El ayuno es una mortificación del cuerpo que fortalece al hombre contra las tentaciones físicas y espirituales; y dispone el corazón para la vida espiritual.
Al mortificar el alma se dominan los sentidos y se ponen a raya las pasiones. Es una virtud tan fuerte que derroca la voluntad humana, la pisa, la sujeta totalmente.
Esta virtud tiene infinitas recompensas celestiales para el alma que la practica, no solo en la eternidad sino aún en el tiempo.
María se negó y se sacrificó en todo momento y lugar. Al hacerlo, dio rienda suelta a la acción de Dios en toda su vida. En las apariciones aprobadas de María, tanto en Lourdes como en Fátima, alentó fuertemente la práctica de la oración, pero también la del sacrificio y el ayuno.
Al hacer sacrificios estamos imitando a María en el arte de la abnegación. La abnegación nos orienta hacia Dios y nos aleja de nosotros mismos. María siempre estuvo centrada en Dios y nunca en sí misma. ¡Que este sea nuestro estilo de vida!