En el segundo aniversario del estallido de la guerra en Ucrania, recorremos, a través de las palabras de los Pontífices, algunos de los momentos en los que, tras trágicos acontecimientos, ha llegado por fin la hora de acoger la reconciliación y de emprender un camino de reconstrucción no sólo material. La esperanza es que, en este surco marcado por acontecimientos bélicos, pronto sea posible alcanzar el don de la paz en Ucrania y en todas las tierras sacudidas por conflictos.
Amedeo Lomonaco – Ciudad del Vaticano
Han pasado dos años desde el estallido de la guerra en Ucrania. Recorrer los horrores de estos veinticuatro meses significa ver, a través del dramático balance de muertos, el rostro de una tragedia que sigue ensangrentando Europa. Desde el comienzo de la invasión de las fuerzas militares rusas, al menos 500.000 -según diversas fuentes- soldados rusos y ucranianos han muerto o han resultado heridos en los campos de batalla. Según datos de Naciones Unidas, más de 10.000 civiles han muerto y 18.500 han resultado heridos. Además, más de 6,4 millones de personas han abandonado Ucrania. Una «masacre inútil», citando las palabras utilizadas por el Papa Benedicto XV en su carta dirigida en 1917 a los dirigentes de los pueblos beligerantes, que aún espera el único epílogo verdaderamente deseable, el de la paz.
Abismos de dolor antes que la paz
La guerra de Ucrania es una página dramática como tantas otras catástrofes desencadenadas por conflictos que asolan toda la historia de la humanidad. Cuando se sigue el doloroso camino de las armas, pueblos enteros quedan desfigurados y desgarrados por el odio. Una «locura» -como la ha llamado en varias ocasiones el Papa Francisco- que ha asolado muchas coyunturas incluso del siglo pasado y de este comienzo del tercer milenio. Pero ante estos abismos de dolor, los ojos humanos no pueden cerrar su mirada a la esperanza. Tras atroces sufrimientos, tarde o temprano -por fin- llega la hora en que se puede acoger el don de la paz. Tras montones de víctimas y escombros, llega el momento en que germina la reconciliación: el momento en que prevalecen los esfuerzos por el diálogo y la reconstrucción, no las armas. Son muchas estas coyunturas históricas, largamente esperadas, en las que resuenan las reflexiones de los Pontífices tras el final de una guerra. A menudo son palabras pronunciadas para exhortarnos a no olvidar los horrores que acabamos de vivir y a construir una nueva era, capaz de evitar nuevas destrucciones y de promover la verdadera fraternidad.
Primera Guerra Mundial, Benedicto XV: amanecer tras un odio brutal
Uno de estos momentos históricos, marcado por los frutos de la paz, se vivió el 11 de noviembre de 1918, cuando terminó la Primera Guerra Mundial, tragedia que se cobró más de 37 millones de vidas. En vísperas de la solemnidad de Navidad de aquel año, Benedicto XV, dirigiéndose al Sacro Colegio Cardenalicio, recordó este dramático capítulo de la historia: «En las alturas del Vaticano -dijo el Pontífice- han llegado desgraciadamente hasta nosotros los gritos dolorosos de estos años de guerra». Fue por tanto «con estímulo, pero también con medida, como Padre» que, continúa el Papa de la Iglesia, «deploramos y condenamos los excesos del odio brutal» y con «nuestros esfuerzos» tratamos de «acelerar el alba de la paz, recordando los principios de la inmutable (…) justicia de Cristo».
Pío XII después de la Segunda Guerra Mundial: surja un nuevo universo
El 8 de mayo de 1945 terminó en Europa la Segunda Guerra Mundial, que costó la vida a por lo menos 55 millones de personas en total. Al día siguiente, en su radiomensaje titulado «Por fin ha llegado el fin», el Papa Pío XII subraya que «la guerra ha acumulado un caos de ruinas, ruinas materiales y ruinas morales, como el género humano no ha conocido en toda su historia». La mirada del Pontífice se dirige en primer lugar a las «tumbas, a los barrancos devastados y enrojecidos por la sangre, donde reposan los innumerables restos de aquellos que han caído víctimas de los combates o de masacres inhumanas, del hambre o de la miseria». Parece que los caídos, añade el Papa Pacelli, «amonestan a los supervivientes del terrible azote» y les dicen: «Que surjan de nuestros huesos y de nuestros sepulcros y de la tierra, donde fuimos arrojados como granos de trigo, los moldeadores y constructores de una Europa nueva y mejor, de un universo nuevo y mejor, fundado en el temor filial de Dios, en la fidelidad a sus santos mandamientos, en el respeto de la dignidad humana, en el principio sagrado de la igualdad de derechos de todos los pueblos y de todos los Estados, grandes y pequeños, débiles y fuertes».
