Cancún, Quintana Roo.– “El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo, pero mientras los trabajadores dormían, llegó un enemigo del dueño y sembró cizaña entre el trigo” (Mt.13, 24.). En el mundo en que vivimos está muy mezclado el bien y el mal, el trigo y la cizaña.
Es un misterio como aparentemente parece prosperar y tener más éxito el mal sobre el bien; los malos, los corruptos, los delincuentes, que los honestos y los buenos.
Nos sorprendemos al toparnos con tanto mal, engaño, mentiras, extorsiones, secuestros y asesinatos. Nos desesperamos y queremos que se haga justicia inmediatamente, pero también sabemos que, si no llega la justicia humana, un día si llegará la justicia divina, tarde o temprano la justicia tendrá la última palabra. Nos impacientamos y queremos hacer justicia por nuestra propia mano, eliminar el mal y hacer triunfar el bien. Pero los tiempos de Dios son diferentes.
Dios es muy paciente, él siembra la buena semilla en el campo y aunque le sorprende la cizaña que siembra el maligno, siempre espera la conversión del pecador. En el corazón del hombre se puede transformar siempre y milagrosamente la cizaña en trigo. Dios nunca pierde la esperanza, hasta el último momento. Está dispuesto a perdonar y a derramar todas sus gracias, para lograr la conversión del pecador. Está esperando con los brazos y el corazón abierto a que regrese el hijo pródigo a su casa. La paciencia y la misericordia de Dios son la salvación del pecador.
El Reino de los Cielos, es semejante también a la semilla de mostaza que un hombre siembra en un huerto y que cuando crece, llega a ser más grande que las hortalizas. También se parece el Reino de los Cielos, a la levadura que fermenta toda la masa. Con estas dos parábolas nos aclara el Señor, que el mal no tiene la última palabra. Que el bien va creciendo silenciosamente y termina por triunfar exitosamente. Que todos estamos llamados a la conversión y a vencer el mal con el bien. Que los malos no están allá y que los buenos estamos acá, sino que la línea del bien y del mal, pasa por en medio de cada corazón. Que, en esa lucha interna, no estamos solos, sino que el espíritu de Dios está con nosotros y lucha contra el espíritu del mal. “Tenemos con nosotros todas las armas para vencer al enemigo, la espada de la esperanza, la coraza de la justicia y la verdad, calzados los pies por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la fe para apagar todos los dardos encendidos del maligno, tomando siempre la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios. Siempre en oración y súplica, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos” (Ef. 6,14). + Pedro Pablo Elizondo Cárdenas, L. C. Obispo de Cancún-Chetumal.