Por Silvia Del Valle.

Existen diferentes conceptos para la palabra orgullo. Si consultamos el diccionario
nos dice lo siguiente:
Sentimiento de satisfacción por los logros, capacidades o méritos propios o por
algo en lo que una persona se siente convertida. 
Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que suele conllevar sentimiento
de superioridad.

Amor propio, autoestima.
Si bien tiene un aspecto positivo, también está el aspecto negativo que se llega a
hacer un vicio, es decir, un hábito negativo, que nos hace ser arrogantes,
vanidosos, tener sentimientos de superioridad y un amor propio enfermizo. 
Este tipo de orgullo viene de la soberbia y busca incitarnos a hacer lo que nosotros
creemos que está bien y si en el camino atropellamos u ofendemos, evita a toda
costa que reconozcamos nuestros errores y ofrezcamos disculpas. 

La virtud que le hace contrapeso es la humildad y ésta se alcanza con el trabajo
diario, el vencimiento propio y, principalmente, con la gracia de Dios.
En las familias, el orgullo es muy dañino ya que provoca pleitos interminables pues
en muchas ocasiones nadie puede reconocer que está equivocado, provocando
división y que los bandos se mantengan así por mucho tiempo. 
Además, una persona orgullosa no puede recibir ayuda porque su soberbia y amor
propio no se lo permiten. 

Nosotros como papás debemos tratar de evitar que nuestros hijos caigan en este
vicio educándolos en las virtudes necesarias para hacerle contrapeso, por eso
aquí te dejo mis 5Tips para lograrlo. 

PRIMERO. Que se den cuenta de que todos nos equivocamos.
Es importante que desde pequeños, nuestros hijos vean los errores como
oportunidades de mejora y que se den cuenta que no pasa nada si nos
equivocamos, que lo hacemos cotidianamente pero que nos damos el tiempo para
analizar las cosas y corregir si es necesario. 
Aquellas personas que les cuesta mucho trabajo reconocer sus errores denotan
que cuando eran pequeños sus papás eran muy estrictos y no les permitían
equivocarse. Ojalá que nosotros no caigamos en este error ya que les estaremos
dejando una marca muy fuerte a nuestros hijos que da pie a la arrogancia, vanidad
y soberbia. 

Si ellos ven que a nosotros no nos cuesta trabajo reconocer cuando nos
equivocamos y que, además, buscamos reparar el daño o la falta cometida en el
error, verán que es un estilo de vida y crecerán cultivando esa virtud. 

SEGUNDO. Que sean empáticos. 
La mayoría de las veces es más fácil ver los errores ajenos que los propios, por
esto debemos educar a nuestros hijos para que sean empáticos y analíticos. 
Empáticos con los que se han equivocado para evitar burlas y sarcasmos, ya que
esto solo destruye y carga el ambiente de un repudio por los que se equivocan;
pero también analíticos de sus propios actos para que tengan la capacidad de
darse cuenta cuando se han equivocado y que no les cueste trabajo reconocerlo y
corregirlo. 
Otra forma en que el orgullo hace daño es que, por el amor propio y autoestima
excesivas no puedan darse cuenta de que con sus actitudes o palabras están
incomodando o lastimando a los que están a su alrededor. 
Si los educamos en la inteligencia emocional tendrán la capacidad de salir de sí
mismos para sentir con el otro y tratar de justificar, para así perdonar en lugar de
buscar hacer justicia y provocar pleitos irracionales.  

TERCERO. Que estén siempre dispuestos a ayudar.
Y es que cuando están dispuestos a salir de su comodidad para buscar el bien
común, o el bien particular del prójimo, se están venciendo y así logran poner el
amor propio y la autoestima en su justo lugar. 
No podemos buscar nuestro bien antes que el bien común, porque entonces
estaremos siendo egoístas y le damos paso al orgullo y la soberbia, es así que, si
lo que nosotros necesitamos afecta a los que están a nuestro alrededor, los
agrede o va en contra de la naturaleza, debemos pensar si verdaderamente es un
bien o solo un capricho propiciado por nuestra amor propio y vanidad. 
Ayudar no siempre es fácil, pero si logramos buscar ayudar sin esperar nada a
cambio estaremos fortaleciendo la voluntad y la humildad, que son necesarias
para hacer contrapeso al orgullo mal entendido.

CUARTO. Que aprendan a dejarse ayudar. 
Otro aspecto importante es que nuestros hijos aprendan a dejarse ayudar ya que
en muchos casos evitan que se les pueda brindar ayuda pues tienen un amor
propio fuera de proporciones y les incomoda reconocer que se han equivocado o
que no tienen la capacidad de hacer las cosas. 
Es necesario, entonces, que tengan la humildad de pedir ayuda cuando no puedan
hacer lo que se les pide y también que tengan la capacidad de dejarse ayudar
cuando alguien se dé cuenta de que algo no anda bien. 

La actitud debe ser de agradecimiento para con quien le ofrece la mano y de
cooperación para que, juntos, se logre realizar la tarea con eficacia. 
Yo creo que se requiere más humildad para dejarse ayudar que para ofrecer
ayuda, porque hay que reconocer que nos somos perfectos y que no nos
bastamos solos. Por eso debemos educar en esto a nuestros hijos con el ejemplo,
es decir, debemos ser nosotros los que les pidamos ayuda a ellos, con amor y de
la mejor manera para que aprendan que eso no nos quita autoridad ni dignidad, y
sí nos hace crecer en humildad, autocontrol, vencimiento propio y todas las
virtudes que vienen con esto. 

QUINTO. Que sepan sus capacidades pero que también ubiquen sus defectos. 
Una forma de mantener a raya la autoestima y el amor propio es ubicar con
claridad las virtudes y los defectos, las capacidades y las limitaciones y buscar un
sano equilibrio entre ellos, así tendrán los pies en el piso.
La vanagloria que producen en nuestros hijos las victorias en la vida, si no están
ancladas por la humildad, es muy fuerte y puede llevar a un orgullo mal entendido
y exagerado que les haga perder el piso y volverse soberbios y arrogantes, pero si
estamos los papás para ayudarles a poner las cosas en su debida proporción y en
su justo lugar, entonces todo será un aprendizaje que nos ayude a mantenernos
humildes y ubicados.

Ojalá que nuestra familia tenga la capacidad de actuar guiados por el bien común,
siempre dispuestos a ayudar a los demás, compartir lo que tenemos con los que
más lo necesitan y sobre todo que busquemos con nuestras acciones darle mucha
gloria a Dios, que al final de cuentas, es quien nos da todo lo que tenemos y
nosotros solo somos administradores tanto de los bienes materiales como de los
carismas y capacidades que nos caracterizan y que debemos trabajar para poner
al servicio de la comunidad, buscando siempre el Bien Común.

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