18 de Septiembre
Sophia, en griego, quiere decir sabiduría. Y sin embargo, de la Santa que lleva este nombre y que la Iglesia recuerda el 18 de septiembre, se sabe muy poco. El Menologio de la liturgia griega – o sea el volumen que recopila los himnos y las oraciones dedicados a cada Santo para cada día del año – conmemora a Santa Sofía junto a Santa Irene, mártires en Chipre, y alude a su decapitación.
¿En qué siglo vivió?
Diversas tradiciones se entrelazan también sobre la época en que vivió Sofía: para algunas, la Santa se contaría entre los primeros cristianos, mientras para otras su vida se desarrolló en época bizantina. Lo cierto es que fue el Cardenal Cesare Baronio, en el siglo XVI, quien incluyó a Sofía y a Irene en su obra Martyrologium romanum, estableciendo su memoria litúrgica el 18 de septiembre.
Otra Sofía
Con frecuencia la historia de Sofía, mártir en Chipre, se entrelaza con la mucho más legendaria de Sofía mártir en Roma durante el impero de Trajano (I-II sec. d.C.), y a la que se conmemora el 30 de septiembre. Griega de origen, y por lo tanto venerada también en Oriente, Sofía, esposa de Filandro, habría tenido tres hijas: Vera, Nadezda y Liubov. Curiosamente, en el curso de los siglos, las tres jóvenes han sido asociadas a las tres virtudes teologales, de fe, esperanza y caridad, quizá también gracias a la referencia sapiencial del nombre materno.
El suplicio
Una vez viuda, Sofía habría dedicado su vida a la ayuda y a la asistencia de los prisioneros cristianos. Pero podría haber sido precisamente esta actividad caritativa la que habría suscitado la ira del emperador. Trajano la convoca – narran las leyendas – y le pide que renuncie a la fe cristiana. Pero Sofía se niega y, por punición, es sometida al suplicio del flagelo. Sin embargo se cuenta que otro suplicio atroz le espera: asistir a las torturas a las que someten a sus tres hijas, que padecen el látigo, la espada y el fuego. No obstante los sufrimientos, las jóvenes no abjuraron y a los verdugos sólo les queda decapitarlas. Sofía recoge sus cuerpos lacerados y les da digna sepultura en una colina, fuera de la ciudad. Tres días después, exhausta por el dolor, la mujer se abate sobre la tumba de sus hijas y muere.
La traslación de sus despojos
La veneración de las cuatro mujeres aumenta durante los años hasta que, en el siglo VIII, el Papa Pablo I habría ordenado la traslación de los despojos de las mártires de Vía Aurelia a la Iglesia de San Silvestre en Campo Marcio.
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