Fran Orvich tiene 30 años y desde hace cinco vive en castidad, tras un proceso de conversión, después de experimentar numerosas dificultades existenciales y caídas espirituales, que le llevaron a consentir en la atracción hacia el mismo sexo.
Acepta conversar sobre su proceso de conversión “para gloria de Dios y salvación de las almas y para dar luz, esperanza y salvación a estos pobres hermanos nuestros que están en la Iglesia y están muy confundidos”.
Se refiere a quienes, como él, experimentan la atracción hacia personas del mismo sexo. Y añade: “Quiero contarlo para que el Señor toque los corazones, se arrepientan e intenten volver a la castidad”, explica a ACI Prensa.
Un ambiente familiar complejo
Apenas han transcurrido unos cinco años desde su conversión, pero para explicar lo vivido Fran se remonta a su infancia. “He tenido que criarme con un padre que pegaba a mi madre, alcohólico, mujeriego, con malas palabras. Era un ambiente hostil, terrible”.
Fran asegura que nació “con una herida en el vientre materno”, pues su padre maltrató a su madre durante su gestación. “Nunca me dijo un ‘te quiero’”, explica, por lo que se convirtió en una figura ausente: “Mi padre ha estado, pero nunca lo he tenido como padre”.
Este joven retrata a su madre como “una mujer de fe inquebrantable, de oración”, que debido a la situación familiar adoptó un rol de “protectora”. A esto se suma que Fran es el tercero de los hijos varones (tienen una hermana más pequeña) y, reconoce, “me hacían un poco de bullying”.
Siendo un niño, comenzó a consumir algo de pornografía —lo que luego fue en aumento— de tal forma que “con 8 o 9 años, con tres chicos de mi edad ya hacía cosas con ellos. No profundas, pero ya estaba totalmente pervertido”, puntualiza.
En esos años escolares, Fran no lo pasó bien. Era un chico tímido y callado y los compañeros le hacían “el vacío”, ignorándolo. Recuerda que le marcó en especial el día en que un profesor le sacó a la pizarra para hacer una suma sencilla, no supo hacerlo y el docente animó a los compañeros a reírse de él. Eso le generó una herida grande que sólo ha podido sanar años más tarde en su proceso de conversión.
Con el ocultismo “abrí puertas al mal”
Entrando en la adolescencia, a los 12 años, caía en la masturbación “a diario”. Ya en el Instituto, seguía consumiendo pornografía y entró en el mundo del ocultismo: “Abrí puertas al mal”, reconoce, a través de diversas prácticas esotéricas.
El Fran del instituto no se parecía al del colegio: “Era el rebelde, el que hacía bullying, el payaso de la clase, el chulito”. En ese tiempo tuvo 5 novias y los actos homosexuales de la infancia eran el recuerdo de una curiosidad mal encauzada.
Pero en un momento dado se empieza a interesar por un compañero: “Me empiezo a fijar en el chico de la clase de al lado, me empieza a llamar la atención y algo se despierta en mí. Empiezo a tontear y como que me va gustando ese tonteo”, que no llegó al plano sexual.
Pasa un tiempo y “a los 16 años estoy con el primer chico y empiezo a ocultarme, porque mi familia no lo sabía”. Lo vivió en secreto, hasta que, a los 18 años, hubo una fuerte pelea en casa entre sus padres: “Mi padre quería pegar a mi madre y yo con 18 años no lo iba a permitir”, explica.
Su padre le llamó “maricón” —”siempre tenía esa palabra en la boca”— y Fran respondió: “Sí, ¡qué pasa!”. La reacción de su padre fue muy agresiva: “Me quiso matar con una hoz, me tiró una silla y lo esquivé”, recuerda.
Abandonado por su familia, cayó en la prostitución
“Con 18 años recién cumplidos mi alma estaba en el abismo” y en la soledad: “No tenía un amigo cristiano, una buena amistad que me dijera: ‘no te preocupes, ven a mi casa’”. Fran asegura que tenía fe, porque su madre se la había inculcado, pero “no iba a Misa, no hacía nada, no rezaba”.
Ante la difícil situación en casa, el chico con el que tenía una relación en ese momento le acogió: “Él es el único que no me falló, porque toda mi familia me falló, me dejaron tirado”. Sin embargo, aquella relación acabó mal y Fran tuvo que buscar una habitación de alquiler.
Era apenas un muchacho que no había salido de casa de sus padres. “¿Qué hago yo con mi vida ahora?”. Intentó un trabajo de comercial puerta a puerta que no le fue bien hasta que tomó una decisión dramática: “Me prostituí”.
