Por: P.Héctor Galván L.C.
El Evangelio de Lucas, que indagó en detalle la vida de Jesús de Nazareth, nos presenta a Jesús en dos situaciones completamente contrarias: Jesús, tras recibir el bautismo de Juan en el Jordán, es la síntesis más elevada de la santidad espiritual y es el mismo Espíritu el que le conduce al desierto a orar, a prepararse al inicio de su misión salvadora. Casi podríamos comparar esta página evangélica a un ring de boxeo. De frente tenemos al Bien y al Mal. Tras el toque de la campana Jesús se sumerge en una oración intensa de 40 días.
Debemos admirar la identificación del alma humana de Jesús, con la voluntad de su Padre celestial, clara invitación a imitarla en nuestro sincero deseo de santidad. Pero el enfrentamiento entre Jesús y del Demonio es inevitable. Son tres asaltos a la persona de Jesucristo.
La tentación a usar su poder divino a una necesidad vital y urgente de salud personal. Jesús experimenta el aguijón del hambre. Es la propuesta de desviar su poder divino en una dirección meramente egoísta. Satanás olvidó que Jesús había escogido la pobreza, el trabajo manual, la semejanza con todos los hombres. “No solo de pan vive el hombre”.
En la segunda tentación, Satanás actúa como logró engañar a Eva. La mentira, la engañosa bondad que yo te daría a ti, la propuesta en que muchos caerían luego, el ateísmo; No existe Dios sino lo que yo aprieto en mi mano y disfruto. Cristo nos recuerda el primer mandato dado a Moisés: Adorarás al Señor tu Dios y a Él solo servirás”. Aquí recordamos el grito de guerrero de San Miguel Arcángel, “Quién como Dios”.
La tercera tentación de la vanidad y del aplauso y poder sobre los demás. Satanás lo trasportó al pináculo del templo. Abajo la multitud de gentes, en su mente la urgencia de manifestar su origen divino de modo fácil. Es la última tentación, la de la vencida. Cristo con gran señorío lo repele con la segura victoria a toda tentación: “No tentarás al Señor, tu Dios”. Satanás queda contra la lona del ring. En estas tres tentaciones a Jesús tenemos el ejemplo para que como seguidores de Jesús siempre oremos, nos fortalezcamos con la sabiduría de la Sagrada Escritura y sepamos que nuestro camino es sabernos con la ayuda del Espíritu Santo y la diaria victoria a todo mal.