SUFRIR O NO SUFRIR

Ene 25, 2021

Hoy se plantea mucho esta cuestión, sufrir o no sufrir. ¿El dolor es bueno o es malo? ¿Hay que verlo como una desgracia o algo ante lo que debo resignarme? Depende. Si te estás quemando ¿preferirías sentirlo o no sentirlo, aun a riesgo de seguir quemándote sin que te des cuenta? Vamos a tratar de entenderlo un poco mejor. 

Todos conocemos la canción de Julio iglesias “La vida sigue igual” en la que repite varias veces la frase de “siempre hay por quién sufrir y a quien amar”. Desde el punto de vista meramente humano, el sufrimiento podría parecernos una desgracia, y sí, lo es. Lo es si se queda solamente en eso, en sufrimiento. Pero como dice la canción, siempre hay por quién sufrir o por qué sufrir.

Hay muchos tipos de sufrimiento, unos muy evidentes y otros muy sutiles, unos físicos, otros de índole intelectual otros de índole moral, sería casi imposible enumerarlos todos o clasificarlos porque además unos se interrelacionan con otros. Además, unos los podemos evitar y otros son inevitables. Una persona puede sufrir terriblemente por exceso de peso cosa que para otra puede ser algo indiferente; unas personas sufren la soledad y otras la buscan como medio para encontrarse consigo mismos. Sería muy largo hablar de todos, pero podemos tratar este tema como sufrimiento en general.

Últimamente las redes sociales se han agitado por una noticia insólita: un joven de 27 años Raphael Samuel, de Bombay, en la India, ha denunciado a sus padres por haberlo traído al mundo sin su permiso. Creo que a nadie en su sano juicio le pasaría por la mente algo así.  Lo malo de esto es que responde a una ideología que se está expandiendo por el mundo como mancha de aceite en el agua, y que promueve el antinatalismo; porque según ellos ya somos muchos, venimos al mundo a sufrir, contribuimos al calentamiento global y además podemos terminar siendo delincuentes, asesinos o víctimas de otros asesinos. Venir a un mundo así no tendría sentido, pero ¿por qué no venir a mejorarlo?

Podría parecer no carente de sentido, pero solo si concebimos la vida como sólo sufrimiento, sin alegría ni felicidad o sufrimiento sin sentido.

Últimamente, y esto nadie lo puede negar, se puede constatar una ausencia de Dios en nuestras vidas; parecería que todo lo hemos reducido a placer, felicidad basada en lo superficial, adquirir productos de última generación y llenarnos de cosas cuya obsolescencia apenas dura unas semanas. El consumismo nos ha convencido de que necesitamos muchas cosas y es que es verdad, una vez que empezamos, caemos en una vorágine en el que un producto llama a otro y otro y otro… tengo una caja de cartón donde voy guardando todos los cables que ya no sé a qué aparatos corresponden y cuando necesito un cargador tengo que buscar un buen rato cuál de todos es el correcto de tantos que no sé de dónde han salido. 

A todo esto, se suma una serie de ideologías disfrazadas de “derechos” que han venido a quitarle al hombre no solo el sentido del sufrimiento sino el de la misma vida. Los seres humanos no hemos sido creados por Dios para luego olvidarnos de Él y menos para hacer lo que nos venga en gana. Cuando Dios puso a Adán y Eva en el Edén, les dijo que podían comer de todos los árboles menos de uno. ¿Por qué prohibirles comer de uno? Porque necesitaban entender que había una autoridad y unas reglas de esa autoridad que debían reconocer y a las que debían someterse. Sin reglas nos quedamos como un barco sin timón y sin brújula. No sabemos a dónde ir ni tenemos posibilidad de ir a ninguna parte. Somos una sociedad a la deriva. Por no someterse a esas directrices de Dios Adán y Eva perdieron su estado de vida y tuvieron que sufrir las consecuencias y vivir en un mundo de penalidades.

¿Qué hace falta entonces? Encontrar el sentido a eso que rechazamos tanto, el sufrimiento. Se trata de entender bien que, aunque no nos guste en realidad puede ser benéfico, como una alarma de incendios no nos gusta que suene, pero en realidad nos está avisando que algo se está quemando y debemos intervenir para evitar un daño peor. Digamos que cuando entramos por un camino equivocado de la vida, suena la alarma del sufrimiento, para que corrijamos. Esto se aplica sobre todo cuando se trata de sufrimientos físicos que funcionan como alarma. Los demás tipos de sufrimiento, tanto psíquicos como morales o espirituales, se deben a otras circunstancias a veces muy complejas, pero con la misma finalidad de advertirnos de un comportamiento o circunstancia que debe ser corregido.  No podemos olvidarnos de qué somos y que hemos sido expulsados del paraíso y no podemos volver a él sin provocarnos más sufrimiento.

Cuando Cristo vino al mundo vino a mostrarnos que el camino del dolor y del sufrimiento no es tan malo si sabemos que siempre hay por qué sufrir. Él mismo asumió ese camino cuando nació pobre, ignorado, perseguido, incomprendido y finalmente crucificado. El dolor nos humaniza, nos recuerda quienes somos, nos advierte cuando algo no está bien, nos purifica y sobre todo nos redime. Eso lo sabían muy bien los primeros cristianos perseguidos por su fe, iban a la muerte cantando; lo sabían muy bien tantas almas que a lo largo de la historia han renunciado incluso a los placeres lícitos por amor al reino de los cielos. Y finalmente no podemos olvidar la frase de Cristo: “El que quiera venir en pos de mí, que cargue con su cruz cada día y que me siga”.  (Mt. 16, 24). Todo el evangelio está lleno de invitaciones de Jesús a reconocer y aceptar nuestra condición temporal, a descubrir el verdadero sentido del sufrimiento y a sentirnos bienaventurados al tener por quién o por qué sufrir.

P. José Eduardo Pérez.

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