“Fue algo muy doloroso, muy humillante y terrible. No deseo a nadie que pase por esa situación. Ahora lo puedo contar, porque el Señor me está sanando, pero antes no podía”, prosigue Fran al otro lado del teléfono.
Por fortuna aquello duró una semana, porque un primo suyo le llamó para que fuera a vivir con sus tíos. En la familia ya se tomó como “oficial” que Fran era homosexual.
Por rabia hacia su padre, “lo odiaba y lo quería ver muerto”, participó en un programa de televisión. “Hice el mayor ridículo de la historia y me engañó el demonio de una manera tan fuerte…”, asegura, al reconocer su homosexualidad ante las cámaras.
Fran se arrepiente de aquello, sobre todo por el escándalo, en particular hacia sus progenitores: “El mandamiento de honrar a tu padre y a tu madre me lo salté”.
“Yo sabía que esto no era normal”
En aquel tiempo Fran estaba “totalmente metido en el mundo gay” a través de las redes sociales, aunque, puntualiza: “Sí es cierto que yo, tengo que recalcarlo, nunca he estado de acuerdo con mi vida. Yo no era pro LGTBI. Yo no, porque sabía que esto no era normal. Me dije: Me ha tocado así, pues es lo que hay. Pero yo no estaba de acuerdo”.
A pesar de ello, Fran frecuentaba Chueca [barrio identificado como pro LGTBI en Madrid] porque “cuando estás tan lleno de demonios, de lujurias, pues al final el cuerpo te pide por lo que te pide”.
Vivía relaciones tóxicas, de dependencia emocional: “Al final, en los hombres yo estaba buscando la figura de mi padre, pero la sexualicé”.
Bautizado a los 22 años
A pesar de la fe de su madre, diversas circunstancias familiares hicieron que Fran no recibiera el sacramento del Bautismo al nacer. A sus 22 años, sin embargo, Fran tenía ese anhelo interior: “A pesar de estar ‘empecatado’, le dije a mi madre que quería bautizarme”.
Finalmente, sin mucha preparación reglada debido al negocio familiar de feriantes de sus padres, recibió el Bautismo.
A pesar de ello, Fran siguió vinculado a prácticas esotéricas: “Me echaban las cartas, me encantaba todo este tema de espíritus”. En el fondo, reconoce “era un dios a mi medida, porque yo creía, pero hacía lo que me daba la gana”.
Así transcurrieron tres años en los que Fran dedicaba mucho tiempo a cultivar su imagen externa, ir al gimnasio lo que le llevó a trabajar como modelo ganando buen dinero.
El vuelco espiritual y de vida llegó a los 25 años, cuando un sobrino recién nacido estuvo a punto de morir. Aquello supuso una sacudida fuerte en el alma de Fran que le llevó a rezar con fervor por su vida: “El Señor me dijo en mi interior: ‘Esta es la última oportunidad’. Me lo dijo así”, asegura. “Entendí lo que estaba haciendo mal, cómo estaba mi alma, me di cuenta de todo y dije: se acabó, renuncio a esto”, añade.
“Ya no quiero los otros amores”
Entonces Fran decidió confesarse “con un buen sacerdote”, especifica. Así narra cómo fue la experiencia de recibir el Sacramento del Perdón:
“Yo siempre he querido buscar el amor, la paz. No lo he encontrado ni en los hombres, ni en el dinero, ni en la fama, porque siempre estaba vacío. Me confesé y conté todos mis pecados, porque tuve una iluminación increíble del Espíritu Santo. Cuando me dió la absolución el padre ¡sentí tanto amor! Sentí el perdón de Dios, su misericordia. Eso fue para mí algo increíble. Me sentía flotando, con un peso quitado de encima. No paraba de llorar, de pedirle perdón al Señor. Me sentí tan amado, ¡tan amado! Y cuando conocí este amor de Dios, dije: Ya no quiero los otros amores, porque he sido infeliz, nada más, he sufrido mucho. Yo quiero estar con este amor, quiero estar con Jesús”.
Así comenzó un proceso de formación en la fe sobre devociones como el Sagrado Corazón de Jesús o la Divina Misericordia. Fran tenía “una sed de Dios increíble, de amarlo, de adorarlo, de servirlo, de reparar, de hacer penitencia”.
Y, siguiendo ese camino de conversión, participó en un Retiro de Effetá en el que, delante del Santísimo, “cara a cara con el Señor, lloraba mucho y le pedía perdón por lo que hice”, explica.
