Tal fue el motivo de que tantos Prelados de la Iglesia aprobasen esta
devoción, enriqueciéndola con indulgencias, y por ello ha sido reimpresa
innumerables veces, siempre con gran aceptación, considerándose un escudo
invencible contra los males que Dios envía a la tierra como castigo por
nuestros pecados.
Se ofrece a la Santísima Trinidad por las intenciones del Papado; esto es, la
exaltación de la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana; la extirpación de
las herejías; la propagación de la fe verdadera; la conversión de los
pecadores; la paz y la concordia entre los príncipes cristianos y los demás
bienes del pueblo cristiano. Por el eterno descanso de las almas del
Purgatorio. Por la perseverancia de las vocaciones sacerdotales y religiosas
verdaderamente católicas y por las intenciones de quienes acuden a estas
oraciones, siempre sea la voluntad de Dios

El origen del Trisagio no fue fruto del ingenio humano, sino obra del mismo
Dios, quien lo inspiró al profeta Isaías cuando éste escuchó a los Serafines
cantarlo para ensalzar la gloria del Creador.

En el año del Señor 447, un 24 de septiembre, bajo el reinado de Teodosio el
Joven, Emperador de Oriente, la tierra sufrió un temblor casi universal, de
gran violencia y duración, cuyo impacto fue tan devastador que superó a
todo lo que hasta entonces se había presenciado.

Durante seis meses, las sacudidas casi incesantes destruyeron numerosos
edificios suntuosos de Constantinopla, además de gran parte de la famosa
muralla del Quersoneso. La tierra se abrió en diversos lugares, sepultando
ciudades enteras; las fuentes se secaron, mientras surgían otras nuevas;
árboles gigantescos fueron arrancados de raíz, y aparecieron montañas
donde antes había llanuras, así como profundas honduras en lugares
previamente montañosos. Incluso el mar arrojaba peces de enorme tamaño a
las playas, mientras las aguas se retiraban de la costa y de los barcos para
inundar grandes islas.

En medio de tan pavorosa calamidad, la prudencia aconsejó abandonar las
ciudades. Así lo hicieron los habitantes de Constantinopla, acompañados por
el Emperador Teodosio, su hermana Pulquería, San Proclo —patriarca de
aquella iglesia— y todo el clero. Reunidos en un lugar conocido como el
Campo, todos dirigían fervorosas súplicas al cielo, implorando ayuda en tan
aciaga circunstancia.

De repente, entre las ocho y las nueve de la mañana, un temblor más fuerte
aún sacudió la tierra, casi tan destructivo como el diluvio universal. En ese
momento de terror, aconteció un prodigio sin igual: un niño de corta edad
fue arrebatado por los aires, ante los ojos de todos los presentes, quienes le
vieron ascender hasta perderle de vista.

Tras un largo rato, el niño descendió de la misma forma, y, puesto en
presencia del Patriarca, del Emperador y de toda la multitud que le
observaba asombrada, narró cómo, tras ser admitido en los coros celestiales,
había oído a los ángeles cantar: “Agios o Theós, Agios ischyrós, Ágios
athánatos, eléison imas” (Santo es Dios, Santo fuerte, Santo inmortal, ten
misericordia de nosotros); y cómo se le había encomendado transmitir esta
visión a todos los allí reunidos.

Tras pronunciar estas palabras, el niño falleció. San Proclo y el Emperador,
conmovidos por este relato, ordenaron que todos cantasen públicamente
este sagrado himno, y al instante cesó el terremoto, calmándose la tierra por
completo. Así surgió el uso del Trisagio, que el Concilio de Calcedonia mandó
recitar a todos los fieles como fórmula para invocar a la Santísima Trinidad en
tiempos de desgracia y calamidad.

Tal fue el motivo de que tantos Prelados de la Iglesia aprobasen esta
devoción, enriqueciéndola con indulgencias, y por ello ha sido reimpresa
innumerables veces, siempre con gran aceptación, considerándose un escudo
invencible contra los males que Dios envía a la tierra como castigo por
nuestros pecados.

Se ofrece a la Santísima Trinidad por las intenciones del Papado; esto es, la
exaltación de la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana; la extirpación de
las herejías; la propagación de la fe verdadera; la conversión de los
pecadores; la paz y la concordia entre los príncipes cristianos y los demás
bienes del pueblo cristiano. Por el eterno descanso de las almas del
Purgatorio. Por la perseverancia de las vocaciones sacerdotales y religiosas
verdaderamente católicas y por las intenciones de quienes acuden a estas
oraciones, siempre sea la voluntad de Dios

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