Por Diana Rosenda García Bayardo
Sin duda la clave de la identidad mexicana es el mestizaje; más no se trata sólo de un mestizaje étnico sino sobre todo cultural, cuyos dos pilares centrales son la religión católica y la lengua española.
Las dos mitades
México está hecho de múltiples raíces indígenas americanas y de la raíz española; pero también de muchas otras, llegadas de fuera, como son algunas de origen africano, de origen asiático o de diversas regiones europeas, todas ellas contribuyendo en diferentes grados en la identidad de la patria mexicana.
Pero hasta la fecha no faltan los que desprecian a tal grado el valor de su herencia hispana que llegan a considerar que la presencia en México de los restos óseos de Hernán Cortés “sólo dan pena y vergüenza”, son “una porquería” y un “foco de infección”.
El más absoluto desconocimiento de la historia ocasiona que políticos abran la boca para decir cosas tan absurdas como que “desgraciadamente fuimos colonizados por la peor de las razas, la de los españoles”, o que España debe pedir perdón por haber “conquistado a México”.
El hecho es que España no conquistó a México puesto que aún la nación mexicana no existía. Lo que sí había era un montón de pequeños reinos, peleados entre sí. Algunos de éstos se aliaron con los españoles para derrotar al gran tirano de la época, el imperio azteca, que sometía mediante un régimen de terror, explotación y violencia permanentes.
Visión negativa
Entre los españoles venidos a Mesoamérica había buenos y malos, como entre los indígenas había buenos y malos. Sin embargo, por generaciones el sistema educativo se ha encargado de ofrecer un panorama sesgado de la historia, como denuncia el historiador argentino Roberto M. Maffeis, pues se propone “una visión negativa de la conquista y colonización. Éstas son mostradas como una tragedia y genocidio”.
Por supuesto, el sistema también se ha encargado deliberadamente de silenciar en las escuelas cosas esenciales de la identidad mexicana, como es el Acontecimiento Guadalupano. Lo único que se atreve a reconocer es que Miguel Hidalgo tomó en algún momento, durante su movimiento independentista, una imagen de la Virgen de Guadalupe como estandarte. Y hasta ahí.
Ahora bien, explica la politóloga mexicana Yizbeleni Gallardo, “la Conquista era necesaria para que ocurriera el milagro guadalupano”; y éste sucede, como dice el Nican Mopohua, “cuando ya estaban depuestas las flechas, los escudos, cuando por todas partes había paz en los pueblos… y ya abre su corola la fe, el conocimiento de Aquél por quien se vive: el verdadero Dios”.
Heraldo del porvenir
Algo maravilloso es que María se aparece no como una joven indígena o una joven española, sino como una mestiza. En 1531 aún no había jóvenes mestizas de esa edad, y la poca existencia del mestizaje en niños era un hecho social rechazado.
Así, la Virgen anuncia que provenir de dos o más pueblos distintos no es un hecho humillante, y así profetiza el nacimiento de una nueva «raza», esa misma a la que hoy pertenece la inmensa mayoría de los mexicanos. Así es como nace la verdadera identidad de la patria mexicana.