4 De octubre

Francisco de Asís es universalmente conocido por su amor a la naturaleza, a las
flores, a los animales, a las montañas y a las estrellas.
Pero pocos saben que esa ternura se la inspiraba a Francisco su ardiente amor
por Cristo. Toda la «‘vida del «Pobrecillo de Asís», como suele llamársele, estaba
impregnada por un ardiente anhelo de vivir, pensar y actuar como el mismo Cristo.
Pocos han comprendido, como nuestro santo, aquellas palabras del salvador: Yo
soy el camino, la verdad y la vida (Juan 14, 6). Francisco comprendió que en esas
palabras se hallaba el secreto para renovar el cristianismo y al mundo mismo.
Nació nuestro héroe en la ciudad de Asís, Italia, el año de 1181 ó 1182. Su padre,
Pedro Bernardone, era un rico comerciante; su madre, una piadosa dama de
nombre Pica. Creció Francisco entre comodidades y lujos. Estudió las primeras
letras en la escuela vecina a la iglesia de San Jorge, en su ciudad natal.

Pronto llegó a ser uno de los jóvenes más apuestos del vecindario. Por su
esplendidez se le proclamó el rey de la juventud de Asís.
Pero esos halagos no le satisfacían. En la guerra contra Perusa, cuando contaba
unos veinte años, tomó las armas para defender a su patria chica; pero fue
vencido y encarcelado. No se desalentó por ello. Al salir de la prisión, pensó en
armarse caballero güelfo, defensor de los derechos de la Iglesia y de los pobres.
Mas el Señor, a través de extraños sueños, le hizo comprender que no era ésa su
vocación, sino servirlo generosamente, reparando su Iglesia, que amenazaba
ruina. ¿Pero, cómo repararla? A través de una serie de dolorosas pruebas,
finalmente el joven comprendió que se repara la Iglesia, no con las armas ni con
dinero, sino guardando fielmente el Evangelio, es decir, viviendo la vida pobre de
Cristo, obedeciendo a la Iglesia y manteniendo la pureza de costumbres.

Por tanto, renunció Francisco, a sus padres y a su familia. Su único tesoro fue el
santo Evangelio, meditado y vivido humildemente a la letra.
Su ejemplo heroico movió a hombres y mujeres de buena voluntad a seguirlo e
imitarlo. Con sus seguidores, fundó la Orden de los Frailes Menores, que llamó así
para que vivieran en cristiana fraternidad y humildad. Con las mujeres estableció
el monasterio de las Damas Pobres, cuya primera abadesa fue santa Clara de
Asís, de donde el nombre de «clarisas» que hoy se da a las Damas Pobres, que
han de vivir en y por la pobreza de Cristo y de su santísima Madre. Los laicos
casados también quisieron seguir, dentro del mundo y sin apartarse de él, los
ejemplos de Francisco. Este fundó para ellos la tercera Orden, llamada ahora
también la Orden franciscana seglar.
En una palabra, la vida de plena entrega al Evangelio suscitó, entre hombres y
mujeres, un fervoroso anhelo de vivir las secretas riquezas espirituales del Señor,
tal como se atesoran en el Evangelio, para el bien de fieles e infieles.
El mismo Jesucristo premió la total entrega de Francisco a su amor sencillo y
ardiente, imprimiéndole sus llagas en el monte Alvernia, el 17 de septiembre de
1224. Dos años más tarde, el 3 de octubre de 1226, desnudo sobre el desnudo suelo, el
«pobrecillo» entregó gozoso su espíritu al Señor Jesús, para quien sólo había
vivido y por quien logró descubrir la belleza inefable del universo.

ORACIÓN COLECTA
Dios nuestro, que otorgaste a san Francisco de Asís la gracia de seguir
gozosamente a Cristo en una vida de pobreza y humildad, haz que, a ejemplo
suyo, nuestra preocupación esencial en esta tierra sea la de amar y seguir a tu
Hilo, Jesucristo. El cual vive y reina. . . Amén.
«Habiendo dejado todo por el Señor, él encuentra, gracias a la santa pobreza, algo
de aquella bienaventuranza con que el mundo salió intacto de las manos del
Creador. En medio de las mayores privaciones, medio ciego, él pudo cantar el
inolvidable Cántico de las Criaturas, la alabanza a nuestro hermano sol, a la
naturaleza entera, convertida para él en un transparente y puro espejo de la gloria
divina, así como la alegría ante la venida de ‘nuestra hermana la muerte corporal’
‘Bienaventurados aquellos que se hayan conformado a tu santísima voluntad'».
Papa Pablo VI «La Alegría Cristiana».

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