25 de marzo
La fiesta de la Anunciación a María es también, e indisolublemente, la fiesta de la
Encarnación del Verbo de Dios. Es éste el acontecimiento que hace girar los
siglos. El comienzo de nuestra salvación. Dios ha entrado en la historia humana.

«Hombres, no es ya razón tener el corazón de piedra, sino de carne, pues el
Verbo de Dios es hecho carne por nosotros hombres y por nuestra salud. Dios
encarnó y fue hecho hombre. Acullá se queda en la zarza, y no tocan a él; acá
desciende de los cielos y queda hecho hombre.»

«Entonces llamó a un arcángel que San Gabriel se decía y envíelo a una
doncella que se llamaba María, de cuyo consentimiento el misterio se
hacía; en la cual la Trinidad de carne al Verbo vestía;
y aunque tres hacen la obra, en el uno se hacía;
y quedó el Verbo encarnado en el vientre de María. Y el que tenía sólo
Padre, ya también Madre tenía, aunque no corno cualquiera que de
varón concebía, que de las entrañas de ella él su carne recibía;
por lo cual Hijo de Dios y del hombre se decía.»

El Concilio Vaticano II ha dedicado al misterio de la Anunciación de
María unas hermosas y profundas consideraciones que podemos
recordar en la celebración de esta fiesta. En ellas se subraya
especialmente la libre cooperación de María con el designio salvador de
Dios:

«El Padre de las Misericordias quiso que precediera a la Encarnación la
aceptación de parte de la Madre predestinada, para que, así como la
mujer contribuyó a la muerte, así también contribuyese a la vida (…).
La Virgen Nazarena es saludada por el ángel por mandato de Dios como
«llena de gracia» (cf. Le 1, 28), y ella responde al enviado celestial: «He
aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Así
María, hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de
Jesús, y abrazando la voluntad salvífica de Dios con generoso corazón y
sin impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma,
cual esclava del Señor, a la Persona y a la obra de su hijo, sirviendo al
misterio de la Redención con él y bajo él, por la gracia de Dios
omnipotente» (LG 56).

Esta contemplación del misterio de la Encarnación ha alimentado la
espiritualidad cíe los cristianos y ha orientado su presencia activa en el
mundo. La Iglesia, imitando de lejos al Verbo de Dios, trata cíe
encarnarse en las realidades de este mundo con el fin de renovarlo con
la gracia de su Señor.

En un día como éste, el cristiano encuentra especial sentido a la
recitación de una antigua antífona mariana titulada Alma Redemptoris
Mater:
Madre del Redentor, virgen fecunda,
puerta del cielo siempre abierta,
estrella del mar,
ven a librar al pueblo que tropieza y quiere levantarse.
Ante la admiración de cielo y tierra,
engendraste a tu santo Creador,
y permaneces siempre virgen.
Recibe el saludo del ángel Gabriel,
y ten piedad de nosotros, pecadores.»
José Román Flecha Andrés.

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