Este domingo 11 de febrero, el Santo Padre presidió en la Basílica de San Pedro la celebración Eucarística con el rito de canonización de la beata María Antonia de San José de Paz y Figueroa, más conocida como Mama Antula, la primera santa argentina. En su homilía, el Pontífice dijo que, “si nos dejamos tocar por Dios, también nosotros, con la fuerza de su Espíritu, podremos convertirnos en testigos del amor que salva”.
Renato Martinez – Ciudad del Vaticano
“Mama Antula ‘tocada’ y ‘sanada’ por el ‘pequeño Dios de los pequeños’, al que anunció durante toda su vida, sin cansarse, porque estaba convencida —como le gustaba repetir— de que «la paciencia es buena, pero mejor es la perseverancia». Que su ejemplo y su intercesión nos ayuden a crecer en la caridad según el corazón de Dios”. Esta fue la invitación del Papa Francisco al final de su homilía en la Santa Misa que presidió este domingo 11 de febrero, en la Basílica de San Pedro, con ocasión de la canonización de la beata María Antonia de San José de Paz y Figueroa, más conocida como Mama Antula, la primera santa argentina, fundadora de la casa de los ejercicios espirituales de Buesnoas Aires.
En la Santa Misa – informó la Oficina de Prensa de la Santa Sede – estuvo presente el Presidente de la República Argentina, a quien el Santo Padre saludó antes y al concluir el rito de canonización, quien posteriormente al final de la Santa Misa abandonó la Basílica vaticana.
Jesús libera al hombre de la lepra y marginación
Al comentar las lecturas de este VI Domingo del Tiempo Ordinario, el Santo Padre dijo que, la primera lectura y el Evangelio hablan de la lepra: una enfermedad que conlleva la progresiva destrucción física de la persona y a la que, en algunos lugares, lamentablemente, con frecuencia se asocian todavía actitudes de marginación. Lepra y marginación – afirmó el Pontífice – son dos males de los que Jesús quiere liberar al hombre que encuentra en el Evangelio.
“Aquel leproso se ve obligado a vivir fuera de la ciudad. Frágil a causa de su enfermedad, en vez de ser ayudado por sus compatriotas es abandonado a su suerte, y se le hiere aún más con el alejamiento y el rechazo. ¿Por qué? Ante todo, por miedo, por el miedo a ser contagiados y terminar como él… Después, por prejuicio: ‘Si tiene una enfermedad tan horrible seguramente es porque Dios lo está castigando por alguna culpa que haya cometido; y entonces, claramente, se lo merece’… Y, finalmente, la falsa religiosidad. En aquel tiempo, se consideraba que quien tocaba a un muerto se volvía impuro, y los leprosos eran gente a quienes la carne ‘se les moría encima’. Por tanto, se pensaba que rozarlos significaba volverse impuros como ellos. Esta es una religiosidad distorsionada, que crea barreras y sepulta la piedad”.
Tres “lepras del alma”
De esta situación el Papa Francisco identifica tres “lepras del alma” que hacen sufrir a una persona débil descartándola como un desecho, porque causan una gran injusticia y son: miedo, prejuicio y falsa religiosidad.
“Hermanos, hermanas, no pensemos que son sólo cosas del pasado. ¡Cuántas personas que sufren encontramos en las aceras de nuestras ciudades! ¡Y cuántos miedos, prejuicios e incoherencias, aun entre los que creen y se profesan cristianos, contribuyen a herirlas aún más! También en nuestro tiempo hay tanta marginación, hay barreras que derribar, ‘lepras’ que sanar”.
Dos gestos de Jesús para salvar al hombre
Ante estas enfermedades que corroen el alma, el Santo Padre presenta dos gestos que Jesús realiza para salvar al hombre: toca y sana. El primer gesto que Jesús realiza es tocar. Ante el grito de ayuda de aquel hombre, siente compasión, extiende la mano y lo toca, aun sabiendo que, haciéndolo, se convertirá a su vez en un “rechazado”. El Señor habría podido entonces evitar tocar a aquella persona, habría sido suficiente con “curarla a distancia”. Pero Cristo no es así, su camino es el del amor que se acerca al que sufre, que entra en contacto, que toca sus heridas.
“Nuestro Dios, queridos hermanos y hermanas, no permaneció distante en el cielo, sino que en Jesús se hizo hombre para tocar nuestra pobreza. Y frente a la ‘lepra’ más grave, la del pecado, no dudó en morir en la cruz, fuera de los muros de la ciudad, repudiado como un pecador, para tocar nuestra realidad humana hasta lo más hondo”.
Atentos a los instintos contrarios a la cercanía y el don
A los fieles y peregrinos argentinos y de otras partes del mundo que llegaron para la canonización de Mama Antula, el Obispo de Roma les preguntó si sabemos hacer nuestro el “toque” de Jesús. Dijo que no es fácil y por eso debemos vigilar cuando en el corazón se asoman los instintos contrarios a su “hacerse cercano” y a su “hacerse don”, sobre todo, cuando tomamos distancia de los demás para centrarnos en nosotros mismos, cuando reducimos el mundo a los recintos de nuestro “estar bien”, cuando creemos que el problema son siempre y solamente los demás.
