Cada 6 de marzo, la Iglesia celebra a San Olegario (1060-1137), quien fuera al mismo tiempo obispo de Barcelona, arzobispo de Tarragona y administrador de los territorios de una tercera diócesis. Insigne orador, estimado por sus contemporáneos, se desempeñó como organizador eclesial y prudente administrador. Trabajó incansablemente por fortalecer la religiosidad de su pueblo y la presencia de la Iglesia en la vida cotidiana de los fieles.
Olegario nació en 1060, en el seno de una familia importante de Barcelona, vinculada a la nobleza. Su padre fue mayordomo y secretario de Ramón Berenguer I, conde de Barcelona. Su madre, Guilia, era descendiente de la nobleza goda. Aún pequeño, con solo 10 años, fue encomendado por sus padres a la catedral de Santa Cruz de la Ciudad Condal para que recibiera educación.
Años más tarde -ya como presbítero- formaría parte del gremio de canónigos de la catedral, después de San Adrián de Besós y posteriormente de Sant Rufo de Aviñón.
Pastor sin miedo
San Olegario es nombrado obispo de Barcelona en 1116, en tiempos en los que gobernaba Ramón Berenguer III, conde de Barcelona. Eran también los tiempos del pontificado de Pascual II. En 1117 visitó la ciudad de Roma con el propósito de encontrarse con el recientemente nombrado Papa Gelasio II y rendirle los honores del caso.
Durante la reconquista de Tarragona, zona en manos de los árabes desde inicios del siglo VIII, fue investido arzobispo de esa región, sin dejar de ocupar la sede de Barcelona. Fueron largos días de prueba en los que un inmenso peso cayó sobre sus hombros, y en los que se aferró al Señor piadosamente. Sin que mediara descanso -era metropolitano de derecho pleno-, se le nombró también administrador eclesiástico de los territorios de la diócesis de Tortosa, jurisdicción golpeada por la ocupación árabe.
Estas misiones concretas componían una pesada cruz, que Olegario ni nadie podría atreverse a cargar sin ponerse en manos de la Virgen María y la asistencia del Espíritu.
¿Santidad y política? Vocación de servicio
El novel arzobispo de Tarragona fue hombre de Dios y buen hijo de su tiempo. Donde Dios lo envió, allí fue, siempre confiado en su Amor infinito. Por su nobleza de carácter se ganó el aprecio de figuras importantes e influyentes, incluyendo, por supuesto, las personalidades políticas. Ramón Berenguer III y Ramón Berenguer IV lo tuvieron por consejero y colaborador.
Supo reconocer y cuidar con sabiduría los importantes límites entre el poder civil y el eclesiástico; sin caer en las trampas de la mutua exclusión o en el error de la confusión entre fueros. Desde su sede, Olegario contribuyó, en ese sentido, a la renovación de la Iglesia local y al fortalecimiento de su independencia. Eso lo convirtió en figura destacada del mundo medieval en general, cuando la transposición o invasión de fueros fue en muchos lugares moneda común.
San Olegario, hizo también las veces de mediador, cuando así fue requerido. En diciembre de 1134, al lado de otros personajes civiles y eclesiásticos, arribó a Zaragoza y consiguió un acuerdo de paz entre el rey Ramiro II de Aragón y Alfonso VII de Castilla, ad portas de un enfrentamiento.
Sin dicotomías entre pueblo y jerarquía
Así como San Olegario se ocupó con corrección en asuntos terrenales y espirituales, también fue un servidor del Papa en asuntos propios de la jerarquía eclesiástica, sostén y protector de la vida de los fieles. Tomó parte en varios concilios: Tolosa, Reims, el I de Letrán (noveno de los concilios ecuménicos). Fue enviado más tarde por el Papa Inocencio II al segundo Concilio de Letrán, al que también asistió San Bernardo de Claraval.
Durante las sesiones, la presentación de los argumentos en contra del antipapa Anacleto estuvieron a su cargo. Se dice que fue tal su elocuencia en cada una de sus intervenciones que el voto de condena (la excomunión) a Anacleto fue unánime.
Veneración
El arzobispo murió en Barcelona el 6 de marzo de 1137 y fue canonizado cinco siglos después por el Papa Clemente X, en 1675.
Su cuerpo, en estado incorrupto, descansa en una cámara de la Catedral de Barcelona, dentro de la capilla del Cristo de Lepanto, hasta el día de hoy. Cada 6 de marzo dicha cámara es abierta al público y puede contemplarse el cuerpo del santo a través de la urna de cristal.
¡San Olegario, ruega por la fidelidad de los sacerdotes, los obispos y el Papa, servidores del Pueblo de Dios!