Guerra de Vietnam, Pablo VI: un futuro no exento de incógnitas
En 1975 finalizó otro sangriento conflicto, el que asoló Vietnam. Según diversas fuentes, murieron más de 58.000 soldados estadounidenses, 250.000 soldados survietnamitas y más de tres millones de soldados y civiles norvietnamitas. Dos años antes, tras la firma de los Acuerdos de Paz de París, Estados Unidos había abandonado el país. El 22 de diciembre de 1975, el Papa Pablo VI se detuvo en este gran acontecimiento del fin de la guerra en el país asiático durante su discurso al Sacro Colegio y a la Prelatura romana. «La conclusión de las hostilidades en Vietnam, después de treinta años de guerra y de lucha, abre para Indochina y para todo el sudeste asiático un nuevo capítulo, no exento de incógnitas». La Santa Sede, recuerda el Papa Montini, ha intentado «situarse y permanecer en contacto con las Autoridades de Vietnam. Desea que de este modo pueda actuar en beneficio mutuo del Estado y de la Iglesia, en un espíritu de participación amistosa en la obra de reconstrucción del país y con la esperanza de que a la Comunidad católica, una de las más florecientes del gran mundo asiático, cuna de antiguas y nobles civilizaciones, se le conceda espacio suficiente para la vida y la actividad, en el campo religioso que es propio de la Iglesia, pero no sin influencia benéfica para el desarrollo tranquilo y ordenado de toda la comunidad nacional».
Balcanes, Juan Pablo II: Sarajevo sea una encrucijada de paz
El 14 de diciembre de 1995 se ratificaron en París los Acuerdos de Dayton, que ponían fin al conflicto de Bosnia-Herzegovina, que había costado la vida al menos a 100.000 personas, entre ellas 40.000 civiles. Dirigiéndose al cuerpo diplomático el 13 de enero de 1996, el Papa Juan Pablo II subrayó que «un clima de paz parece establecerse en ciertas partes de Europa». «Bosnia-Herzegovina ha podido beneficiarse de un acuerdo que debería -esperamos- salvaguardar su fisonomía, teniendo en cuenta al mismo tiempo su composición étnica. Sarajevo, en particular, otra ciudad simbólica, debería convertirse también en una encrucijada de paz». «Por otra parte -observa el Papa Wojtyła-, ¿no se la llama la «Jerusalén de Europa»? Si el estallido de la Primera Guerra Mundial está vinculado a esta ciudad, su nombre debe convertirse finalmente en sinónimo de ciudad de la paz, y los encuentros e intercambios culturales, sociales y religiosos deben fecundar su convivencia multiétnica. Se trata de un proceso largo y no exento de dificultades».
Francisco mensajero de paz en Irak
En 2021, en un momento en que el mundo entero intenta salir de la crisis de la pandemia del Covid-19, el Papa Francisco es mensajero de paz en Irak, un país profundamente marcado en su historia reciente por múltiples conflictos. Tras la primera y segunda guerras del Golfo y el fin del régimen de Sadam Husein, Irak se ve desgarrado por una larga serie de atentados y violencia. La guerra de guerrillas se fortalece y nace el autodenominado Estado Islámico (Isis). El 9 de diciembre de 2017, el entonces primer ministro iraquí al-Abadi declara oficialmente ganada la guerra contra los milicianos del Isis. Pero la paz sigue siendo un don frágil que hay que proteger. Francisco lo recuerda en varias ocasiones durante su viaje apostólico a la tierra de Abraham. «En las últimas décadas -dijo en su encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático- Irak ha sufrido los desastres de las guerras, el azote del terrorismo y los conflictos sectarios a menudo basados en un fundamentalismo que no puede aceptar la coexistencia pacífica de diversos grupos étnicos y religiosos, de ideas y culturas diferentes. Todo esto ha traído muerte, destrucción, escombros que aún son visibles, y no sólo a nivel material: el daño es aún más profundo si pensamos en las heridas en el corazón de tantas personas y comunidades, que necesitarán años y años para sanar». «Satisfacer las necesidades esenciales de tantos hermanos y hermanas -añadió Francisco- es un acto de caridad y de justicia, y contribuye a una paz duradera».
Soñar con la paz en todas las tierras devastadas por la guerra
Toda guerra, como nos ha recordado el Papa Francisco en varias ocasiones, es «siempre una derrota». Sólo la paz conduce, en cambio, incluso en medio de heridas profundas e indelebles, a una curación progresiva. Las poblaciones de Ucrania, de Oriente Medio y de todas las regiones del mundo sacudidas por las guerras y la violencia -como Sudán del Sur, la República Democrática del Congo, Myanmar- esperan que el sueño de una auténtica reconciliación se convierta cuanto antes en un verdadero don que acoger, proteger y fortalecer. Un milagro que hay que apreciar porque la paz es el mayor antídoto contra el odio. E incluso cuando sólo es un fruto que acaba de florecer, lleva a ver de nuevo la dignidad del otro y el rostro de aquel que, en tiempos de guerra, sólo es considerado un enemigo. La reconciliación es el auténtico destino de la humanidad porque, como subrayó el Papa Benedicto XVI el 1 de enero de 2013 en la solemnidad de María Santísima Madre de Dios, «el hombre está hecho para la paz que es don de Dios».