Nació el 28 de marzo de 1913 en Sahuayo, Michoacán. Al decretarse la
suspensión del culto público, José tenía 13 años y 5 meses. Su hermano Miguel
decidió tomar las armas para defender la causa de Cristo y de su Iglesia. José,
viendo el valor de su hermano, pidió permiso a sus padres para alistarse como
soldado; su madre trató de disuadirlo, pero él le dijo: «Mamá, nunca había sido tan
fácil ganarse el cielo como ahora, y no quiero perder la ocasión». Su madre le dio
permiso, pero le pidió que escribiera al jefe de los Cristeros de Michoacán para ver
si lo admitía. José escribió al jefe cristero y la respuesta fue negativa. No se
desanimó y volvió a insistir pidiéndole que lo admitiera, si no como soldado activo,
sí como un asistente.

En el campamento se ganó el cariño de sus compañeros que lo apodaron
«Tarsicio». Su alegría endulzaba los momentos tristes de los cristeros y todos
admiraban su gallardía y su valor. Por la noche dirigía el santo rosario y animaba a
la tropa a defender su fe.

El 5 de febrero de 1928, tuvo lugar un combate, cerca de Cotija. El caballo del
general cayó muerto de un balazo, José bajó de su montura con agilidad y le
dijo: «Mi general, aquí está mi caballo, sálvese usted, aunque a mí me maten. Yo
no hago falta y usted sí» y le entregó su caballo. En combate fue hecho prisionero
y llevado ante el general callista quien le reprendió por combatir contra el Gobierno
y, al ver su decisión y arrojo, le dijo: «Eres un valiente, muchacho. Vente con
nosotros y te irá mejor que con esos cristeros». «¡Jamás, jamás! ¡Primero muerto!
¡Yo no quiero unirme con los enemigos de Cristo Rey! ¡Yo soy su enemigo!
¡Fusíleme!».

El general lo mandó encerrar en la cárcel de Cotija, en un calabozo oscuro y
maloliente. José pidió tinta y papel y escribió una carta a su madre en la que le
decía: «Cotija, 6 de febrero de 1928. Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en
combate en este día. Creo que voy a morir, pero no importa, mamá. Resígnate a
la voluntad de Dios. No te preocupes por mi muerte… haz la voluntad de Dios, ten
valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre…».

El 10 de febrero de 1928, como a las 6 de la tarde, lo sacaron del templo y lo
llevaron al cuartel del Refugio. A las 11 de la noche llegó la hora suprema. Le
desollaron los pies con un cuchillo, lo sacaron del mesón y lo hicieron caminar a
golpes hasta el cementerio. Los soldados querían hacerlo apostatar a fuerza de
crueldad, pero no lo lograron. Dios le dio fortaleza para caminar, gritando vivas a
Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe. Ya en el panteón, preguntó cuál era su
sepultura, y con un rasgo admirable de heroísmo, se puso de pie al borde de la
propia fosa, para evitar a los verdugos el trabajo de transportar su cuerpo. Acto
seguido, los esbirros se abalanzaron sobre él y comenzaron a apuñalarlo. A cada
puñalada gritaba de nuevo: «¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!». En
medio del tormento, el capitán jefe de la escolta le preguntó, no por compasión,
sino por crueldad, qué les mandaba decir a sus padres, a lo que respondió
José: «Que nos veremos en el cielo. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de
Guadalupe!». Mientras salían de su boca estas exclamaciones, el capitán le
disparó a la cabeza, y el muchacho cayó dentro de la tumba, bañado en sangre, y
su alma volaba al cielo. Era el 10 de febrero de 1928. Sin ataúd y sin mortaja
recibió directamente las paladas de tierra y su cuerpo quedó sepultado, hasta que
años después, sus restos fueron inhumados en las catacumbas del templo
expiatorio del Sagrado Corazón de Jesús. Actualmente reposan en el templo
parroquial de Santiago Apóstol, en Sahuayo, Michoacán.

Fue beatificado el 20 de noviembre de 2005.
Canonizado por el Papa Francisco el 16 de octubre de 2016.
Fuente: Vatican.va

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