El sábado Santo es aquel intervalo único e irrepetible en la historia de la humanidad y del universo en que Dios, en Jesucristo, compartió no solo nuestro morir, sino también nuestro permanecer en la muerte. La solidaridad más radical.
En ese «tiempo más allá del tiempo», Jesucristo «descendió a los infiernos». ¿Qué significa esta expresión? Quiere decir que Dios, hecho hombre, llegó hasta el punto de entrar en la soledad máxima y absoluta del hombre, a donde no llega ningún rayo de amor, donde reina el abandono total sin ninguna palabra de consuelo: «los infiernos». Jesucristo, permaneciendo en la muerte, cruzó la puerta de esta soledad última para guiarnos también a nosotros a atravesarla con él.Todos hemos sentido alguna vez una sensación espantosa de abandono. Esto es lo que más tememos de la muerte. Como los niños, nos da miedo quedarnos solos en la oscuridad. Solo la presencia de una persona que nos ama nos da seguridad. Pues bien, esto es lo que ha ocurrido en el Sábado Santo: en el reino de la muerte ha resonado la voz de Dios.
Ha sucedido lo inimaginable: que el Amor ha penetrado “en los infiernos”: en la oscuridad extrema de la soledad humana más absoluta. También nosotros podemos escuchar la voz que nos llama y la mano que nos toma y nos saca fuera. El ser humano vive porque es amado y puede amar. Y si en el espacio de la muerte ha penetrado el amor, entonces ha llegado allí la vida. En la hora de la extrema soledad, nunca estaremos solos: «Passio Christi. Passio hominis». . (Benedicto XVI)