Perdón a su madre: “No estaba de acuerdo con mi pecado, pero me amó”
También sintió la necesidad de pedir perdón a su madre. Ella, que llevaba siete años rezando, le dijo: “Hijo, por fin escuchó el Señor mis oraciones. El puñal que tenía en el corazón por ti ya me lo ha sacado. Bendito sea el Señor”.
Para Fran es importante explicar cómo se había comportado su madre respecto a él. “Ella no estaba de acuerdo con mi pecado, pero me amó. No me dijo ‘tráete a tu novio cuando quieras y me lo presentas’, no. Me dijo dos veces ‘no estoy de acuerdo con esto, con tu vida’, pero siempre con mucho amor y mucha misericordia”.
Tiempo después, tras un proceso, pudo pedir perdón a su padre. “También él me pidió perdón a mí y tuve una liberación muy fuerte, se me quitó un peso de encima”.
“La Santísima Virgen es clave en mi lucha contra el demonio”
Fran lleva cinco años en castidad: “No quiero estar con nadie, quiero estar con Jesucristo, quiero estar en su Iglesia. Las cosas de Dios son las que me hacen verdaderamente feliz y me dan paz”.
A pesar de su determinación, reconoce que tiene tentaciones, “ataques del demonio”, que entiende que son “parte de la purificación” y para combatirlas trata de oír Misa y comulgar a diario, rezar el Rosario y hacer penitencias.
También se ha consagrado a la Virgen María siguiendo el camino de 33 días elaborado por San Luis María Grignon de Monfort: “La Santísima Virgen es clave en mi lucha contra el demonio que siempre va a intentar llevarme atrás. Tengo que estar continuamente en lucha. El Señor te da la perseverancia”.
Como parte de esa batalla espiritual, además de ser feriante, Fran es “misionero en las redes sociales”, a través de sus perfiles de Facebook y Tik Tok, donde intenta dar “testimonio a jóvenes y mayores, dando la Palabra de Dios, un aliento de paz y alegría”.
Ayuda espiritual y psicológica para afrontar su nueva vida
Para poder caminar una nueva vida, Fran ha necesitado ayuda espiritual y psicológica importante. En primer lugar, para cerrar las puertas que reconoce que ha abierto a través del ocultismo.
“Si Santa María Magdalena tenía siete demonios, imagínate yo”, reconoce Fran, que se ha sometido a rituales de “liberación”. De hecho, asume “aún estoy en proceso”.
En otros ámbitos, Fran es consciente de que “la parte psicológica y la parte espiritual van unidas”, por lo que estuvo buscando “un sacerdote psicólogo bueno, que no me lleve al mal, sino que me lleve a Dios” hasta que lo encontró: “El Señor me ha puesto un excelente sacerdote psicólogo que lleva todos estos temas de atracción al mismo sexo”.
Recibió Fiducia supplicans “con mucho dolor y tristeza”
Casi al término de la extensa conversación con ACI Prensa, Fran no duda al ser preguntado por sus impresiones sobre el documento Fiducia supplicans sobre el sentido pastoral de las bendiciones, que suscitó una gran controversia dentro y fuera de la Iglesia Católica: “Me causó mucho dolor y tristeza”, porque el documento “es muy confuso, muy ambiguo, no da luz. Puede confundir a muchas almas”.
“Lo que se está diciendo mucho es ‘Dios te ama’ y, en efecto, Dios nos ama mucho. Pero se está omitiendo que hay que convertirse”, explica Fran recordando las palabras de Jesús: “Quien quiera seguirme, que se niegue a sí mismo”.
En esta línea, añade: “Si queremos estar en comunión con el Señor, tenemos que intentar hacer las cosas bien. Somos pecadores y caemos, pero hay que estar en el camino de la conversión, todos los días. Ya decía el Santo Cura de Ars que no hay mayor caridad que salvar un alma del infierno diciendo la verdad”.
Un doble mensaje para los padres de personas con atracción al mismo sexo
En último intercambio, pedimos a Fran que exprese libremente algo que quiera compartir sobre su experiencia y que considere esencial. Su doble mensaje es para los padres de las personas que experimentan atracción al mismo sexo.
Por un lado, pide “que amen a sus hijos, pero que no acepten su pecado. Porque si lo aceptan, de nada servirá que recen”. Y añade: “Confirmándoles en el pecado no los estamos ayudando, los estamos condenando”.
La segunda idea esencial que quiere transmitir es “que nunca se cansen de rezar por sus hijos, porque la oración tiene mucho poder de intercesión”.