Konaté Hernández
Nada tan grandioso, sublime, hermoso, como postrarse de rodillas en la contemplación a Jesús en la Eucaristía, abstraídos por el éxtasis de su amor misericordioso.
Un remanso para encontrar la paz que Cristo nos da, en el Sagrario, entablar diálogo con Él; si no hay palabras, solo basta contemplar, observar y esperar, para ver cómo cambia la perspectiva de visualizar el entorno que nos rodea y el mundo.
En la majestuosidad de su creación, Dios se manifiesta en la pequeñez y en la débil condición humana, nada hay que se pueda desear, que la protección de quien nos creó a su imagen como a su semejanza, sin que nada falte al hombre, ni el mínimo.
¡Somos tan frágiles, débiles que Dios se enternece de nuestra pequeñez!