La religiosa de la congregación de las Pobres Hermanas Escolares de Nuestra Señora relata
lo que aprende y experimenta mientras ejerce su ministerio como comadrona en la
maternidad del hospital de Nsawam (Ghana). Además de la asistencia al parto, a través de
la educación sanitaria la hermana Esther ayuda a las madres a tomar decisiones
responsables y a cambiar sus vidas a mejor.

Sor Esther Alaam y Sor Frances Okafor, Pobres Hermanas Escolares de Nuestra Señora

Mi experiencia laboral en el sector de la salud ha sido un viaje de aprendizaje,
ayuda, empoderamiento, amor. Descubrí que hay muchas razones por las que a
algunas personas les resulta difícil mantenerse saludables: pobreza, falta de
atención y educación para la salud, prácticas y creencias dañinas, hasta cónyuges
o miembros de la familia hostiles. Como profesional de la salud, trato de ayudar a
cada individuo a abordar estos aspectos con la ayuda de la familia y la comunidad.

Actualmente soy matrona en la sala de maternidad del hospital de Nsawam, en
Ghana. Trabajar con madres, niños, familias, jóvenes, parejas y mujeres
embarazadas para lograr una salud óptima ha sido gratificante, pero también un
desafío. Ser parte del proceso de nacer siempre ha sido una experiencia
fantástica: es mi oportunidad de participar en la creación de Dios, y esta es una de
las experiencias más increíbles para mí. No dejo de sorprenderme de la
profundidad de la experiencia de ser uno de los primeros en recibir a un recién
nacido en el mundo.

Aceptar la confianza de los padres y asumir la responsabilidad de cuidar, alimentar
y ayudar a sus hijos me da un gran sentido de logro y servicio a Dios. Incluso
después del parto, nuestros caminos se siguen cruzando. Puedo seguir a los que
viven cerca, a veces incluso puedo asistir a las ceremonias de bautizo o de

imposición del nombre. A otros los vuelvo a ver cuando vienen para las vacunas y
los controles. Cuando crecen, mi corazón late fuerte cada vez que los encuentro:
me siento realizada, agradecida y honrada de participar en la creación de Dios.
Aprendiz de por vida
El tiempo que he pasado en la maternidad me ha enseñado que, por muy
preparada que esté una comadrona, sigue aprendiendo con cada nueva
experiencia. Hay situaciones en las que se necesita la ayuda de un médico
experimentado, cuando es necesario tomar decisiones difíciles, cuando la mujer
debe ser confiada a un cuidado adicional. Saber cómo manejar la situación y qué
decisiones hay que tomar: todo esto forma parte de la profesionalidad de la
matrona. Por eso tendré que ser aprendiz de por vida.

Ayudar con amabilidad y respeto
De mi experiencia he aprendido que regañar y acusar ciertamente no lleva a las
personas a cuidarse más; más bien, puede llevarlas a no confiar más en sus
necesidades y sentimientos, empujándolas en cambio a las manos equivocadas
de falsos profesionales de la salud: esto me ha enseñado a ser amable y
comprensiva cuando trato con pacientes.

Gran parte de mi trabajo, como el de cualquier partera, está dirigido a responder a
las necesidades sanitarias de las mujeres. Lo más importante que cualquiera
puede hacer por el bienestar de otra persona es escuchar, conocer sus ideas,
experiencias, necesidades, preguntas e inquietudes. Esto significa que hay que
hablar con ellos y no a ellos, haciéndoles entender que estamos interesados en su
bienestar. A menudo, una palabra amable, una caricia afectuosa o una
conversación respetuosa pueden más que una medicina. Al mostrar atención y
respeto a una mujer, la ayudamos a aprender a cuidarse y respetarse a sí misma.

Los cambios requieren tiempo

También he aprendido que los cambios llevan tiempo. Por ejemplo, yo tardé
mucho tiempo en aceptar las consecuencias del Covid-19: todo se invirtió y
muchos de nosotros nos quedamos con un gran miedo. Sin embargo, teníamos
que seguir reuniéndonos con todas las personas que necesitaban nuestro cuidado
y ayuda. Ese periodo ha hecho que el vínculo entre nosotros, como grupo de
trabajo, se haya fortalecido y nos haya hecho sentir como una familia.
Necesitábamos el hombro del otro en el que apoyarnos. Sabemos que ninguno de
nosotros individualmente puede hacer todo lo posible para seguir luchando contra
este virus. Además, hemos aprendido que trabajar con otros para formar una
unidad o comunidad fuerte marca la diferencia, incluso si los cambios no son
visibles de inmediato. La presencia y una pequeña sugerencia pueden ser para el
otro un estímulo que ni siquiera podemos imaginar.

Pon en práctica lo que enseñas
Mis pocos años en el cuidado de la salud me han hecho darme cuenta de que las
personas a las que cuido prestan más atención a lo que hago que a lo que digo.
Como matrona, he aprendido que puedo ser un buen ejemplo para las mujeres en
la forma en que las considero y las trato. Por ejemplo, antes de enseñar a una
mujer los conceptos de higiene, me aseguro de haberme lavado las manos y
limpiado el ambiente en el que la recibo. Somos conscientes de que las personas
con las que trabajamos también tienen expectativas de nosotros, por lo que
debemos ser honestos y transparentes en nuestras relaciones.
Trabajar por la alegría que viene
Es muy importante hacer lo que hacemos con alegría y desde mi pequeña
experiencia puedo decir que el trabajo de la matrona es una alegría. He conocido
a personas y personalidades tan diversas, he aprendido a conocer lo que
practican y en qué creen, he acogido en el mundo a tantos niños y he
experimentado de qué maravillosa manera Dios obra en las fases del trabajo.
Cuando amamos lo que hacemos, trabajamos mejor y la gente se sentirá motivada
a seguir nuestro ejemplo.

Responsabilizar al otro
Otro valor que he visto poner en práctica y que he aprendido es el de
responsabilizar a mi prójimo. Hacemos que las madres sean más fuertes a través
de la educación sanitaria que les damos a diario. Esto les ayuda a tomar
decisiones independientes y a cambiar mejor sus vidas. Cuando las personas se
sienten más fuertes, se sienten alentadas a usar sus habilidades: aprenden a
tomar conciencia de su valor y a creer en sí mismas.

Día a día
Cada día, su experiencia. Por eso yo acojo cada nuevo día con los brazos
abiertos, convencida de que Dios estará conmigo en cada encuentro. Cada día,
cuando salgo de casa para ir al hospital, llevo conmigo esperanza, amor,
confianza, compasión, empatía, dispuesta a hacer mi parte sabiendo que el resto
lo hará el Señor.
Y cuando la jornada ha terminado, llevo conmigo —llena de gratitud— a todas las
personas que he acompañado a lo largo de la jornada en mi oración personal y
comunitaria. Rezo para que los niños que he asistido en el momento del
nacimiento crezcan y desarrollen todas sus características humanas, estén llenos
de vida, se conviertan en hombres y mujeres responsables en cualquier lugar
donde Dios los destine a vivir.

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