Preguntas y respuestas basadas en la encíclica Ecclesia de Eucaristía” en la que
se abordan las características fundamentales de este sacramento de amor
Por: Fe y Familia | Fuente: www.feyfamilia.com

¿Qué es la Eucaristía?
«El Señor Jesús, la noche en que fue entregado», (1 Co 11, 23), instituyó el
Sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre. Las palabras del apóstol Pablo
nos llevan a las circunstancias dramáticas en que nació la Eucaristía. En ella está
inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No
sólo lo evoca, sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la
Cruz que se perpetúa por los siglos.

¿Recibimos este sacramento de manos de Cristo?
La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre
otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque
es don de Sí mismo, de su Persona en su santa humanidad y, además, de su obra
de salvación. Ésta no queda relegada al pasado, pues todo lo que Cristo es y todo
lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así
todos los tiempos.

¿Es un sacramento de amor?
Misterio grande, Misterio de misericordia. ¿Qué más podía hacer Jesús por
nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega «hasta
el extremo», (Jn 13, 1), un amor que no conoce medida.

¿Por qué es importante la Eucaristía?
Con razón ha proclamado el Concilio Vaticano II que el Sacrificio eucarístico es
«fuente y cima de toda la vida cristiana». «La sagrada Eucaristía, en efecto,
contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra
Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo».
Por tanto, la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el
Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso
amor.

¿Qué relación tiene con la Iglesia?
Del misterio pascual nace la Iglesia. Precisamente por eso la Eucaristía, que es el
sacramento por excelencia del misterio pascual, está en el centro de la vida
eclesial. Se puede observar esto ya desde las primeras imágenes de la Iglesia que
nos ofrecen los Hechos de los Apóstoles: «Acudían asiduamente a la enseñanza

de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones» (2, 42). La
«fracción del pan» evoca la Eucaristía. Después de dos mil años seguimos
reproduciendo aquella imagen primigenia de la Iglesia.

¿Cómo llega hasta nuestros días?
El acontecimiento pascual y la Eucaristía que lo actualiza a lo largo de los siglos
tienen una «capacidad» verdaderamente enorme, en la que entra toda la historia
como destinataria de la gracia de la redención. Este asombro ha de inundar
siempre a la Iglesia, reunida en la celebración eucarística.
La Misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa
el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la
Sangre del Señor.

¿Está realmente Cristo presente en este sacramento?
Recordemos la doctrina siempre válida del Concilio de Trento: «Por la
consagración del pan y del vino se realiza la conversión de toda la sustancia del
pan en la sustancia del cuerpo de Cristo Señor nuestro, y de toda la sustancia del
vino en la sustancia de su sangre. Esta conversión, propia y convenientemente, fue
llamada transubstanciación por la Iglesia Católica».
Verdaderamente la Eucaristía es un misterio que supera nuestro pensamiento y
puede ser acogido sólo en la fe. «No veas —exhorta san Cirilo de Jerusalén— en el
pan y en el vino meros y naturales elementos, porque el Señor ha dicho
expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los
sentidos te sugieran otra cosa».

¿Cómo descubrimos a Cristo en la Eucaristía?
Contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste,
en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su
cuerpo y de su sangre. La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por
Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, «misterio de
luz». Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la
experiencia de los dos discípulos de Emaús: «Entonces se les abrieron los ojos y le
reconocieron», (Lc 24, 31).

¿Y qué pasa cuando comulgamos?
La eficacia salvífica del sacrificio se realiza plenamente cuando se comulga
recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se
orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión:
le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha

entregado por nosotros en la Cruz; su sangre, «derramada por muchos para perdón
de los pecados», (Mt 26, 28). La Eucaristía es verdadero banquete, en el cual Cristo
se ofrece como alimento.

¿Cómo debemos recibir la comunión?
El Catecismo de la Iglesia Católica establece: «Quien tiene conciencia de estar en
pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a
comulgar». El Concilio de Trento ha concretado que, para recibir dignamente la
Eucaristía, «debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente
de pecado mortal».

¿Cómo nos ayuda en nuestra vida cristiana?
Una consecuencia significativa propia de la Eucaristía es que da impulso a nuestro
camino… poniendo una semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana de
cada uno a sus propias tareas (y así) contribuir con la luz del Evangelio a la
edificación de un mundo plenamente conforme al designio de Dios.

¿Fuera de la Misa cómo debemos encontrarnos con la Eucaristía?
El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la
vida de la Iglesia. La presencia de Cristo bajo las sagradas especies que se
conservan después de la Misa deriva de la celebración del Sacrificio y tiende a la
comunión sacramental y espiritual. (Hay que) animar el culto eucarístico,
particularmente la exposición del Santísimo Sacramento y la adoración de Cristo
presente bajo las especies eucarísticas.

¿Cómo visitar el Santísimo Sacramento?
Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto,
palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en
nuestro tiempo sobre todo por el «arte de la oración», ¿cómo no sentir una
renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración
silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento?

María y la Eucaristía
Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y
Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia.
Efectivamente, Ella puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene
una relación profunda con él.

Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir
continuamente este don. Significa tomar con nosotros —a ejemplo de Juan— a
quien una vez nos fue entregada como Madre.

Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo,
aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente
con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones
eucarísticas.
En el humilde signo del pan y el vino, transformados en su cuerpo y en su sangre,
Cristo camina con nosotros como nuestra fuerza y nuestro viático y nos convierte
en testigos de esperanza para todos.
Si ante este Misterio la razón experimenta sus propios límites, el corazón,
iluminado por la gracia del Espíritu Santo, intuye bien cómo ha de comportarse,
sumiéndose en la adoración y en un amor sin límites.

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