Sesenta mil miembros de la institución acogieron a Francisco en la Plaza de San Pedro para el encuentro titulado «Con los brazos abiertos»: son tantos los abrazos, los que se echan de menos y la causa de tantos conflictos «en estos días ante nuestros ojos», los que salvan y los que cambian vidas.
Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del Vaticano
«Hace unos instantes, al pasar entre ustedes, me he encontrado con miradas llenas de alegría y esperanza», lo expresó el Papa Francisco en su discurso a los sesenta mil miembros de la Acción Católica italiana, reunidos en la Plaza de San Pedro en el marco de su Encuentro Nacional.
El Santo Padre les agradeció, pues, por «este abrazo tan intenso y hermoso, que desde aquí quiere extenderse a toda la humanidad, especialmente a los que sufren». Y añadió una petición recurrente en su Pontificado: «No debemos olvidar nunca a las personas que sufren».
Refiriéndose al tema de este Encuentro («Con los brazos abiertos»), el Obispo de Roma reflexionó sobre el abrazo, «una de las expresiones más espontáneas de la experiencia humana». Observó que «la vida del hombre se abre con un abrazo, el de sus padres, que es el primer gesto de acogida, al que siguen muchos otros, que dan sentido y valor a los días y a los años, hasta el último, el de dejar el camino terrenal. Y, sobre todo, está arropada por el gran abrazo de Dios, que nos ama, nos ama primero y nunca deja de estrecharnos contra sí, especialmente cuando volvemos después de habernos perdido, como nos muestra la parábola del Padre misericordioso (cf. Lc 15,1-3.11-32)».
Bergoglio se preguntó: «¿Qué sería de nuestra vida y cómo podría realizarse la misión de la Iglesia sin estos abrazos?». Por dicho motivo, propuso tres tipos de abrazo: el abrazo no dado, el abrazo que salva y el abrazo que cambia la vida.
Cuando el abrazo se transforma en un puño, es muy peligroso
El entusiasmo que mostraban los integrantes de la Acción católica «de manera tan festiva no siempre es bien acogido en nuestro mundo: a veces se encuentra con cerrazones y resistencias, de modo que los brazos se vuelven rígidos y las manos se aprietan amenazadoramente, convirtiéndose ya no en vehículos de fraternidad, sino de rechazo, de oposición, incluso violenta, tantas veces, incluso de desconfianza hacia los demás, cercanos y lejanos, hasta llegar al conflicto».
“En el origen de las guerras hay a menudo abrazos no dados o rechazados, a los que siguen prejuicios, incomprensiones y sospechas, hasta el punto de ver en el otro a un enemigo. Y todo esto, por desgracia, está ante nuestros ojos estos días, ¡en demasiadas partes del mundo! Con su presencia y su trabajo, sin embargo, ustedes pueden testimoniar a todos que el camino del abrazo es el camino de la vida.”
Dejémonos abrazar por el Padre como niños
En el segundo tipo de abrazo («que salva»), el Sucesor de Pedro precisó que «en el centro de nuestra existencia está el abrazo misericordioso del Dios que salva, del Padre bueno que se ha revelado en Jesús y cuyo rostro se refleja en cada uno de sus gestos -de perdón, de sanación, de liberación, de servicio (cf. Jn 13, 1-15)- y cuyo descubrimiento alcanza su culmen en la Eucaristía y en la Cruz, cuando Cristo ofrece su vida por la salvación del mundo, por el bien de quien lo acoge con corazón sincero, perdonando incluso a quienes lo crucificaron (cf. Lc 23, 34)».
Y todo esto -agregó Francisco- se nos muestra para que también nosotros aprendamos a hacer lo mismo. Por ello, pidió no perder nunca de vista «el abrazo del Padre que salva, paradigma de la vida y corazón del Evangelio, modelo de la radicalidad del amor, que se alimenta e inspira en el don gratuito y siempre sobreabundante de Dios (cf. Mt 5, 44-48)». Asimismo, exhortó a dejarnos abrazar por el Padre como niños.
“Cada uno de nosotros tiene algo de niño en su corazón que necesita un abrazo. Dejémonos abrazar por el Señor. Así, en el abrazo del Señor aprendemos a abrazar a los demás.”
El abrazo, signo distintivo del verdadero discípulo de Cristo
Al reflexionar sobre el último concepto, el abrazo que cambia la vida, el Santo Padre puntualizó que «puede mostrar nuevos caminos, caminos de esperanza» y recordó que «son muchos los santos en cuya existencia un abrazo marcó un giro decisivo, como san Francisco, que lo dejó todo para seguir al Señor después de haber abrazado a un leproso, como él mismo recuerda en su testamento».
«Serán tanto más presencia de Cristo cuanto más sepan sostener y apoyar con brazos misericordiosos y compasivos a cada hermano necesitado, manifestó, como laicos comprometidos en los asuntos del mundo y de la historia, enriquecidos por una gran tradición, formados y preparados en lo que concierne a sus responsabilidades, y al mismo tiempo humildes y fervorosos en la vida del espíritu». De este modo, subrayó, «podrán dar signos concretos de cambio según el Evangelio a nivel social, cultural, político y económico en los contextos en los que actúan».
“Entonces la «cultura del abrazo», a través de sus caminos personales y comunitarios, crecerá en la Iglesia y en la sociedad, renovando las relaciones familiares y educativas, los procesos de reconciliación y justicia, los esfuerzos de comunión y corresponsabilidad, construyendo vínculos para un futuro de paz (cf. Discurso al Consejo Nacional de la Acción Católica Italiana, 30 de abril de 2021).”
Necesitamos hombres y mujeres sinodales
Luego de concluir su reflexión sobre los abrazos, Francisco sostuvo que ver a todos los integrantes de la Acción Católica lo hace pensar en el Sínodo en curso, que está llegando a su tercera etapa, a la que definió como «la más desafiante e importante, la más profética».
En esta fase, «se trata de traducir el trabajo de las etapas anteriores en opciones que den impulso y nueva vida a la misión de la Iglesia en nuestro tiempo». Apartándose del texto escrito y dirigiéndose hacia la multitud presente, Bergoglio enfatizó que lo más importante de este sínodo es la sinodalidad y aclaró que los temas son para avanzar en esta expresión de la Iglesia, que es la sinodalidad. «Para ello, insistió, necesitamos personas forjadas por el Espíritu, «peregrinos de la esperanza», de hombres y mujeres sinodales, que sepan dialogar, intercambiar, buscar juntos, como dice el tema del Jubileo ya cercano, capaces de trazar y recorrer caminos nuevos y desafiantes. Los invito, por tanto, a ser «atletas y abanderados de la sinodalidad» (cf. ibíd.), en las diócesis y parroquias de las que forman parte, para una plena realización del camino recorrido hasta ahora».
En la última parte de su alocución, el Papa anticipó que esta tarde dará comienzo la XVIII Asamblea Nacional de la Acción Católica y les deseó que también «vivan estas experiencias, no como realizaciones formales, sino como momentos de comunión y corresponsabilidad eclesial, en los que contagiarse mutuamente abrazos de afecto y estima fraterna».