Cada 20 de junio se conmemora a Nuestra Señora de la Consolación, la ‘Consolata’, de manera especial en Turín (Italia), ciudad de la que es patrona y donde se encuentra su santuario principal, en el que se conserva su sagrada imagen.
‘Consolata’ es una palabra en piamontés, dialecto del norte de Italia, que quiere decir “consolada y consoladora”. El título de esta advocación mariana se explica porque la Virgen María es aquella que recibió el mayor de todos los consuelos: a Cristo Jesús, su Hijo, y, en consecuencia, Dios le otorga la misión de ser consoladora de la humanidad.
Santísima Virgen María Consoladora (La Consolata)
De acuerdo a la tradición, el origen de esta advocación mariana está vinculado a la imagen de la ‘Virgen María Consoladora’ y se remonta a la última parte del siglo IV, cuando el obispo San Eusebio de Vercelli (Cerdeña, c. 283 – 371) la envió como obsequio a San Máximo, primer obispo de la ciudad de Torino (Turín). Dicha imagen había llegado a manos de Eusebio durante los años que pasó en el destierro en Palestina, y que según la creencia popular habría sido pintada por el evangelista San Lucas.
San Máximo mandaría colocar posteriormente la imagen en la capilla al lado de la iglesia de la iglesia de San Andrés; sin embargo, dicho recinto sería destruido durante una de las invasiones bárbaras por lo que el célebre ícono quedaría sepultado bajo los escombros.
La imagen sería recuperada posteriormente y se construiría otra iglesia dedicada a ella. No obstante, el nuevo santuario sería también derruido y la imagen permanecería perdida hasta inicios del siglo XII.
“Jesús sintió compasión y les tocó los ojos. Y al momento recobraron la vista y lo siguieron” (Mt 20, 34).
Cuenta la historia que en la ciudad francesa de Briançon, ubicada al oeste de Turín, vivía un hombre llamado Giovanni Ravachio (en francés, Jean Ravais). Ravachio había perdido la vista completamente, pero no su fe ni su devoción a la Madre de Dios. La Virgen María se le apareció en sueños y le pidió que se consagrara a la difícil tarea de encontrar la imagen de la Consolata. Si hallaba el cuadro -le prometió la Virgen- su Hijo Jesús le devolvería la vista.
Ravachio invirtió todos sus recursos en conseguir la ayuda necesaria para las indagaciones y las posteriores excavaciones, y no se detuvo hasta hallar la imagen de Nuestra Señora de la Consolación. La Madre de Dios cumpliría su promesa y Jean Ravais recuperó la vista.
Según fuentes actuales (cfr. «Santi e Beati»), la milagrosa imagen de la Consolata que se venera hoy no es la misma a la que se refiere la tradición. El sitio web del Santuario de la Consolata da cuenta de que el cuadro mariano que hoy se venera en el altar mayor del Santuario de la Consolata data del siglo XV, pintado por orden del obispo Domenico della Rovere, comendador de la iglesia de San Andrés en 1480.
A pesar del devenir histórico de la imagen, la profunda devoción a la Virgen de la Consolata continúa hasta nuestros días y se ha extendido por numerosos países. Cabe señalar que la Virgen de la Consolata no es la misma advocación de la Virgen de la Consolación, Patrona de los Agustinos Recoletos, cuya fiesta se celebra el 4 de septiembre.
Los santos de la Consolata
La arraigada devoción a la Consolata y la magnificencia de su santuario ha despertado muchos corazones al amor a Cristo y ha sido fuente de inspiración y consuelo para numerosos santos y beatos.
A los pies de la Consolata han acudido a rezar santos importantísimos, desde el Papa San Juan Pablo II hasta San Carlos Borromeo, pasando por San Francisco de Borja, San Luis Gonzaga, San Francisco de Sales, solo para mencionar algunos.
San José Cafasso, patrono de las cárceles, San Juan Bosco, maestro de la juventud, y Santo Domingo Savio, patrono de las embarazadas, se reconocieron devotos de la Virgen de la Consolata. Un especial amor también le profesaron Santa Francisca de Chantal, San José Labre, Santa María Dominica Mazzarello, San José Cottolengo, San Leonardo Murialdo, el Beato Giuseppe Allamano, el beato Pier Giorgio Frassati y muchos otros.
Con todo, el caso del Beato José Allamano fue, sin lugar a dudas, muy especial: Allamano fue el fundador de dos congregaciones religiosas al amparo de esta advocación: el Instituto Misioneros de la Consolata (1901) y el Instituto de las Hermanas Misioneras de la Consolata (1910).