Durante el pasado siglo y cuarto, cuatro papas, comenzando por el papa Pío X, han acometido (o intentado) reformas estructurales en la administración central de la Iglesia, la Curia Romana. Tales esfuerzos reformistas. El próximo Papa debe ocuparse de que esas reformas estructurales reflejen una comprensión adecuada de la naturaleza y la función de la Curia.

El Evangelio llama a todos los miembros de la Iglesia a la misión. Todos los católicos son consagrados para la misión por su bautismo. Los miembros del personal administrativo central de la Iglesia no constituyen excepciones a esta regla evangélica. Cada uno debe encontrar su manera de cumplir con el Gran Mandato. La Curia Romana no es, sin embargo, el lugar donde se lleva a cabo la misión evangélica de la Iglesia. La Curia Romana es un instrumento de gobierno cuya función estriba en apoyar al Obispo de Roma en el ejercicio de su singular ministerio.

Este instrumento se puede diseñar de muchas maneras, sí, pero ninguno de sus diseños debería confundir un instrumento de gobierno con una empresa misionera. Como extensión y expresión del munus regendi (misión de gobierno) inherente al ministerio de Pedro, la Curia Romana existe para facilitar la obra evangélica y misionera de los demás en toda la iglesia universal. A pesar de que sean importantes las razones de eficiencia, el diseño de la Curia Romana es de menor importancia que el carácter de los hombres y mujeres que trabajan en ella. La reorganización de casillas en un diagrama de flujo organizativo no puede sustituir el nombramiento de funcionarios de carácter sólido para llenar esas casillas. En la Curia Romana, como en todas partes, el personal es político.

En los últimos años, los escándalos financieros y sexuales han impedido el funcionamiento eficiente y han dañado la reputación de la Curia Romana. Estos escándalos, que son tácita negación de las verdades del Evangelio, han hecho un flaco favor a los esfuerzos evangélicos de la Iglesia y a su capacidad del alzarse como referente moral en los asuntos mundiales. También han causado considerable angustia dentro de la Iglesia, particularmente entre los laicos cuya generosidad hace posible el trabajo de los diversos dicasterios en el Vaticano. Por lo tanto, el próximo Papa debe emprender una limpieza profunda en la Curia Romana. Esto requiere un Papa de carácter animoso que no dude en destituir al personal corrupto o infractor, cualquiera que sea su rango jerárquico, y en reemplazarlo con colaboradores de alta competencia y probidad. Los colaboradores curiales del próximo Papa no deben ser elegidos sobre la base de un sistema de promoción clerical o burocrática; nadie tiene derecho a una posición de responsabilidad en la Curia Romana. Más bien, los próximos colaboradores del Papa deben ser hombres y mujeres que ya hayan demostrado en sus iglesias locales un compromiso con la verdad de la fe católica y con el trato honesto de los demás, y que consideren el trabajo en la Curia como un sacrificio emprendido por obediencia, y no como un medio para medrar.

Ambas cualidades —la fidelidad doctrinal y la rectitud moral— son necesarias para la reforma curial. Porque la Curia Romana no puede ser un instrumento eficaz de gobierno papal en aras de la Nueva Evangelización si sus miembros no afirman las verdades que la iglesia enseña ni las viven en su propia vida.

El clero y los laicos que no creen que sea verdad lo que enseña la iglesia católica, que es verdadero sobre la base de la revelación y la razón, no tienen cabida en la administración central de la iglesia. Los clérigos y los religiosos y religiosas que no viven fielmente sus compromisos mediante los votos con la virtud de la castidad y el amor célibe no tienen cabida en la Curia Romana. Los clérigos y laicos codiciosos que ven en el servicio curial un medio de enriquecimiento personal o familiar no tienen cabida en la Curia Romana.

Ningún aparato burocrático es perfecto, y sería tonto (o jansenista) esperar la perfección de la Curia Romana o de sus miembros. No obstante, el próximo Papa debe abordar enérgicamente las corrupciones curiales manifiestas y múltiples que han salido a la luz en las últimas décadas, depurando a los funcionarios de alto rango (y de menor rango) si hay evidencia de su corrupción personal o financiera, o ambas cosas. El próximo Papa debe hacerlo por el bien de la credibilidad evangélica y el testimonio moral de la Iglesia. También en aras de convertir a aquellos cuya malversación (y peor) en el cargo ha herido sus propias almas, así como la obra de la Iglesia. (Extracto del libro El próximo Papa (2020) de George Weigel, publicado por Bibliotheca Homo Legens).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: Contenido Protegido