Fue presentado la mañana de este martes, el volumen «Orientaciones pastorales sobre desplazados climáticos», editado por la Sección de Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. Publicamos el prólogo del Papa Francisco en el cual subraya que el documento nos invita a “ampliar la forma en que miramos este drama de nuestro tiempo”.
Ciudad del Vaticano
Las Orientaciones Pastorales sobre Desplazados Climáticos recogen hechos, interpretaciones, políticas y propuestas pertinentes al ámbito del fenómeno del desplazamiento por razones ambientales. Para empezar, les propongo retomar la famosa frase pronunciada por Hamlet, “ser o no ser”, y transformarla en “ver o no ver, ésa es la cuestión”. Todo, de hecho, empieza por nuestro ver, sí, por el mío y por el suyo.
Estamos inundados de noticias e imágenes que muestran a pueblos enteros desarraigados de sus tierras a causa de desastres naturales provocados por el clima, por lo que se ven obligados a migrar. Pero el efecto que tienen estas historias en nosotros y cómo respondemos, si suscitan en nosotros respuestas fugaces o desencadenan algo más profundo, si nos parece algo lejano o las tenemos muy presentes, depende de nosotros, si nos esforzamos por ver el sufrimiento que conlleva cada historia para así “tomar dolorosa conciencia, atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar” (Laudato si’, 19).
Presentadas las Orientaciones Pastorales sobre los desplazados climáticos
Cuando las personas se ven obligadas a migrar porque el ambiente en el que viven ya no es habitable, nos puede parecer la consecuencia de un proceso natural, algo inevitable. Sin embargo, el deterioro del clima es muy a menudo el resultado de decisiones equivocadas y de actividades destructivas, del egoísmo y de la negligencia, que ponen a la humanidad en conflicto con la creación, nuestra casa común.
A diferencia de la pandemia del COVID-19, que se abatió sobre nosotros repentinamente, sin previo aviso y casi en todas partes, y que nos afectó a todos a la vez, la crisis climática empezó a partir de la Revolución Industrial. Durante mucho tiempo se ha venido desarrollando con tal lentitud que ha sido prácticamente imperceptible, con excepción de unos pocos con visión de futuro. Incluso ahora, sus repercusiones se manifiestan de manera desigual: el cambio climático afecta a todo el mundo, pero quienes menos han contribuido a ello son los que más sufren sus consecuencias negativas.
Sin embargo, al igual que la crisis del COVID-19, el número enorme y cada vez mayor de personas desplazadas a causa de la crisis climática, se está convirtiendo rápidamente en una gran emergencia de nuestra época, tal y como podemos ver casi todas las noches en nuestras pantallas, y que exige respuestas globales.
Me vienen a la mente las palabras que el Señor pronunció por boca del profeta Isaías que, adaptadas a nuestra realidad, adquieren un significado especial: Venid entonces, y discutiremos. Si estáis dispuestos a escuchar, nos aguarda un gran futuro juntos. Pero si rehusáis y os negáis a escuchar y actuar, os devorará el calor, la contaminación, la sequía aquí y la subida de las aguas allí (cf. Isaías 1,18-20).
Cuando miramos, ¿qué vemos? Muchos están siendo “devorados” en condiciones que son imposibles para la supervivencia. Obligados a abandonar campos y costas, casas y aldeas, huyen apresuradamente, llevando consigo tan sólo unos pocos recuerdos y pertenencias, fragmentos de su cultura y de su tradición. Partieron llenos de esperanza, con la intención de volver a empezar desde cero en un lugar seguro. Sin embargo, la mayoría termina viviendo en barrios marginales peligrosamente hacinados o en asentamientos improvisados, esperando su destino.
Quienes han sido expulsados de sus hogares por culpa de la crisis climática necesitan ser acogidos, protegidos, promovidos e integrados. Quieren volver a empezar. Para que puedan crear un nuevo futuro para sus hijos, es necesario que se les permita hacerlo y se les tiene que ayudar. Acoger, proteger, promover e integrar son todos los verbos que se corresponden a acciones útiles. Quitemos, entonces, uno por uno, esos escollos que bloquean el camino de los desplazados, aquello que les reprime y margina, que les impide trabajar y acudir a la escuela, lo que les convierte en invisibles y les niega su dignidad.
Las Orientaciones Pastorales sobre Desplazados Climáticos nos invitan a ampliar la forma en que miramos este drama de nuestro tiempo. Nos impulsan a ver la tragedia del desarraigo prolongado que hace gritar a nuestros hermanos y hermanas, año tras año: “No podemos volver atrás y no podemos empezar de nuevo”. Nos invitan a tomar conciencia de la indiferencia de la sociedad y de los gobiernos ante esta tragedia. Nos piden que veamos y nos preocupemos. Invitan a la Iglesia y a demás personas a actuar juntos, y nos explican cómo podemos hacerlo.
Esta es la obra que nos pide el Señor ahora, y en ella hay una inmensa alegría. No podemos salir de una crisis como la del clima o la del COVID-19 encerrándonos en el individualismo, sino sólo “estando unidos”, mediante el encuentro, el diálogo y la colaboración. Esta es la razón por la que me complace especialmente que se hayan elaborado las Orientaciones Pastorales sobre Desplazados Climáticos, en el marco del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, junto con la Sección Migrantes y Refugiados y el Sector de Ecología Integral. Esta colaboración es en sí misma una señal del camino a seguir.
Ver o no ver, es la pregunta que nos lleva a responder actuando juntos. Estas páginas nos muestran qué necesitamos y qué debemos hacer, con la ayuda de Dios.
Fuente:Vatican News