Hola, buenos días, hoy Joane nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
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Los petirrojos son pajarillos desconfiados; sin embargo, cada vez que iba a trabajar al taller, uno venía y entraba conmigo posándose relativamente cerca. Estaba emocionada, venía a hacerme compañía, era increíble, me conocía, me sentía casi como San Francisco de Asís con los animales.
Las monjas se sorprendían de su confianza conmigo.
Fue cogiendo confianza… Cogiendo terreno hasta que consiguió llegar al que era su objetivo: ¡un nido con sus crías! Me di cuenta de que no era la alegría de verme lo que le mantenía allí, sino el peligro que suponía para sus crías. En realidad, estaba vigilando el nido.
Resulta que coincide con varias familias me comparten que despiden estos días a sus hijos que van a campamentos o que se embarcan en viajes de verano junto a sus amigos.
Viendo al petirrojo, me daba cuenta de que en cierto sentido ocurre lo mismo. Ven todos los peligros y se mantienen todo lo que pueden, cerca del nido al que no pueden llegar. ¿Estará bien? ¿Tendrá amigos? ¿Se acordará de que tiene que, de que no puede…?
¿Y si no les mandas solos? ¿Por qué no ir con ellos? El cristiano tiene la manera y es la oración.
La oración es la armadura más fuerte que se les puede poner; les protege y les acompaña, puedes estar con ellos cada día. La oración protege y construye, es Cristo el que trabaja directamente en el corazón del que la recibe y del que ora. Porque cuando oras por alguien, pasas del “yo” al “tú”, te adentras en su corazón, en lo que vive, en sus preocupaciones; empiezas a sentir con él.
La oración permite que sigamos acompañando a los que queremos, incluso cuando no estamos físicamente con ellos. A través de la oración, podemos confiar en que el Señor los protege y guía. Transforma la preocupación en paz, el miedo en confianza.
Hoy el reto del amor es orar por aquellos que están fuera. Tu oración puede alcanzarles y acompañarles en sus caminos. Pídele que los proteja, que los guíe.
VIVE DE CRISTO