Ciudad de México.– Aunque la práctica de la homosexualidad es moralmente inaceptable, por la dignidad de personas que poseen, los homosexuales, lesbianas, etc., merecen nuestro respeto y debemos evitar todo signo de discriminación injusta a sus personas, lo que no significa que aceptemos sus comportamientos sexuales, ni sus pretensiones de legalizarlas bajo cualquier expresión como “matrimonio igualitario”, “gaymonio”, o cualquier otra figura basada en orientaciones sexuales, so pretexto de ser un “derecho humano”.
Porque vivimos el valor de la tolerancia, sabemos respetar las diferentes ideas, creencias, culturas, actitudes de los unos con los otros, reconociendo que somos diferentes pero que convivimos en una misma sociedad.
De acuerdo al numeral 2358 del Catecismo de la Iglesia Católica, dice que un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.
Pero cuando los homosexuales convierten sus comportamientos sexuales en activismo público (el lobby de Gay, Lesbianas, Bisexuales, Travestis, Transexuales, Transgéneros, Intersexuales, Queers y más (LGBTTTIQB+), el adoctrinamiento en las aulas, etc.) e invaden nuestra intimidad y la de nuestras familias, hay que denunciarlos y demostrar nuestro desacuerdo.
El valor de la tolerancia no consiste en renunciar a nuestras propias ideas; no impide en ningún momento la manifestación clara y definida de las propias convicciones. La persona tolerante sabe afirmar sus puntos de vista con asertividad. Frente Nacional por la Familia. Minuto de formación IG# 34