El origen del vínculo del Papa con la Salus Populi Romani y su capacidad de empatizar con los más sufrientes en el testimonio de su prima, hija de María Auxiliadora y misionera en Tailandia
Elena Dini – Ciudad del Vaticano
Sor Ana Rosa Sívori es hija de María Auxiliadora, misionera en Tailandia desde hace sesenta años. El 26 de abril estuvo entre las 250.000 personas que acudieron a la Plaza de San Pedro para dar el último adiós al Papa Francisco, su primo. «Mi madre y su padre eran primos, así que somos primos segundos. Nuestras familias siempre han estado muy unidas. Mi padre le tenía un cariño especial y siempre decía que llegaría a ser Papa», cuenta sor Ana Rosa remontándose a los tiempos en los que aún vivía en Buenos Aires. Aprovecho para preguntarle si sabe de dónde viene la devoción del Papa Francisco al icono de María Salus Populi Romani, que hemos visto tan central en su fe en los últimos años. Cuenta que la devoción mariana ya era un rasgo claramente arraigado en la vida del joven Jorge Mario Bergoglio.
La devoción mariana de Francisco
«La devoción mariana viene de familia. El padre era emigrante y había salido de Italia. La abuela Rosa se había quedado en casa con ellos y fue ella quien nos metió en el corazón a los nietos el amor y la devoción a la Virgen. Él, mis dos hermanos y yo fuimos bautizados en la basílica de Santa María Auxiliadora. Y allí acudía todos los 24 de cada mes: subía los escalones que conducen a la estatua de María Auxiliadora, se sentaba allí y rezaba a solas». Durante un año -continúa sor Ana Rosa-, Jorge Mario se fue a vivir con los salesianos cuando su madre estaba enferma. Le pedía cualquier cosa a la Virgen y le decía a la gente que rezara a María, porque María actuaría y ayudaría. Llevaba a la Virgen en el corazón». Hasta su último viaje a Santa María la Mayor, que tantas veces le acogió.
Siempre cercano a todos
La capacidad relacional de Francisco no ha pasado ciertamente desapercibida en estos años de pontificado: una habilidad poco común para tener a la gente en mente y en el corazón y para hacerse presente. «No tenía mal genio como los jóvenes de hoy. Siempre trató de ayudar al prójimo, fuera quien fuera. Siempre estaba cerca de los que sufrían y empatizaba con los pobres, los que sufrían, los enfermos. Quería acercarse a todos, a todos», recuerda la monja hablando de los años anteriores al pontificado.
El viaje apostólico a Tailandia
En noviembre de 2019, el Papa Francisco realizó un viaje apostólico a Tailandia. En aquella ocasión pidió al nuncio apostólico tener a su lado a su prima: «No sé por qué quería que estuviera cerca de él. Quizá siendo una nación lejana, budista, con otra lengua, le reconfortaba tenerme cerca». En Tailandia, un país de mayoría budista con una pequeña comunidad católica de unas 400.000 personas, lo que equivale al 0,5% de la población, las Hijas de María Auxiliadora, congregación a la que pertenece sor Ana Rosa Sívori, dirigen seis escuelas. La más pequeña tiene 1.500 alumnos, la más grande más de 3.000. «Los padres -explica la misionera- quieren dar a sus hijas una buena educación y por eso eligen escuelas católicas aunque sean budistas». Remontándose en la memoria a los días del viaje apostólico, sor Ana Rosa recuerda la sencillez de Francisco: «Con todos se comportaba de la misma manera: budistas, católicos, jóvenes, autoridades. Hablaba de unidad, de fraternidad, de católicos y budistas trabajando juntos, y esto era muy apreciado por la gente del lugar, que aún le recuerda. Cuando se supo de su muerte, celebraron una gran ceremonia en Tailandia para conmemorarlo».
Un vínculo de afecto mutuo
La comunicación entre el Papa y su prima continuó de forma constante: «Cada vez que le escribía, me contestaba y a menudo me enviaba paquetes de libros en inglés para sacerdotes y religiosos. Una vez, cuando estaba enfermo, me llamó. Solíamos hablar cada vez que volvía a Argentina: desde Tailandia siempre elegía un vuelo que pasaba por Roma y me detenía aquí en el viaje de ida y vuelta. En esos encuentros siempre me preguntaba cómo iban las cosas en Tailandia, la relación entre nosotros, católicos y budistas, y la situación de nuestras escuelas».
Hará aún más desde el cielo
La noticia de la muerte del Papa Francisco llegó a Sor Ana Rosa en la tarde del lunes 21 de abril y fue un shock para ella: lo había visto mejorar en la mañana de Pascua y no esperaba, como todo el mundo, su muerte al día siguiente. Llegada a Roma el 23 de abril por la tarde, pasó con él todo el día 25: «Desde las 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde, estuve sentada a su lado, rezando, hablando, llorando. Sé que me escuchaba; hablaba como si aún estuviera allí. Le pregunto a Sor Ana Rosa cuál es el legado que le dejó su primo: «Estar con todos los necesitados, vivir la fraternidad, llegar al corazón de todos, sean de la religión que sean. Esto es lo que él quería, esto es lo que hizo y esto es lo que ahora nos pide». Y concluye: «Creo que hará mucho más desde el cielo de lo que pudo hacer en la tierra».