Hace 80 años, las tropas aliadas desembarcaban en Normandía, acelerando el fin de la Alemania nazi y de la Segunda Guerra Mundial . El Papa envió un mensaje al obispo de Bayeux con motivo de la conmemoración. «La memoria de los errores del pasado sostuvo la firme voluntad de hacer todo lo posible para evitar que estallara un nuevo conflicto mundial abierto», subrayó Francisco, mientras que hoy los hombres «tienen poca memoria»
Michele Raviart – Ciudad del Vaticano
Para el Papa Francisco, son las miles de tumbas de soldados alineadas en los inmensos cementerios de Normandía el recuerdo más tangible del «colosal e impresionante esfuerzo colectivo y militar realizado para obtener el retorno a la libertad» que supuso el desembarco aliado. 80 años después, el Pontífice envió un mensaje a monseñor Jacques Habert, obispo de Bayeux, en cuya catedral se reunieron las autoridades civiles, religiosas y militares para conmemorar el acontecimiento histórico que, el 6 de junio de 1944, contribuyó decisivamente al final de la Segunda Guerra Mundial y al restablecimiento de la paz.
«¡Nunca más la guerra!»
Además de los soldados «en su mayoría muy jóvenes y muchos que vinieron de lejos y dieron heroicamente su vida», Francisco recordó a las innumerables víctimas civiles inocentes y a todos los que sufrieron los terribles bombardeos que afectaron a tantas ciudades como Caen, La Havre y Rouen. El desembarco de Normandía, añadió, evoca «el desastre que representó aquel terrible conflicto mundial en el que tantos hombres, mujeres y niños sufrieron, tantas familias fueron destrozadas, tantas ruinas se causaron» y «sería inútil e hipócrita recordarlo sin condenarlo y rechazarlo definitivamente», en nombre de aquel «¡Nunca más la guerra!» pronunciado por San Pablo VI en la ONU en 1965.
Los pueblos quieren la paz
«Si durante varias décadas el recuerdo de los errores del pasado sostuvo la firme voluntad de hacer todo lo posible para evitar que estallara un nuevo conflicto mundial abierto», subrayó con tristeza el Papa, hoy ya no es así. Los hombres, de hecho, «tienen poca memoria» y «es preocupante que a veces se vuelva a considerar seriamente la hipótesis de un conflicto generalizado» y «que los pueblos se acostumbren lentamente a esta eventualidad inaceptable». «¡Los pueblos quieren la paz! Quieren condiciones de estabilidad, seguridad y prosperidad, en las que cada uno pueda cumplir serenamente su deber y su destino», dijo el Papa, y »arruinar este noble orden de cosas por ambiciones ideológicas, nacionalistas, económicas, es una falta grave ante los hombres y ante la historia, un pecado ante Dios.
Dios ilumine el corazón de los que quieren la guerra
La oración de Francisco se dirigió entonces «a los hombres que quieren las guerras, a los que las inician, las alimentan sin sentido», las prolongan inútilmente y se aprovechan cínicamente de ellas», para que “Dios ilumine sus corazones”, y “ponga ante sus ojos la procesión de desgracias que provocan”. «Querer la paz no es cobardía», sino que requiere la valentía de saber renunciar a algo, dijo el Papa rezando por los artífices de la paz con la esperanza de que «oponiéndose a la lógica implacable y obstinada del enfrentamiento, sepan abrir caminos pacíficos de encuentro y de diálogo». Por último, la oración es por todas las víctimas de las guerras pasadas y presentes. Los pobres, los débiles, los ancianos, las mujeres y los niños, reiteró, son siempre las primeras víctimas de estas tragedias.