Por Silvia Del Valle
Un tema al que le tenemos miedo los papás es el de los berrinches.
No es exclusivo de una edad en especial… tampoco ocurre sólo en casa y es un tema que nos causa mucha pena si sucede en lugares públicos, por eso aquí les dejo 5Tips para afrontar esta situación.
PRIMERO: Más vale prevenir
Si observamos a nuestros hijos, nos daremos cuenta en qué momento y bajo qué circunstancias se puede presentar un berrinche.
Comúnmente nuestros hijos se ponen más berrinchudos cuando están muy cansados, cuando están enfermos, o cuando el ambiente (en la escuela y en la casa) está muy tenso.
Una regla general para entender y combatir el berrinche es ponerse en el lugar de nuestros hijos, tratar de sentir y pensar como ellos y entonces platicar invitándolos con cariño a modificar su actitud.
¡Sólo hay que tener cuidado de que no nos tomen la medida!
SEGUNDO: Escucha y comprende.
Lo que nuestros hijos quieren decirnos es importante para ellos, por eso debemos escucharlos seriamente y confirmar que entendemos su punto de vista y sus razones.
Debemos asegurarnos que ellos comprenden también las nuestras y si es necesario, debemos darles una pequeña explicación incluyendo en ella sus argumentos.
Por ejemplo: “Entiendo que quieras ese carrito, pero no es el momento de jugar, porque tienes que ir a la escuela” o “entiendo que estés enojado porque tu hermano te pegó, pero si tú haces berrinche no vas a arreglar nada…”.
Expresiones como: “¡ya cállate y deja de decir tonterías!” o “¡que bobadas estas diciendo!” dificultan la solución.
TERCERO: Ayúdales a reconocer lo que sienten.
Nuestros hijos hacen berrinche porque no saben que es lo que sienten.
Con mis hijos pequeños procuro pedirles que lo dibujen y con los más grandes les pido que lo platiquemos, así les ayudo a definir lo que sienten y ponerles nombre a sus sentimientos, algo que nos ayuda es hacer una lista de ellos.
En ocasiones la adrenalina que juntan con el berrinche no la pueden sacar y por eso hacen un berrinche mayor, así que procuro hacerles cosquillas y bromear un poco con ellos o simplemente abrazarlos y dejarlos llorar sin pataletas y después los llevo al patio para hacer ejercicio, les pongo una película o nos ponemos a hacer galletas para cambiar de actividad y que olviden el incidente.
Por supuesto que cuando hay un berrinche, no les doy lo que me piden, aunque pueda hacerlo, ya que nuestros hijos deben entender que con un berrinche no se consiguen las cosas.
CUARTO: Ponles nombre a los sentimientos.
Debemos estar conscientes que nuestros hijos no saben lo que sienten así que es bueno que nosotros les ayudemos nombrándolos.
Con mis hijos lo que hago es que primero espero a que se calmen un poco y después los abrazo y les ayudo a que reconozcan lo que sienten. Les pregunto si están enojados o si están tristes y además les explico por qué se sienten así. Lo anotamos o dibujamos así nuestros hijos aprenden y después, en lugar de berrinche, me dicen cómo se sienten.
Un momento de apapacho sana las heridas de su corazón.
Si a nuestros hijos ya no les gustan los abrazos entonces podemos llevarlos a un lugar aparte, sentarnos frente a ellos y juntos, ponerles nombre a sus sentimientos.
Y QUINTO: Ten calma y si es necesario, pide perdón.
Cuando nuestros hijos se ponen a hacer berrinche y no nos hacen caso, nos sentimos enojados y agobiados y podríamos decir y hacer cosas de las que después nos arrepintamos, así que debemos mantener el control y la calma.
¿Qué podemos hacer?
Contar hasta 10 lentamente porque después de 20 segundos el enojo se puede convertir en ira y entonces podemos reaccionar violentamente con nuestros hijos.
Respirar hondo para activar la conciencia y que esta nos ayude a controlar nuestros sentimientos porque alterados nosotros y alterados los niños, no llegamos a ningún lado.
Una vez tranquilos, si pedimos perdón y explicamos que papá o mamá se pueden sentir enojados o frustrados no perdemos nuestra autoridad, al contrario, con nuestro ejemplo nuestros hijos se darán cuenta de que si se puede tener control de sí mismos.
No tengamos miedo de poner límites claros de hasta donde pueden expresar su enojo, aunque estén pequeños; si les explicamos, ellos nos entienden.