La seguridad de toda persona es tener la verdad. ¿Qué es la verdad? Fue la pregunta que el Procurador Poncio Pilato le hizo a su preso a Jesús de Nazareth. Esa pregunta sigue revotando a través de la historia de todos los habitantes de la tierra sin ser descubierta. Un sustitutivo se ofrece en su lugar que se llama amor a la propia vida, ideología, conveniencia, ocurrencia, inspiración religiosa, ignorancia, miedo, en definitiva, mentira.
Jesucristo cara a cara le dijo a su juez: “Yo he venido al mundo y nací para dar testimonio de la Verdad” Ya antes a sus amigos les había asegurado que Él es la Verdad y la Vida. Esa misma noche, cuando fue apresado por el tribunal judío, el sumo sacerdote con grande malicia le preguntó: “Te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios” Dice le Jesús, Tú lo has dicho…” (Mt, 26, 63) La reacción del tribunal fue condenarle a muerte.
Ahí terminó el Antiguo Testamento, profecía y comenzó el Nuevo y actual Testamento. Ya lo había anunciado: “La verdad os hará libres”. Cristo a partir de su muerte en la Cruz y su Resurrección, como divino líder camina triunfante delante de los miles de valientes santos y santas, que alcanzaron la libertad y gozo eterno en la vida eterna.
Entre miles de amantes de la verdad, destaco a la hebrea, Edith Stein, mártir, en el campo de exterminio nazi como santa Teresa Benedicta de la Cruz, antigua atea, doctora de filosofía, que una noche, tras leer la vida de Santa Teresa decidió convertirse al Iglesia Católica diciendo: “Aquí está verdad”. Su cruz fue saberse rechazada por su madre a causa de su conversión.
Héctor Galván LC.