CRISTINA JIMÉNEZ DOMÍNGUEZ Médico y profesora de la Facultad de Teología de la Universidad San Dámaso.
Todavía sin saber si estamos terminando la segunda ola o comenzando la tercera de esta larga pandemia que nos azota globalmente, se yergue en medio del conjunto de leyes de nuestro país la que permite despenalizar el poner fin de forma intencionada a la vida de una persona. Sin habernos repuesto de la pérdida de miles de vidas en el contexto de la crisis del coronavirus, se ha votado y aprobado en el Congreso una ley que atenta gravemente contra la persona, sin un sereno debate, desoyendo las recomendaciones de los comités de bioética. Ante esta tesitura, y dada la regulación de la eutanasia en cinco países (Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Canadá y Colombia) o del suicidio asistido en algunos estados de Estados Unidos, el 14 de julio, memoria litúrgica de san Camilo de Lelis, la Congregación para la Doctrina de la Fe firmó la carta Samaritanus bonus. Se trata de un documento que quizá ha pasado desapercibida.
La carta Samaritanus bonus insta a hacerse cargo del prójimo. Esto supone, en justicia, ponerse en juego, como lo hace la ars medica procurando la curación o aliviando, cuando el sufrimiento marca la corporalidad del individuo y su vulnerabilidad reclama un sentido, exigiendo siempre el cuidado debido de a las nuevas exigencias legales que, fundamentadas en una libertad autónoma, presupuesta socialmente, tratan de garantizar un derecho inexistente.
El marco que la sustenta es la parábola del Buen Samaritano, a la que se remitirá en varios momentos. La presenta en la tesitura del encontrar uno de los nuestros, medio muerto, en el camino, y, analógicamente apela al querer bien del samaritano bueno que se hace prójimo con la vida del otro.
El documento se estructura en cinco capítulos. El primero de ellos insta a hacerse cargo del prójimo. Esto supone, en justicia, ponerse en juego, como lo hace la ars medica procurando la curación o aliviando, cuando el sufrimiento marca la corporalidad del individuo y su vulnerabilidad reclama un sentido, exigiendo siempre el cuidado debido. En esa fragilidad se desvela el misterio del Amor de Dios. El eje central del documento es la experiencia viviente de Cristo sufriente y el anuncio de la esperanza. Solo desde el Cristo centrismo es posible adentrarse en este misterio del Amor de Dios al que apuntábamos: Ave crux, que concentra y resume los males y sufrimientos del mundo, y, Stabat Mater, en coral escena que remeda el pequeño rebaño que participa del misterio de la redención.
La experiencia del Calvario es para los que están con el enfermo, la expresión de la certeza del amor que traduce la firme esperanza de la Resurrección, abriéndose la puerta de los cuidados paliativos.
Recupera en el tercer capítulo el reconocimiento de la vida humana como don sagrado e inviolable, visto desde el corazón del samaritano. Es el argumento inveterado del magisterio a propósito del pilar fundamental que sustenta todos los demás derechos del sujeto: la vida. Una vida que teologalmente se recibe y en sí misma contiene un valor que ha de respetarse. Los obstáculos culturales que son presentados en el capítulo cuarto ponen en evidencia cómo una determinada concepción de la calidad de vida, una inadecuada comprensión de la compasión, unida al papel del individualismo que cuestiona la relación, esquiva la soledad y parece abocar a la cultura del descarte, llevan a oscurecer el valor auténtico de toda vida humana. En el largo último apartado, cuya extensión supera la de los anteriores, se propone iluminar algunos aspectos prácticos.
Hasta en doce epígrafes se acerca meticulosamente a situaciones particulares en torno a la eutanasia, el ensañamiento terapéutico, los cuidados básicos y paliativos, la analgesia, el estado vegetativo, la objeción de conciencia, el acompañamiento pastoral o la formación de los agentes sanitarios. Si esta pandemia de COVID-19 nos cuestiona, que sirva para poner aún más en valor si cabe la medicina en favor de la vida, de tantos samaritanus bonus que se empeñan en cuidarla y respetarla hasta el final.
Artículo publicado en: Alfa y Omega