Una religiosa, amiga de la infancia, ha redactado estas preciosas palabras: “Acompañaste a
nuestro castigado pueblo hasta la muerte”
ACN.- La Hna. Jacky Abinassif, originaria de Majd el Meouch (Líbano), conocía bien al
padre Imad Daher, fallecido el pasado 6 de febrero en Alepo, durante el terremoto que
sacudió el norte de Siria y el sureste de Turquía. “Era amigo de mi familia -fue vecino
nuestro- y un buen amigo de mi hermano”, cuenta a Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN).
La religiosa reside actualmente en Montreal, donde es coordinadora de comunicación de
la eparquía greco-melquita católica de Canadá y directora de Sawt el Rab (Voz del Señor),
una emisora de radio trilingüe (árabe, inglés y francés) que opera en Internet.
En los últimos años, el padre Imad había estado cuatro veces en Montreal, la última el
pasado enero. “En Montreal, los jóvenes de nuestra Iglesia lo querían mucho”, asegura
la Hna. Jacky, que pertenece a las Hermanas de Nuestra Señora del Santo Rosario. Este
hombre de acción y dialogante, que era tan querido, resultó herido el 10 de octubre de
2012 en la guerra siria a consecuencia de un bombardeo: el derrumbe de una escalera le
aplastó las manos y gran parte de la cara.
Ayuda a la Iglesia Necesitada ha recibido permiso para adaptar y compartir el testimonio
de la Hna. Jacky:
«Querido padre Imad, en enero no sabíamos que tu visita a Montreal sería la última.
Entonces, tuve la oportunidad de hacerte esta foto con tu maleta: ¡es como si te
dispusieras a ir al paraíso!
Te propusimos que te quedaras unas semanas más en Montreal para disfrutar de tu
presencia, porque en Alepo la escuela seguía cerrada y no había fuel para calentar las
aulas.
Tu respondiste: “Durante la guerra no me fui de Alepo y no abandoné a nuestra gente. Si
pasan frío, yo pasaré frío con ellos, y si están en peligro, yo viviré lo peor y lo mejor con
ellos”. También me dijiste: “Hermana mía, mi madre, la Virgen, nunca me abandona:
hágase la voluntad de Dios”.
En la guerra de Siria resultaste herido y permaneciste en el hospital durante meses.
Perdiste un ojo y tuviste que someterte a varias operaciones en las manos y la cara, pero
nunca te quejaste. Soportaste tus sufrimientos con los de Jesucristo y proseguiste tu
camino hacia la muerte con nuestro castigado pueblo. Compartiste la tragedia del
terremoto con los habitantes de Alepo y, por segunda vez, quedaste sepultado bajo los
escombros. Esta vez fuiste a reunirte con aquel a quien ama tu corazón, Jesús.
Querido padre Imad, compañero de mi juventud y compañero en el rezo del rosario, en la
guerra del Líbano fuiste el único que, bajo las bombas, cruzó toda Beirut desde Ain El
Remmaneh hasta Achrafieh y luego hasta el Dawra para saber si todo iba bien en las
comunidades cristianas.
Al cabo de 25 años nos reencontramos en Canadá, cuando viniste a participar en el festival
de La Voz del Señor. Estabas lleno de entusiasmo y feliz de presenciar un festival para el
Señor.
Además, durante la pandemia del COVID-19 hiciste una emisión en directo por Facebook
en la emisora que dirijo (Sawt el Rab) sobre las doctrinas de la Iglesia católica, porque
querías que la gente retornara a las enseñanzas de nuestra Iglesia. En tono firme, me
dijiste: “No debemos seguir a cualquiera. Nuestra Iglesia es nuestra madre y ha sido
nuestra escuela durante dos mil años”.
En la catedral católica greco-melquita de San Salvador de Montreal, pequeños y mayores
te adoraban. En todos los encuentros, los jóvenes reclaman tu presencia.
Cuando celebraste la Navidad y el Año Nuevo aquí, con nosotros, estabas lleno de vida y
esperanza. Viniste a bautizar a la hija de mi hermano Tony -gran amigo tuyo-, y también a
ver a los alumnos que estuvieron contigo en la escuela Amal en Alepo y que finalmente
tuvieron que emigrar a Canadá. Lo hiciste para recordarles que el seno de nuestra Iglesia
es el más tierno y el que les permite estar a salvo.
Hermano mío, sé que estás en el cielo, pero tu partida resulta desgarradora.
Ruego porque el Señor ayude a tu madre y a tu familia.
Ayúdanos a reencontrarnos contigo, como nuestro maestro y salvador Jesús nos enseñó
que somos hijos de la resurrección e hijos del reino de Dios.
¡Cristo ha resucitado!
¡Verdaderamente ha resucitado!
Ruega por nosotros, querido padre y hermano, y apoya a todos los que recurren a ti.
Por último, en consonancia con el espíritu de la epístola de san Pablo a los filipenses,
capítulo 1, versículo 23, yo sé cuál era uno de tus mayores deseos: “… partir para estar con
Cristo, que es con mucho lo mejor”.
Ila lika, ¡Adiós!
Hermana Jacky Abinassif
Católica greco-melquita»