Cancún, Quintana Roo.– “Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas”. La corrección fraterna cuesta mucho hacerla y recibirla. Jesucristo nos enseña cómo hacerla individual y comunitariamente, pero al final deja abierta la posibilidad de que esa corrección fraterna no sea aceptada por nuestro hermano a pesar de todos los cuidados y miramientos que hayamos puesto en hacerla. ¿Por qué nos cuesta tanto recibir una corrección fraterna? porque nos duele en nuestro amor propio herido, porque lastima la vanidad y la soberbia, porque pone el dedo en la llaga para curarla. Cuando nos corrigen pensamos mal, consideramos que nos quieren herir, dañar, ofender. Aunque pensemos que quieren hacernos un mal en realidad nos quieren hacer un bien. Una corrección fraterna es una ayuda para superar la falta, una corrección fraterna es un acto de caridad y de amor especial porque amar es querer el bien del otro y también al que corrige le cuesta mucho corregir, pero lo hace por el bien de su hermano. Toda corrección bien hecha al principio duele, pero al final nos hace mucho bien. Toda curación de una herida infectada nos duele mucho, pero al final es muy sana y benéfica.

“Si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo sea lo que fuere, mi Padre celestial se los concederá”. En nuestras debilidades, fallos y caídas, necesitamos ayudarnos unos a otros para salir adelante, necesitamos que alguien nos eche la mano para salir del hoyo, para levantarnos de la lona, del fango, del suelo en donde hemos caído. Necesitamos corregirnos unos a otros, pero debemos hacerlo con la pedagogía del amor y con la fuerza de la oración. Sólo en el amor se acepta la corrección, sólo con amor se hace la corrección, solo con la fuerza de la oración se vence el mal a fuerza de bien porque en la oración está la fuerza de Dios que todo lo puede. La oración nos capacita para ver todo con los ojos de Dios para no juzgar ni condenar sino buscar la salvación de nuestros hermanos en la corrección fraterna. Debemos sentirnos responsables y centinelas de la vida de nuestro hermano como de algo que nos pertenece y no como indiferentes y ajenos a su destino, la unión de fuerzas en la oración es más poderosa y eficaz que la oración individual, Dios quiere que nos reunamos en el nombre de Jesús para que pidamos algo, sea lo que fuere y nuestro Padre celestial nos lo concederá.

“Ahí estoy yo en medio de ellos”. El inmenso amor de Dios por los hombres pecadores le ha movido siempre a estar en medio de nosotros, tan cercano como un amigo para acompañarnos y conversar con nosotros como un amigo platica con otro amigo. Es el Emanuel, el Dios con nosotros que se interesa, que se involucra, que se compromete y se apasiona de nuestra vida y de nuestro dolor y de nuestras caídas. Es el Dios compasivo y misericordioso, que quiere perdonar al hombre pecador, levantarlo de sus caídas, liberarlo de sus esclavitudes, sanarlo de sus heridas. Dios es cercano y quiere cuidar de mí, de ti, de todos. La cercanía es el rasgo propio del Dios de la revelación: ¿Cual pueblo tiene a su Dios cercano a ellos, como yo te soy cercano a ti? (Dt. 4, 7). El Dios cercano es un buen Padre que sabe corregir a sus hijos porque los ama. El Dios cercano con una cercanía compasiva y tierna quiere aliviarte de las cargas que te aplastan, quiere iluminar tus días oscuros, quiere corregir tus yerros y quiere sostener tus pasos inciertos. Y lo hace con su palabra con la que te habla para perdonarte, para consolarte en tus tristezas, para encender la esperanza en medio de tus miedos, para hacer que vuelvas a encontrar la alegría en los laberintos de tu tristeza, de tu confusión y de tu extravío. Para acompañarte no en el laberinto sino en el camino donde lo puedes sentir más cercano cada día. + Pedro Pablo Elizondo Cárdenas. L. C. Obispo de Cancún-Chetumal

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