HISTORIA DE LA NAVIDAD
LC. 2, 1-5
Felices y vigilantes vivían los dos virginales esposos de su casita de Nazaret, trabajando José en su carpintería y preparando María para el Mesías que iba a nacer, los vestidos y pañales. La hora gratísima para el mundo se iba acercando. La estrella matutina brillaba ya con esplendores de sol. Venía el Sol de Justicia; más no era Nazaret donde debía aparecer este Sol. Setecientos años antes lo había profetizado Miqueas, cuando vaticinando el reinado del futuro Mesías, de repente, fijando sus ojos en la aldea pequeñita de Judá, exclamó complacido: “Tú Belem Efrata, pequeña eres para figurar entre las ciudades de Judá, pero de ti saldrá el que ha de ser Dominador de Israel, cuyos orígenes son antiguos desde los días de la eternidad. (Mich: 5, 2)
Por aquellos días dice el Evangelio, salió un Edicto de César Augusto mandatando formar el censo de todo el orbe. Ya hacía tiempo que estaba formando toda la estadística del mundo, o lo que entonces le llamaban la habitada, de toda la tierra dominada por los romanos. Como José era de la tribu de David, debía de ir a empadronarse a Belén, así que debía ir desde Galilea a Judea a la Ciudad de David para empadronar también a su esposa que estaba en cinta. No se sabe exactamente si María debía también empadronarse por obligación o porque José no quiso dejarla sola esperando un al bebé o por un impulso del Espíritu Santo, lo cierto es que se pusieron en camino para recorrer los 120 kilómetros que separan ambos pueblos. Tardarían seguramente como todas las caravanas, tres días y después de visitar el Templo de Jerusalén, en pocas horas llegarían a su destino.
Si como parece seguro María y José tenían en Belén parientes, iban confiados en que alguno de ellos les prestaría alojamiento en su casa para esperar en ella la hora de dar a Luz al Salvador del Mundo. No fue así, y habiendo ido a los suyos, los suyos no lo recibieron. (Jo. 1,-11) Tal vez la afluencia enorme en un pueblo tan pequeño, sirvió como obstáculo o al menos de pretexto para no recibir huéspedes de quien en esa ocasión podían esperar poco provecho. Por eso José y María tuvieron que dirigirse a la posada; pero con sumo dolor suyo, fueron también despedidos por falta de sitio. Siendo muchos los que, desatendiendo otras genealogías menos importantes, se jactaban y con razón, de pertenecer a la casa de David, de cuyas ramas tenía que nacer la Flor del Mesías. Algunos de los peregrinos sin duda eran varones importantes de quienes los hospederos podrían esperar fuertes recompensas; en cambio, José y María eran pobres y no había nadie que se prestara a ofrecer su casa por un ínfimo precio y perder pingües ganancias. Desechados pues, de todas partes, se recogieron en una gruta cerca de la posada, dispuesta para recibir a transeúntes, pastores y gente que no tenía mucho dinero.
Una tradición de las más auténticas de los Santos Lugares, que de ningún modo puede negarse a los peregrinos, muestra esta cueva o gruta, único sitio en toda la tierra que pudieron encontrar para que naciera el Rey del Universo.
Según parece era el año 748 o 747 de Roma, cuatro o cinco años antes del año 1 en que comienza a contarse la era cristiana. Porque un monje llamado Dionicio el Pequeño, introdujo en el siglo VI la costumbre de contar las fechas a partir del Nacimiento de Cristo, pero Jesucristo nació al parecer cuatro años más tarde de lo que según parece pudo nacer. La creencia general es que nació a la media noche y así lo confirma el Evangelio, pues el ángel que anunció a los pastores el Nacimiento, lo hizo de noche y cuando acababa de nacer el Mesías.
Pasaron los Santos esposos algunos días en aquella gruta preparándose para el Nacimiento con altísimo recogimiento y humildad, al momento más dichoso de toda la historia del mundo. Tal vez por aquellos recintos habitaban con ellos otros sin un noble linaje ni fortuna, otros que tampoco habrían encontrado hospedaje.
Y el 25 de Diciembre cual el sol vuelve a levantarse del solsticio y hace los días más grandes, a media noche cuando las sombras comienzan a decrecer, porque se acerca el día, la Virgen Purísima y su Castísimo Esposo, conociendo que se acercaba la hora de la gran venida del Mesías, se recogieron en oración profunda.
Nació Jesús, según toda la tradición Cristiana, sin dolor alguno de María Santísima; nació como dice nuestro Catecismo, sin detrimento de la virginidad de su Madre, a la manera que un rayo de sol sale por el cristal sin romperlo ni mancharlo. (VIDA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.- REMIGIO VILLARIÑO UGARTE, S.J.)