Cancún, Quintana Roo.- La revelación. “En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan y los hizo subir a solas con él a un monte elevado, y ahí se transfiguró en su presencia”. En esta escena del Evangelio, Cristo toma la iniciativa y toma consigo a sus discípulos y los hace subir a solas con él y se transfigura delante de ellos. Esta escena nos enseña que Dios nos amó primero y siempre se nos adelanta. Nos enseña que nos conoció de antemano y nos predestinó de antemano. Nuestra fe en él es una aceptación de lo que él nos manifestó primero. La religión cristiana no es una religión, es una revelación. Una religión es una búsqueda que parte del hombre en búsqueda de Dios. Una religión humana establece ritos, ceremonias, creencias para buscar a tientas la conexión con Dios. Una revelación parte de Dios que toma la iniciativa, se revela al hombre, le habla y se manifiesta en todo su esplendor. En la transfiguración vemos como Cristo recorre el velo de su humanidad que cubre la divinidad para hacernos ver la gloria y el resplandor de su divinidad: “Su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz” (Mt. 17).
La Contemplación. “Señor, que bueno sería quedarnos aquí, si quieres haremos aquí tres tiendas”. A la revelación que Dios hace de su gloria, corresponde al hombre acoger con espíritu contemplativo en su corazón, esa revelación. El hombre ya no necesita andar buscando a Dios, ya sólo necesita dejarse encontrar por Dios que lo anda buscando antes y que se le revela primero. Dios se nos revela en la oración, cuando abrimos nuestro corazón, escuchamos su palabra y contemplamos su rostro. En la oración necesitamos quedarnos contemplando su rostro largo tiempo hasta que resplandezca como el sol. Necesitamos que darnos ahí hasta que su rostro resplandezca como el sol y sus vestiduras brillen como la luz. Quedarnos contemplando su humanidad hasta que aparezca la gloria de su divinidad. Quedarnos escuchando su palabra hasta que ilumine nuestra mente y arda nuestro corazón. Quedarnos asombrados contemplando la Eucaristía hasta que se nos abran los ojos, lo reconozcamos vivo y glorioso y llene nuestra alma de paz, alegría y amor. En los momentos de crisis y oscuridad Cristo el sol que nace de lo alto viene a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte. En este mundo tan lleno de confusión, tan agitado y estresante, necesitamos reservar largos momentos de adoración y contemplación para recuperar la paz, las fuerzas y el ánimo en nuestro duro camino.
La acción. Terminada la experiencia del encuentro maravilloso con el Señor, los discípulos tienen que bajar al valle de la vida ordinaria y rutinaria y ahí dar testimonio de lo que vieron y oyeron en el monte santo. Esa experiencia inolvidable, marcó la vida de Pedro, Santiago y Juan, cuya contemplación les cambió la vida y ya no podían dejar de hablar y testimoniar lo que habían visto y oído en el monte santo. Aquella transfiguración, transfiguró su vida, sus virtudes y actitudes y su rostro. Y se volvieron apóstoles incansables del anuncio de Cristo resucitado. + Pedro Pablo Elizondo Cárdenas, L. C. Obispo de Cancún-Chetumal.