Konaté Hernández
Cancún, Quintana Roo. – Que la navidad sea un tiempo de cambio de todo aquello que Dios quiera cambiar en la vida personal, familiar, en un ambiente sano con los hijos, esposa, es el mensaje de Monseñor Pedro Pablo Elizondo Cárdenas, este II Domingo de Adviento, en la Catedral de Cancún.
Los que quieren cambiar, abren su corazón, están dispuestos a la venida del Señor; gustosos, alegres, felices caminan hacia el encuentro con el Señor, precisó.
Destacó que Jesús traerá un cambio, dará paz, tranquilidad, alegría, amor, felicidad en el corazón, en un ambiente familiar donde reinará la unidad, armonía que anhela la venida del Señor, para hacer fecundo el hogar, la vida en comunidad, solo tener el tiempo para buscar al Señor que viene en Navidad para ayudarnos salir adelante.
Es preciso ir al silencio del desierto, donde está la soledad y se escucha con claridad la voz de Dios, donde es fácil encontrarse consigo mismo; debido a que es necesario encontrar las condiciones del silencio, soledad, contemplación, oración, austeridad, en el ambiente y escenario adecuado para escuchar su Palabra.
Ir al desierto interior, analizarse, para ver si Dios tiene cabida o si en tu interior hay otras cosas que ocupan el su espacio, porque si estas lleno de preocupaciones, de cosas materiales, como el dinero, la comida, la bebida, lo material, si hay mucho ruido, si no hay silencio sino mucha música, banalidades, imágenes que saturan el interior, será difícil. Analizarse a sí mismo, en el silencio se puede encontrar al Señor, darse cuenta de lo que está lleno el interior, de los anhelos, preocupaciones. Analizarse y observar si no se vive estresado, acelerado, por el vértigo de la velocidad de las actividades.
Preparar el camino del Señor, es aceptar que se es frágil, débil y necesitado de recibir ayuda, para resolver las angustias preocupaciones que te afectan, dañan y que están más allá de resolver con las propias posibilidades por ser insuficiente, frágil, pecador, que cae en tentación, cometer errores, por lo que se debe aceptar la fragilidad humana para comenzar a preparar el camino.
Se debe desear cambiar lo que no está bien en la vida, “preparar el camino, hacer recto el sendero, y todo valle será rellenado, toda montaña y colina rebajada, lo tortuoso será derecho, los caminos ásperos serán allanados y los hombres verán la salvación de Dios”, como cuando Juan el Bautista predicó la penitencia, como un cambio de conversión, perdón, en la vida, abrirse a esa ayuda, requiere el auxilio del Señor para lograr el cambio, no es desear, anhelar, buscar, sino esperar a Jesús que cambiará, enderezará y sanará tu corazón.
En el año XV del reinado de Cesar Tiberio, con Poncio Pilatos procurador de Judea, Herodes, tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de las regiones de Iturea y Traconítide y Lisanias, tetrarca de Abilene; bajo el pontificado de los sumos sacerdotes Anás y Caifás, en ese momento, vino la palabra de Dios al desierto sobre Juan, hijo de Zacarías. Tiempo reinados, con autoridades civiles y religiosas, aparece el precursor y aparece la Palabra con autoridades demasiado seguras de sí mismos, al sentirse poderosos que controlaban al pueblo y no necesitaban ni un precursor ni un mesías, que no querían cambiar nada de su estatuto, de su reinado, de su autoridad, de sus tradiciones, de sus poderes y comodidades de vida, reinaban seguros de sí.
Un tiempo que tal vez el mesías era perfectamente innecesario e inútil, como dice San Juan: “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron, porque sus obras eran malas”. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz le dijo Jesús a Pilato. “La luz vino a las tinieblas y las tinieblas no la recibieron, pero tampoco pudieron apagar esa luz”. La luz de Jesús requiere ciertas condiciones para poder llegar a los corazones, concluyó Monseñor Pedro Pablo Elizondo Cárdenas.