Este domingo, 13 de junio, en su alocución antes de rezar a la Madre de Dios, el Santo Padre invitó a los fieles a cultivar la confianza de estar en las manos de Dios y, al mismo tiempo, a esforzarnos todos por reconstruir y recomenzar, con paciencia y constancia, para así salir bien de la pandemia.
Renato Martínez – Ciudad del Vaticano
“Que María Santísima, la humilde sierva del Señor, nos enseñe a ver la grandeza de Dios que obra en las cosas pequeñas, y a vencer la tentación del desánimo fiándonos de Él cada día”, lo dijo el Papa Francisco en su alocución antes de rezar la oración mariana del Ángelus, de este XI Domingo del Tiempo Ordinario.
Buscar y hallar a Dios en todas las cosas
El Santo Padre señaló que, el Evangelio de este domingo, 13 de junio, en el que retomamos el tiempo litúrgico “Ordinario”, nos presenta dos parábolas que se inspiran precisamente en la vida ordinaria, y revelan la mirada atenta y profunda de Jesús, que observa la realidad y, mediante pequeñas imágenes cotidianas, abre ventanas hacia el misterio de Dios y la historia humana. “Así, nos enseña que incluso las cosas de cada día – precisó el Pontífice – esas que a veces parecen todas iguales y que llevamos adelante con distracción o cansancio, están habitadas por la presencia escondida de Dios”. Por tanto, necesitamos ojos atentos para saber “buscar y hallar a Dios en todas las cosas”, como le gustaba decir a San Ignacio de Loyola.
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El bien crece de modo humilde, a menudo invisible
Con estas parábolas, afirmó el Papa Francisco, Jesús compara el Reino de Dios, su presencia que habita el corazón de las cosas y del mundo, con el grano de mostaza, la semilla más pequeña que hay. “A veces, el fragor del mundo y las muchas actividades que llenan nuestras jornadas nos impiden detenernos y vislumbrar en qué modo el Señor conduce la historia. Y, sin embargo – asegura el Evangelio – Dios está obrando, como una pequeña semilla buena que silenciosa y lentamente germina. Y, poco a poco, se convierte en un árbol frondoso que da vida y reparo a todos”. También la semilla de nuestras buenas obras puede parecer poca cosa; mas todo lo que es bueno pertenece a Dios y, por tanto, humilde y lentamente, da fruto. El bien – recordémoslo – crece siempre de modo humilde, escondido, a menudo invisible.
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Dios actúa siempre en el terreno de nuestra vida
Con esta parábola, ratificó el Pontífice, Jesús quiere infundirnos confianza. De hecho, en muchas situaciones de la vida puede suceder que nos desanimemos al ver la debilidad del bien respecto a la fuerza aparente del mal. “Y podemos dejar que el desánimo nos paralice cuando constatamos que nos hemos esforzado, pero no hemos obtenido resultados y parece que las cosas nunca cambian”. El Evangelio – señaló el Papa – nos pide una mirada nueva sobre nosotros mismos y sobre la realidad; pide que tengamos ojos grandes que saben ver más allá, especialmente más allá de las apariencias, para descubrir la presencia de Dios que, como amor humilde, está siempre operando en el terreno de nuestra vida y en el de la historia.
“Y esta es nuestra confianza, es esto lo que nos da fuerzas para seguir adelante cada día con paciencia, sembrando el bien que dará fruto. ¡Qué importante es esta actitud para salir bien de la pandemia! Cultivar la confianza de estar en las manos de Dios y, al mismo tiempo, esforzarnos todos por reconstruir y recomenzar, con paciencia y constancia”
Con Dios siempre hay esperanza de nuevos brotes
Finalmente, el Papa Francisco explicó la segunda parábola que nos presenta el Evangelio de hoy y dijo que, también en la Iglesia puede arraigar la cizaña del desánimo, sobre todo cuando asistimos a la crisis de la fe y al fracaso de varios proyectos e iniciativas. Pero no olvidemos nunca – afirmó el Papa – que los resultados de la siembra no dependen de nuestras capacidades: dependen de la acción de Dios. A nosotros nos toca sembrar con amor, esfuerzo, paciencia. Pero la fuerza de la semilla es divina. Con Dios siempre hay esperanza de nuevos brotes, incluso en los terrenos más áridos.