Carlos Padilla Esteban – publicado el 27/12/20
Me gusta mirar a la mula esta Navidad. Le pido a Dios algo de su humildad para no sentirme más de lo que soy. La humildad y la verdad van de la mano.
Quiero detenerme ante la mula, ante ese burrito que lleva a María a Belén. Me encanta contemplar a este personaje del Adviento. La tradición lo coloca a los pies de José y María junto al buey, después de un largo viaje hasta Belén. Me encanta mirar al burrito y pensar que en mi vida quiero tener su misma actitud. Esa docilidad para cargar con María.
Una canción dice:
«Tengo que andar con cuidado piensa la mula, pues llevo sobre mí a María y al Niño. Aun no sé cómo es, más pronto nacerá, tengo que darme prisa y encontrar un lugar. Que suerte tengo, piensa la mula, voy a correr, conozco un sitio donde quizás pueda nacer. Corred pastores, id preparando aquel lugar, pedid ayuda, dentro de nada van a llegar».
Dócil como la mula
¡Qué suerte tiene la mula! ¡Qué suerte tengo yo que puedo llevar a Jesús y a María en mi propia vida y hacerlos presentes en todo lo que hago! Puedo ser dócil a sus deseos e inclinarme ante ellos. Con paciencia de mula, con terquedad a veces, con alegría. Dispuesto a llevar a José y a María a donde ellos quieran.
¡Qué difícil resulta ser paciente y dócil! ¡Qué complicado hacer siempre lo que Dios quiere y no dejarme llevar por mis propios deseos! ¿Y mi impulsividad? ¿Y mi tendencia a hacer lo que yo quiero, lo que deseo? ¿Y mi inclinación a no cargar con nada que no sea mío? No es tan sencillo.
La humildad de la mula
El corazón se resiste, el mío al menos. Y se resiste a dejarse conducir por caminos extraños en medio de la noche. Cuando el frío es fuerte y los vientos son contrarios. Me gusta la humildad de la mula. No la admiran a ella, cuando la ven pasar con María sobre su lomo. No piensan en su valor, en su fortaleza, en su grandeza, en su belleza.
La mula, siempre a un lado, está siempre presente. Ausente en pensamientos, pero allí fiel, sin moverse. ¡Qué lejos estoy yo de ser tan dócil, tan bueno, tan fiel, tan humilde!
Esta Navidad le pido paciencia
La paciencia es un don que le pido al Niño esta Navidad. Para aceptar la realidad como es y no como a mí me gustaría que fuera. Sin tomarme tan en serio mis deseos. Sin dejarme arrastrar por mis emociones. La rabia surge como un estallido cuando no acepto con paz las contrariedades y los tropiezos.
Las lágrimas ensombrecen mi sonrisa. La tristeza apaga todo deseo de entregar la vida. La envidia no me deja ser feliz con lo que Dios me regala.
Si tuviera un poco más de mula en esta Navidad no me sentiría el protagonista de la fiesta ni viviría exigiéndole a los demás el amor que me hace falta para llenar el vacío del alma.
Ser su burrito
Con docilidad me postro a los pies de María. Quiero llevarla donde Ella me pida. Soy su burrito, su mula. Allí donde Ella quiera. ¿Por qué me da tanto miedo si Ella no se baja, ni me deja solo? ¿No deseo escuchar muy hondo en mi corazón que Dios no me va a dejar nunca haga lo que haga?
Me lo quiero grabar para no olvidarlo. ¿No se lo he dicho yo a alguien alguna vez? Hay personas a las que quiero querer de esa manera, con un amor incondicional, con un amor eterno que me viene de lo alto. Sé que Dios puede hacerlo porque yo siempre le pongo condiciones a todo.
Llevar a María
La mula se postra humilde ante el Señor y asiente a sus deseos. Y Dios me susurra al oído que nunca voy a caminar solo por los caminos. Esa certeza me sostiene y el alma recobra su alegría natural. Y la tristeza deja paso a la nostalgia de infinito, que es algo bien diferente. Porque esa nostalgia no me embrutece, ni me bloquea. Más bien es una leve capa de sentimiento verdadero que se adentra dentro de mis huesos, anida en lo más hondo de mi corazón y me hace ver que Dios quiere hacer conmigo milagros.
Me gusta mirar a la mula esta Navidad. Le pido a Dios algo de su humildad para no sentirme más de lo que soy. La humildad y la verdad van de la mano. Cuando me siento en mi lugar y sé lo que valgo ya no me comparo con nadie ni pretendo ser quien no soy. Soy sólo una mula, un burrito que carga a la más importante, a María. Ella es la que cuenta, lo demás poco importa.
Ser silencioso y decidido
Leía el otro día:
«Hombres, silenciosos, solitarios y decididos, sabrán cifrar su contento en perseverar en una actividad invisible; hombres que, en virtud de una inclinación interior, buscan en las cosas lo que hay que superar en ellas; hombres para quienes la alegría, la paciencia, la sencillez, el desprecio de las grandes vanidades les son tan propios como la generosidad en la victoria».
Yo quiero ser uno de esos hombres solitarios, silenciosos y decididos. Capaz de entregar la vida en la misión que Dios ponga en mis manos.
Con paciencia descifrar los signos en los que Dios me habla. Soportar las contrariedades con paz y alegría. Y aprender a levantarme después de cada caída. Como esa mula que corre dispuesta a llegar a la meta. Nada que temer, nada que perder.
Una paciencia santa, no otra paciencia que el mismo Papa Francisco me desaconseja:
«Tener paciencia no es dejar que nos maltraten continuamente, o tolerar agresiones físicas, o permitir que nos traten como objetos».
Quiero un corazón paciente para enfrentar la vida. Pero no me dejo maltratar. No dejo que me priven de mi dignidad. Esa paciencia santa es la de los santos, es la de la mula que se convierte en hogar para Jesús. Así quiero vivir en esta Navidad, dando calor a Jesús en mi vida.