Mensaje dominical
05 de junio 2022
1. La paz esté con ustedes. Y los discípulos se llenaron de alegría.
El primer fruto del Espíritu Santo, es la paz. En medio de la tristeza, el temor y la turbación de los discípulos, irrumpen el viento del Espíritu y cambia todo. Como rayo de luz que penetra en un cuarto oscuro y lo ilumina todo de repente. Como música celestial que inunda todo el ambiente de la casa, así el Espíritu Santo inunda el ánimo y el alma de los discípulos transformándolo todo. De apocados, se vuelven intrépidos. De tristes se vuelven alegres y entusiastas. De miedosos y cobardes, se vuelven valientes y audaces. De paralizados, se vuelven dinámicos y se lanzan por todo el mundo a predicar el Evangelio. De turbados, se vuelven inundados de paz y todo es obra del Espíritu Santo. No es una alegría ficticia, ni fingida, ni artificial, sino genuina, fresca y profunda. Es la luz que irradia por fuera el fuego encendido en el corazón. No es una alegría frívola, pasajera y efímera que viene de la comida, del alcohol o del antojo cumplido. No es fuego de artificio, ni efecto especial. Es la alegría de la paz profunda, de la conciencia, de la experiencia, del amor de Dios, de la confianza plena en el poder providente de Dios Padre que no abandona a sus hijos, es la alegría del corazón contento por agradar a Dios en el cumplimiento de sus mandamientos.
2. Como el Padre me envió, así los envío yo.
Para cumplir la misión, los apóstoles reciben el soplo del Espíritu Santo. Solo con la fuerza del Espíritu Santo, serán capaces de llevar adelante la misión que el Señor les confía. Sin la ayuda del Espíritu Santo, no podrán continuar la obra que él ha empezado. Sin el Espíritu Santo no podemos ni siquiera decir que Jesús es el Señor. No podemos ser buenos discípulos y menos buenos misioneros. El Espíritu Santo se representa como una paloma para representar que es un don del cielo, un don de lo alto. El Espíritu Santo nos capacita para lograr una conexión con Dios que por nuestra propia naturaleza humana no somos capaces de lograr. El Espíritu Santo es como el fuego, como las llamas que se posaron sobre la cabeza de los apóstoles el día de Pentecostés, el fuego puede tomar la forma de luz que ilumina nuestro camino y nuestra tiniebla, el fuego es calor que calienta en medio de los fríos y las heladas, es fuego que puede calentar un corazón frío, duro y alejado de Dios. El Espíritu Santo es fuego, que puede quemar todo lo malo que hay en nosotros, para dejar espacio a la gracia de Dios. El Espíritu Santo es luz que ilumina nuestra mente para reconocer la verdad y distinguir el bien del mal. El Espíritu Santo es aliento, por eso Jesús sopla sobre ellos para que reciban el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es como el oxígeno que entra en la sangre para purificarla y darle vida y llegar a todos los órganos del cuerpo para darles fuerza y vigor. El Espíritu Santo nos puede hacer instrumentos poderosos para ayudar a la gente que está a nuestro alrededor. El Espíritu Santo no tiene un Evangelio propio, él nos recuerda y nos enseña el Evangelio de Jesús. Él nos recuerda todo lo que Jesucristo quiere que seamos y hagamos. El Espíritu Santo es como el agua que riega, nutre y da crecimiento, pero también destruye, lava y purifica. En la Iglesia y en nuestra vida el Espíritu Santo actúa
1poderosamente dando vida, pero también eliminando todo aquello que estorba. El Espíritu Santo es llamado también el alma de la Iglesia. El alma da vida y continuidad al cuerpo de la Iglesia, en medio de los cambios de los tiempos y de las circunstancias. Muchos aspectos externos de la Iglesia han cambiado y seguirán cambiando, pero el alma le da la continuidad y la autenticidad a la Iglesia que Jesús fundó. Cuando experimentamos al Espíritu Santo como paloma, como fuego o como agua, siempre nos guía en el camino de la voluntad de Dios. Los aliados nos pueden abandonar, los escándalos nos pueden traicionar, pero el Espíritu Santo siempre permanece con nosotros como vínculo con Cristo y con su Iglesia. Es tan cercano a nosotros como el latido de nuestro corazón.
3. “Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor”.
Ilumina nuestra mente para conocer tu santísima voluntad, fortalece nuestra voluntad para perseverar en el cumplimiento de nuestra misión y enciende nuestro corazón para compartir la luz de tu verdad con nuestros hermanos que caminan en las tinieblas del error, de la tristeza, de la zozobra, del pecado y de la muerte. Amén
+ MONS. PEDRO PABLO ELIZONDO CÁRDENAS, LC OBISPO DE CANCÚN-CHETUMAL