hermanos quien no lo trató debidamente. No obstante, para su fortuna, otro de sus hermanos, arcipreste de Rávena, se compadeció de él y se encargó de su educación. A su lado, Pedro, se sentía como un hijo, por eso decidió tomar su nombre: “Damián” (Damiani).

Conforme Pedro iba creciendo, iría mostrando una inclinación cada vez mayor a la oración, a las vigilias de meditación y al ayuno; y, al mismo tiempo, a ser generoso con quienes Dios más ama. El santo compartía sus alimentos con quienes padecían hambre, a quienes solía acoger en su casa y servirles.

Cristo, alimento del alma, fortaleza de la mente

El itinerario espiritual de San Pedro Damián comenzó con los benedictinos. Entusiasmado con la reforma de San Romualdo (Rávena, 951 – Fabriano, 1027), se hizo monje en el monasterio de Fonte Avellana. Movido por un fervor muy grande, Pedro se entregó a la práctica de las disciplinas y rigores más duros. Usó cilicios, se alimentó con solo pan y agua, se flageló; sin embargo, su cuerpo no aguantó por mucho tiempo y se debilitó notoriamente. Eso lo obligó a moderarse.

El monje comprendió así que por sí mismas estas prácticas no garantizan la virtud, y que en la mayoría de los casos ser paciente puede ser la mejor penitencia; con más razón en medio de las penas de esta vida, que Dios permite para aleccionarnos.

Reformador de la vida monástica

A la muerte del abad del monasterio de Fonte Avellana, Pedro asumió la dirección como prior. Su deseo de fortalecer y mejorar la vida de los monjes se concretó en reformas que dieron buenos resultados.

Fundó otras cinco comunidades más de ermitaños benedictinos mientras animaba a los monjes a buscar siempre el espíritu de silencio, la caridad y humildad. De aquellas reformas son hijos Santo Domingo Loricato y San Juan de Lodi, discípulos suyos.

Contra una Iglesia que se acomoda al mundo

En 1057 Pedro Damián fue creado cardenal y obispo de Ostia, renunciando a lo que más le agradaba: su vida en silencio y soledad.

Su buen nombre se hizo conocido por todos, y aumentó considerablemente el contacto que ya tenía con la curia romana, e incluso con el Papa. Escribió numerosas cartas criticando la ‘simonía’ -la compra de bienes espirituales como si fuesen bienes materiales, lo que incluía cargos eclesiásticos, realización de sacramentos, sacramentales, el comercio de reliquias y promesas de oración-.

Escribió el llamado Libro gomorriano (título alusivo a la ciudad veterotestamentaria de Gomorra) y habló fuerte contra de las costumbres impuras de su tiempo. De igual manera escribió en torno a los deberes de los clérigos y los monjes, a quienes recomendaba la disciplina espiritual más que los ayunos prolongados.

Responsables del futuro de la Iglesia

“Es imposible restaurar la disciplina una vez que ésta decae; si nosotros, por negligencia, dejamos caer en desuso las reglas, las generaciones futuras no podrán volver a la primitiva observancia. Guardémonos de incurrir en semejante culpa y transmitamos fielmente a nuestros sucesores el legado de nuestros predecesores”, escribió con agudeza el santo, preocupado por esa responsabilidad que tenemos con las generaciones futuras de cristianos.

Se suele hacer énfasis en la conciencia rigurosa de San Pedro Damián y, como se ve, no sin razón. Sin embargo, tal rigurosidad no es un facilismo exagerado o un recurso dramático. En tiempos de crisis -como los suyos o como los nuestros- es cuando mejor se percibe el mal, y cuando quizás se entiende mejor cuán necesario es tratar al pecador con indulgencia y bondad, pero siempre con la verdad. San Pedro Damián tuvo, en ese sentido, un poco de todas esas cosas cuando la prudencia y caridad lo requerían.

Por eso, a quienes lo juzgan para condenarlo, hay que recordarles que la personalidad del santo era esencialmente sencilla, muy propia del hombre común, del cristiano de a pie que ama al Señor y procura seguir sus pasos. Un dato curioso: en sus ratos libres, Pedro acostumbraba hacer cucharas de madera y otros utensilios para sus hermanos en la fe.

El episodio final

El Papa Alejandro II envió a San Pedro Damián a resolver un problema a Rávena, donde el arzobispo se había declarado en franca rebeldía y había incurrido en excomunión. Lamentablemente el santo llegó cuando el prelado había muerto, pero fue tal su ejemplo de justicia y caridad en la corrección fraterna que los cómplices del rebelde reconocieron su error, asumieron su penitencia y reformaron sus conductas.

De camino de regreso a Roma, Pedro Damián cayó enfermo durante su estancia en un monasterio en las afueras de Faenza. Allí murió el 22 de febrero de 1072.

Dante Alighieri, autor de La Divina Comedia, en el canto XXI del Paraíso, coloca a San Pedro Damián en el cielo de Saturno, destinado a los elevados espíritus contemplativos. Fue declarado Doctor de la Iglesia en 1828 por el Papa León XII.

https://www.aciprensa.com/noticias/54446/21-de-febrero-san-pedro-damian-impulsor-de-la-reforma-de-la-iglesia-hace-mil-anos

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