Antonio Moreno 13.04.2016 Barcelona Cataluña. El arzobispo Juan Jose Omella en el arzobispado de Barcelona, en rueda de prensa por fraude en una hermandad religiosa.Foto:Antonio moreno

Se acercaba el día del aniversario de la boda, pero ¿qué podrían regalarse? ¿con qué dinero?

Cuenta Rabindranath Tagore (Cuentos con salud Edit. Sal Terrae, pág. 52-53) la historia de un matrimonio pobre.

Ella hilaba a la puerta de su choza pensando en su marido. Todo el que pasaba se quedaba prendado de la belleza de sus largos y negros cabellos, como hebras brillantes salidas de su rueca.

Él iba cada día al mercado a vender algunas frutas y se sentaba a la sombra de un árbol sujetando entre los dientes una pipa vacía. No le llegaba el dinero para comprar un pellizco de tabaco.

Un regalo de aniversario

Se acercaba el día del aniversario de la boda y ella no cesaba de preguntarse qué podría regalar a su marido. Y, además, ¿con qué dinero?

De pronto se le ocurrió una idea. Sintió un escalofrío al pensarlo, pero, al decidirse a hacerlo, todo su cuerpo se estremeció de gozo: vendería su pelo para comprarle tabaco.

Ya imaginaba a su marido en la plaza, sentado ante sus frutas, dando largas bocanadas a su pipa: aromas de incienso y de jazmín darían al dueño de la parada la solemnidad y el prestigio de un verdadero comerciante.

Solo obtuvo por su hermoso cabello unas cuantas monedas, pero pudo elegir con cuidado el más fino estuche de tabaco. El perfume de las hojas arrugadas compensaba largamente el sacrificio de su pelo.

Al caer la tarde, regresó su marido. Venía cantando por el camino. Traía en su mano un pequeño envoltorio: unos peines para su mujer que acaba de comprar tras vender su pipa.

El verdadero amor

Como relata este cuento, el verdadero amor se apoya y crece gracias a las renuncias, a los sacrificios hechos por el otro, por la persona a la que amamos.

Eso se entiende fácilmente. Lo entienden bien los esposos que se aman de verdad y los padres que saben sacrificarse, privarse de tantas y tantas cosas por los hijos.

Eso es lo que nos enseñó Jesús, el Hijo de Dios.

«El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la salvará…» (Mt 16, 24-25).

Y dice también:

«El que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí» (Mt 10,37-38)

El sacrificio lleva a la felicidad

El sacrificio y la renuncia no es algo malo, no es masoquismo, como algunos dicen, es fruto de un amor generoso.

Y cuando se renuncia por amor a Dios y a los hermanos eso produce una paz y una felicidad indescriptibles.

Y lo entiende quien ama de verdad y ha renunciado muchas veces por amor. El egoísta, el que está centrado sobre sí mismo y no busca más que su propio gusto y placer, no entiende esto ni llega a disfrutar en profundidad de la vida.

Cristo, el Hijo de Dios, nos dio un ejemplo precioso de esa renuncia por amor. Él dio su vida por salvarnos. «» Él siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza» (2 Co 8,9).

Que no dejemos de acercarnos al Crucificado y contemplándolo con amor aprendamos el valor del sacrificio y de la renuncia por amor.

Por Juan José Omella, arzobispo de Barcelona

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