1 Salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguen.

2 Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos?

3 ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?» Y se escandalizaban a causa de él.

4 Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio.»

5 Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos.

6 Y se maravilló de su falta de fe. Y recorría los pueblos del contorno enseñando. (Mc. 6, 1-6)

Jesús, va a su ciudad donde creció y vivió y el sábado entra en la sinagoga a enseñar. ¿Es que no sabía lo que le iba a suceder en Nazaret, su pueblo?: Por supuesto, y aún así quiere también a ellos anunciarles el Evangelio de la salvación. Dice el Evangelio que “los suyos no lo recibieron”.

Pero esta experiencia no es sólo de Jesús y de los profetas anteriores a Él. Sabemos que hay una secreta semilla de envidia que no es ciertamente plantada por Dios. En nuestro entorno, no soportamos que alguien destaque en cualquier arte por encima de la mediocridad de la masa: “¿por qué éste sí y yo no?” y, “¿de dónde le viene esta sabiduría y estos milagros?”. No quieren rendirse ante la evidencia de su superioridad y prefieren mantenerse en la vulgaridad de una vida simple y aburrida. Pues éstos, ¿no estaban esperando un día la manifestación del Mesías? ¡Claro, pero tenía que ser alguien que respondiera a sus expectativas! Masni ellos mismos sabían lo que querían del Mesías, aunque las Sagradas Escrituras hablan muy claro de Él.

Lo cierto es que, Jesús, aún sabiendo la actitud de su tierra, sus parientes y su casa, no dejó de anunciarles el Evangelio de la Salvación de Dios. Y es que, Jesús, sólo se dejaba guiar por el amor y también sabía que,entre sus parientes más cercanos, algunos de ellos se harían sus discípulos más fieles. Con este pequeño germen de fe, extendería su Palabra, no sólo a Israel, sino hasta los confines del mundo. Porque, el Espíritu de Jesús no necesita de número y muchedumbre para que la fe se extienda a todos los hombres. Sólo, con un puñado de hombres fieles revestidos del Espíritu Santo, serían intrépidos y sabios discípulos. Y, todos con la sabiduría que viene de lo alto y que está por encima de todos nuestros mundos y nuestros conocimientos humanos. Pues éstos, por ser de acá abajo, no pueden arrastrar a los hombres al cielo, al Reino de Dios.

Pues “bajo el cielo, no se nos ha dado otro Nombre que pueda salvarnos”, sino el Nombre de Jesús, ¡a quien sea la gloria y la alabanza, la acción de gracias y la adoración que sólo a Dios tributamos y que Jesús lo tiene por su naturaleza divina!

¡Qué nunca tengamos que oír de este Nuestro Señor: “¡qué poca fe!”! ¡Suplicamos al Espíritu Santo que no sólo nos la de, sino que nos la active por el amor y que se manifieste en nuestras obras! Jesús nos lo ha prometido en su Palabra: “¿cómo no daré el Espíritu Santo a los que me lo pidan?”. Pero, tiene que pedir sin titubear y no apoyado en absoluto en sus fuerzas. Él lo puede todo y nosotros sin Él, no podemos nada. Esta debilidad nuestra tan notoria, no nos ha de poner tristes porque Jesús también afirmó”: “no os dejaré desamparados” y, “todo lo podemos en Aquél que nos conforta”.

Si miramos sólo a Jesús, y no a nosotros mismos, experimentamos que todo se ilumina con una luz de la fe que, sin ser visión, es brillo divino bien cualificado. “Dios habita en una luz inaccesible”, pero, el poder de la oración, puesta al calor de la fe, nos hace arder en un fuego amoroso que no viene de nosotros, sino del Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad que quiere, con ansia de Dios, que habitemos en su casa que Jesús nos ha prometido.

¡Anhelamos en esperanza, pero esta es segura, porque es Dios quien hizo la promesa! ¡Ven Señor Jesús, ven ya a nuestras almas! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén

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