Cancún, Quintana Roo.– La mujer samaritana no quiere entender o no le interesa la palabra de Cristo, cuando le habla de agua viva y de vida eterna. Ella solo entiende y busca el agua del pozo y la vida que termina, es el mensaje dominical de Monseñor Pedro Pablo Elizondo Cárdenas, L. C.

No quiere entender o no le interesa entender de otra agua viva, de otra vida eterna más allá de la que conoce y que necesita cada día para satisfacer sus necesidades inmediatas, mencionó.

Sin embargo, cuando Jesús le dice todo lo que había hecho, entonces si descubre la otra agua que solo el Mesías le puede dar. Entendió de pronto que se trataba del agua de la salvación eterna. Se dio cuenta de que Jesús era profeta y confió en él. A nosotros los seres humanos enfrascados en las necesidades inmediatas de comer, beber, vestirnos y divertirnos, no nos interesa, no nos importa otra realidad fuera de lo material que se hace a las necesidades básicas inmediatas. Pero cuando descubrimos la miseria, la pequeñez, la fragilidad, la volatilidad de nuestra condición humana, tal vez nos abrimos a algo más trascendente. En esa sensación de sabernos y de sentirnos frágiles, vulnerables, pecadores, chiquitos, perdidos en la infinidad del universo, nos podemos encontrar con la fe en Dios. Y esa fe nos hace sentirnos fuertes, absolutos sin dudas, llenos de paz y seguridad.

En el fondo del corazón humano late muchas veces escondido y soterrado el deseo de eternidad y el deseo de agua viva de salvación, el deseo de una paz interior que no se turba nunca, de una verdad completa que sea absoluta, de un amor grande, maravilloso, eterno, que jamás se apague y se muera. Sólo hace falta un detonante que, en medio de tanto ruido, de tanta fascinación y distracción, detone esa fibra del anhelo de salvación eterna, toque ese fondo del corazón humano. ¿Qué es esto de vivir?, si nos vamos a morir todos, decía una joven. No me gusta nada que se me mueran mis seres más queridos. También decía Steve Jobs, ¿Qué sentido tienen todos los miles de millones de dólares que he logrado acumular?, si ante un cáncer de próstata no me sirven para nada y ya me voy a morir. También frente a la muerte se puede despertar ese anhelo escondido en el fondo del corazón, ese deseo de agua vida y de vida eterna que yace en lo más profundo del corazón, destacó.

El encuentro con Cristo puede despertar en nuestro corazón ese anhelo profundo de algo grande, definitivo, trascendente que se llama salvación eterna. Ese deseo soterrado por la fascinación y el encanto de los bienes materiales o confundidos entre tantos amores, intereses y apegos mundanos. La samaritana había tenido cinco esposos y por fin con ninguno se había quedado. Ninguno había colmado su ser de un amor grande, distinto, maravilloso. Ahí estaba latiendo ese deseo, pero nadie había despertado. Hasta que se encontró con Jesucristo nuestro Señor. Todos padecemos esa sed de verdad, esa sed de justicia, esa sed de paz. Y la más grande y la más importante y la más terrible es hacer del agua del amor verdadero y eterno. Si satisfacemos esta sed encontramos paz, alegría. Sino la satisfacemos nos morimos de sed, como aquellos hebreos en el desierto de la primera lectura de hoy, el pueblo torturado por la sed. No soportamos el peso del día y el calor, sin el agua viva que sólo Jesús nos puede dar. Que el Señor nos conceda la gracia de encontrarlo como mesías, como salvador. Que nos diga todo, que nos conozca profundamente y que nos ofrezca esa agua viva que sólo el nos puede dar. Y que nosotros tengamos la fortuna y la gracia de confiar en él, de creer en él, de seguirlo a él, Así sea. concluyó Monseñor Pedro Pablo Elizondo Cárdenas, L. C.

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