El día ha llegado. Dios Hijo se ha encarnado en el seno purísimo de María y ha nacido, y con ello ha traído la Salvación. Siendo Rey, su nacimiento no fue como el de los reyes del mundo, encumbrado en lujos y fama. El nacimiento de Cristo significa para nosotros los cristianos el verdadero sentido de la Navidad.
Muchos dirán: ¡¡Feliz Navidad!! y seguramente no comprenden el misterio que se hace manifiesto en la persona de Cristo. La Navidad tiene sentido porque Cristo es real y porque su nacimiento no fue algo secundario sino la propia realidad de un Dios que para salvarnos quiso por amor, hacerse como nosotros.
La Navidad entonces, debe lograr que, en nuestro corazón, Jesús nazca como lo hizo hace 20 siglos en el pesebre en Belén. Si analizamos cómo fue este acontecimiento, podremos lograr que ocurra en nuestra vida. Vamos a suponer que nosotros hubiéramos preparado el Nacimiento de Cristo, seguramente hubiéramos hecho que:
– María se hubiera ido para siempre de Nazareth luego de la Anunciación para evitarle el escarnio de los comentarios del pueblo de verle embarazada.
– El Censo ordenado por Augusto lo hubiéramos hecho para censarnos en donde estaba cada uno, así le evitábamos a José y María un extenso viaje.
– La fecha de alumbramiento la hubiéramos puesto para una época en donde se consiguieran muchas posadas, así le evitábamos a María, alumbrar en un establo oscuro.
– Hubiéramos hecho que tocarán la puerta de primero en la mejor casa disponible, así le evitábamos tener que ser rechazados en muchas puertas.
– Hubiéramos escogido a una virgen que viviera en un mejor pueblo con mejores condiciones para darle al Mesías
Humanamente le hubiéramos querido evitar cualquier dificultad a Jesús, pero Dios Padre en su sabiduría determinó que pasaran por todo ello para que pudiéramos ver su inmenso amor. ¿Cuál sería la razón de encarnarse? Su amor por nosotros. Navidad es un tiempo para que dimensionemos el amor de Dios. Un amor que hace todo lo necesario por salvarnos.
El Verbo se encarnó y hemos visto su gloria. Estas palabras de San Juan nos recuerdan el momento en que los pastores son anunciados del Nacimiento:
el Ángel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo:
Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. (Lc 2, 10-11)
Contemplar esa gloria requiere que estemos alegres por la Buena Noticia. No hay temor en quien vive la alegría del Evangelio. Esta noticia que el Ángel anuncia va acompañada de la Gloria de Dios. Dice el Evangelio:
Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!» (Verso 14)
En nuestras celebraciones familiares, cuando se den regalos, cuándo se diga Feliz Navidad, ¿lo haremos realmente dando Gloria a Dios por darnos a su Hijo? ¿Será Jesús adorado y alabado en nochebuena? ¿Escuchamos la voz del ángel que nos anuncia su nacimiento o estamos ocupados en nuestros afanes?
En un pesebre humilde, oscuro, húmedo, lleno de animales, sin ayuda, en la noche, lejos de su tierra, allí nació Cristo. ¿Acaso nuestro corazón es diferente a eso? ¿Acaso no somos pecadores indignos, que vivimos luchando por la santidad, con defectos, con debilidades? Nuestro corazón también es un pesebre en donde Cristo quiere nacer. Démosle entrada, pero con la disposición a la gracia, para que ese nacimiento sea el momento de vivir una vida nueva en Cristo.
Seamos esos pastores que se dispusieron a presenciar al niño nacido. Fueron rápidamente porque querían contemplar el Verbo encarnado. Que los valores del Evangelio se irradien realmente, que el amor venza al odio, el perdón al rencor, la paz a la guerra, y podamos realmente glorificar a Dios desde nuestra cotidianidad.
Feliz Navidad.