Cancún, Quintana Roo.– El Señor necesita obreros para trabajar en su viña; su viña es la iglesia y los trabajadores somos todos los bautizados. Nos habíamos hecho a la idea de que los trabajadores de su viña eran los sacerdotes, los religiosos, las religiosas, todos los que se consagran toda su vida a la causa del Reino. Pero hemos ido descubriendo cada día más claramente que todos los bautizados somos invitados a trabajar en su viña. “Vayan también ustedes a trabajar en mi viña”. El Señor va llamando en diferentes tiempos, en diferentes tareas, a diferentes personas, en diferentes situaciones y circunstancias; pero a todos los va llamando a trabajar según su carisma personal.
No todos van a administrar sacramentos, pero todos pueden evangelizar. No todos ocuparán cargos y oficios dentro de la iglesia, pero todos pueden llevar la palabra y el testimonio cristiano a sus comunidades y a sus ambientes en donde viven: la familia, la escuela, la empresa, en su lugar de trabajo. Que los laicos estén atentos porque en cualquier momento el Señor les puede llamar, invitar para que vayan a su viña y que sean generosos para escuchar el llamado y para
responder con prontitud y disponibilidad.
“El dueño de la viña le dijo al administrador: llama a los trabajadores y págales su jornal”. Los que habían llegado al caer la tarde recibieron un denario y la sorpresa fue que los que habían llegado al amanecer y habían soportado todo el peso del sol y del cansancio también recibieron un denario. A primera vista parece algo injusto, pero en el fondo lo que Jesús quiere subrayar es la misericordia, la bondad, la gratuidad de Dios nuestro Padre. La lógica de Dios no es la lógica de los hombres, es la lógica del amor, de la misericordia, de la gratuidad. El trabajo en la viña se refiere al trabajo en toda nuestra vida humana que al final tendrá una remuneración. Y no será el final lo mismo para los justos, que para
los pecadores. No será el final lo mismo para los que obraron el bien, que para los que obraron el mal; pero al final el premio de la vida es tan grande, tan maravilloso, que es un don de Dios gratuito, porque esa magnitud y esa grandeza no la podemos alcanzar a merecer. La bienaventuranza eterna es tan maravillosa y tan grande que es superior a nuestros merecimientos y que sólo el amor es el origen de ese gran don y de ese gran regalo de la bienaventuranza
eterna.
“Vayan también ustedes a trabajar en mi viña”. Cuando el Señor invita a los que están ahí en la plaza esperando que alguien los contrate, podemos pensar en los fieles laicos que están esperando y buscando como ayudar, como servir a la iglesia. En la encuesta que hicimos en nuestro Sínodo Diocesano muchísimas personas decían que participaban en la iglesia y querían participar más porque querían servir, porque les hacía mucha ilusión y les llamaba mucho poder servir a sus hermanos y porque ven en la iglesia un espacio para servir y ayudar a sus hermanos: en la evangelización, en sus necesidades, en sus penas, en sus tristezas, en sus angustias, en sus dolores, en tantas situaciones muy
penosas y lastimosas. Pero queridos hermanos laicos, el campo es más grande y amplio; la viña del Señor es el mundo entero, especialmente ahí donde vivimos y donde trabajamos. No tenemos que entrar a la iglesia y a sus estructuras.
Ya la viña del Señor se ha ampliado: a nuestra familia, a nuestro lugar de trabajo, a nuestra colonia, a nuestra ciudad, a nuestras amistades, a nuestra escuela, ahí es donde está la viña del Señor y ahí tenemos una misión muy grande. Dentro de la familia que reinen los valores del proyecto de Dios, del plan de Dios, del Reino de Dios. Los valores de la justicia, del amor, de la paz, de la bondad, del perdón, de la misericordia. Ahí la familia es un gimnasio para ejercitarnos en esas virtudes que son las que caracterizan al Reino de Dios, comenzando con la educación de nuestros hijos, educarlos en el respeto, en la obediencia, en la solidaridad, en la responsabilidad; todos esos valores familiares que
construyen la familia son los que construyen la sociedad, son los que construyen el Reino. Lo mismo en el lugar de trabajo, el respeto, la honestidad, la responsabilidad son valores, no solo que construyen la empresa, sino que construyen el Reino y construyen la sociedad y construyen un mundo mejor, y así lo mismo en nuestra colonia cuando hay respeto, cuando hay justicia, cuando hay solidaridad entre todos, cuando hay paz. Todos estamos llamados a ser
constructores de paz.
“Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”. Hoy nuestra Patria,
nuestra ciudad, nuestra colonia necesita urgentemente constructores, artífices, arquitectos y artesanos de paz que, con su conciencia, con su sensibilidad y con su trabajo o con su compromiso traten de construir esas buenas relaciones de reconstruir el tejido social, de reconstruir las buenas relaciones de vecindad para que podamos verdaderamente tener un México justo, solidario y en paz, + Pedro Pablo Elizondo Cárdenas, L. C. Obispo de Cancún-Chetumal.