Cancún, Quintana Roo.– La liturgia de este 2º Domingo de Adviento invita a la conversión, es decir al cambio de vida, sin embargo, no todo cambio es conversión, sino sólo cuando el cambio está en perspectiva del Reino de los Cielos, es el mensaje dominical, para de Monseñor Pedro Pablo Elizondo Cárdenas, L. C. 

El proyecto del reino es un reinado de principios, valores específicos, de justicia, de paz y de amor; es un reinado de santidad, de gracia, de vida y verdad, consideró.  

Mencionó que quien se convierte crece en estos valores y virtudes, y reinar significa crecer como el grano de mostaza, que, con ser muy pequeño, crece tanto que llega a ser como un arbusto donde se posan las aves del cielo. El reino de Dios iniciado aquí abajo en la iglesia de Cristo, no es de este mundo cuya figura pasa y consiste en conocer cada vez más profundamente las riquezas insondables de Cristo, en esperar con mayor fuerza los bienes eternos, en corresponder ardientemente a su amor, dispensar en abundante gracia y santidad entre los hombres. Convertirse siempre será cambiar de dirección, dirigirse a la meta y proyecto del reino de los cielos. Convertirse es cambiar de proyecto de vida, frente al proyecto del reino de los cielos.

La conversión comienza preguntándose sobre los propios pecados y desviaciones y extravíos fuera del camino del reino de los cielos. El que camina fuera del camino que lleva a la meta del reino, mientras más camina más se aleja. Después de cuestionar nuestros propios pecados, viene el momento del dolor y del arrepentimiento sincero que nos lleva a aborrecer y rechazar el pecado, a renunciar a las obras y seducciones de Satanás. En este momento estamos en condiciones de ir y confesar nuestros pecados delante de Dios y decirle: “Padre he pecado contra el cielo y contra ti, no soy digno de llamarme hijo tuyo, trátame como al último de tus jornaleros”. La misericordia de Dios está esperando un corazón sincero y arrepentido para abrazarlo y perdonarlo, devolviéndole toda su dignidad de hijo suyo. 

“Raza de víboras, ¿Quién les ha dicho que podrán escapar del castigo que les aguarda?”. Al ver que muchos fariseos y saduceos, iban a que los bautizara, les decía: “Hagan ver con obras su conversión y no se hagan ilusiones, pensando que tienen por padre a Abraham”. Los fariseos y los escribas tenían 613 preceptos, que enseñaban, pero no cumplían, eran maestros pero incoherentes, no predicaban con el ejemplo ni con el testimonio de vida. Por eso les llamaba hipócritas. Su pecado fue la hipocresía, cumplían en las pequeñas cosas, pero no tenían misericordia, Cristo les llamó sepulcros blanqueados y raza de víboras. Porque limpiaban por fuera, pero no por dentro. Porque veían la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

Rezaban mucho para que los viera la gente, su piedad era falsa. La piedad falsa es una enfermedad y no te conecta con Dios, se creían muy santos y justos y se les borró el concepto de pecado. Se fijaban en la letra, no en el espíritu, y en el fondo no tomaban en cuenta a Dios, porque habían perdido la conciencia del pecado. El pecado se había reducido a una transgresión a la ley y no una ofensa a Dios, se creían muy santos y seguros y que ya estaban salvados por sus obras. Hacían rezos limosnas y ayunos para lucirse y despreciaban a los demás.

La conversión es una gracia de Dios, es Dios quien nos toca la puerta y nos hace cambiar de vida. Dios hace los santos de las almas que se dejan. La conversión arranca del corazón de Dios, es una gracia que hay que pedir. Es una gracia que arranca del corazón de Dios y llega hasta el propio corazón. Hay que dejarse amar. Hay que dejarse penetrar por su mirada. Hay que dejarse penetrar por su palabra, que como dardo atraviesa el corazón. “Conviértenos Señor y nos convertiremos”, concluyó Monseñor Pedro Pablo Elizondo Cárdenas. L. C. Obispo de la Diócesis Cancún-Chetumal. 

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