“En estos casos tengamos cuidado, porque el diagnóstico es claro: se trata de ‘lepra del alma’; una enfermedad que nos hace insensibles al amor, a la compasión, que nos destruye por medio de las ‘gangrenas’ del egoísmo, del prejuicio, de la indiferencia y de la intolerancia. Estemos atentos también porque sucede como en el caso de las primeras manchitas de lepra, las que aparecen en la piel en la fase inicial del mal: si no se actúa de inmediato, la infección crece y se vuelve devastadora”.
El contacto con Jesús sana al hombre
Ante esta enfermedad el Santo Padre señaló que el tratamiento es el segundo gesto que Jesús realiza en el Evangelio, es decir, sanar. Su “tocar”, en efecto, no sólo indica cercanía, sino que es el inicio de la sanación. Porque es dejándonos tocar por Jesús que sanamos por dentro, en el corazón.
“Si nos dejamos tocar por Él en la oración, en la adoración, si le permitimos actuar en nosotros a través de su Palabra y de los sacramentos, el contacto con Él nos cambia realmente, nos sana del pecado, nos libera de las cerrazones, nos transforma más allá de cuanto podamos hacer por nosotros mismos, con nuestros propios esfuerzos. Nuestros miembros heridos y las enfermedades del alma debemos presentárselos a Jesús; esto se hace en la oración. Pero no una oración abstracta, hecha sólo de fórmulas repetitivas, sino una oración sincera y viva, que deposita a los pies de Cristo las miserias, las fragilidades, las falsedades, los miedos”.
Cuando Jesús nos toca renace lo mejor de nosotros mismos
El Papa Francisco también invitó a preguntarnos, ¿hago que Jesús toque mis “lepras” para que me sane? Al “toque” de Jesús, en efecto, renace lo mejor de nosotros mismos. Los tejidos del corazón se regeneran; la sangre de nuestros impulsos creativos vuelve a fluir cargada de amor; las heridas de los errores del pasado se curan y la piel de las relaciones recupera su consistencia sana y natural.
“Retorna así la belleza que tenemos, la belleza que somos. Sintiéndonos amados por Cristo redescubrimos la alegría de entregarnos a los demás, sin miedos ni prejuicios, libres de formas de religiosidad anestesiantes y despojadas de la carne del hermano. Así se fortalece en nosotros la capacidad de amar, más allá de cualquier cálculo y conveniencia”.
Convertirnos en testigos del amor que salva
El Santo Padre también destacó que hoy Jesús nos invita a promover la cercanía y discreción, sobre todo, cuando ordena al hombre sanado: «No le digas nada a nadie». Hermanos y hermanas, Dios nos ama así, y si nos dejamos tocar por Él, también nosotros, con la fuerza de su Espíritu, podremos convertirnos en testigos del amor que salva.
“Entonces, como dice una bellísima página de la Escritura (cf. Ez 37,1-14), de aquello que parecía un valle de huesos resecos, resurgen cuerpos vivientes y renace un pueblo de salvados, una comunidad de hermanos. Pero sería engañoso pensar que este milagro requiera formas grandiosas y espectaculares para realizarse, porque sucede principalmente en la caridad escondida de cada día; esa caridad que se vive en la familia, en el trabajo, en la parroquia y en la escuela; en la calle, en las oficinas y en los negocios; esa caridad que no busca publicidad y no tiene necesidad de aplausos, porque al amor le basta el amor”.
El testimonio de la primera santa argentina
Finalmente, el Papa Francisco señaló que la primera santa argentina, María Antonia de Paz y Figueroa, conocida como “Mama Antula”, impulsada por su celo apostólico enseñó con su vida la cercanía y la salvación de Dios. “Tocada” por Jesús gracias a los Ejercicios espirituales, en un contexto marcado por la miseria material y moral, se desgastó en primera persona, en medio de mil dificultades, para que muchos otros pudieran vivir su misma experiencia.
“De esta manera involucró a un sinfín de personas y fundó obras que perduran hasta nuestros días. Pacífica de corazón, iba “armada” con una gran cruz de madera, una imagen de la Dolorosa y un pequeño crucifijo al cuello que llevaba prendida una imagen del Niño Jesús. Lo llamaba “Manuelito”, el “pequeño Dios con nosotros”. “Tocada” y “sanada” por el “pequeño Dios de los pequeños”, al que anunció durante toda su vida, sin cansarse, porque estaba convencida —como le gustaba repetir— de que «la paciencia es buena, pero mejor es la perseverancia». Que su ejemplo y su intercesión nos ayuden a crecer en la caridad según el corazón de Dios”.