MISA CRISMAL

Abr 1, 2021

Fuente: Lucia Para (Aleluya)

La Misa Crismal es una celebración especial, única en el año litúrgico. Tiene muchas particularidades. Tradicionalmente celebrada el Jueves Santo, es una ceremonia que debe presidir el obispo de la diócesis, en la que debe participar el mayor número de sacerdotes del presbiterio diocesano y en la que se consagra el Santo Crisma y se bendicen los Santos Óleos.

La conveniencia de celebrarla el Jueves Santo

Tradicionalmente, cada diócesis celebraba su Misa Crismal durante la mañana del Jueves Santo. Pero en la actualidad, por razones de conveniencia pastoral, puede ubicarse en cualquier día de la Semana Santa previo al Jueves Santo, a decisión del obispo diocesano.

La razón de celebrar esta ceremonia en Jueves Santo está motivada por la necesidad de tener a disposición el Santo Crisma y los otros aceites de cara a los bautizos y confirmaciones que se vayan a celebrar durante la Vigilia Pascual.

Hay que tener en cuenta que no está permitido celebrar misa desde la tarde del Jueves Santo, en la que se celebra la Misa de la Cena del Señor (que tiene su propia liturgia), hasta la noche del sábado de Gloria, cuando se celebra la Vigilia Pascual. Esto hace que la mañana del Jueves Santo sea el momento más propicio para la celebración de la Misa Crismal.

Sin embargo, las características especiales de la Misa Crismal pueden obligar a que se celebre en otro momento de la Semana Santa. Principalmente, para facilitar que acuda el mayor número posible de sacerdotes de la diócesis.

La Misa Crismal, fuente de unidad sacerdotal

La Misa Crismal es una celebración que debe presidir el obispo titular de la diócesis. La consagración del Santo Crisma y la bendición de los otros dos aceites se considera una de las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del obispo. Además, es importante que en ella participen el mayor número posible de sacerdotes de la diócesis. Y es que uno de los ritos incluido en esta celebración a partir de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II es el de la renovación de las promesas sacerdotales.

Tras la homilía, en lugar de pronunciarse el Credo, el obispo invita a los sacerdotes presentes en la celebración a prometer solemnemente unirse más de cerca a Cristo, ser sus fieles ministros y conducir a otros a él, renovando su consagración a Cristo y dedicación a la Iglesia.

Otra manifestación del relieve que tiene este rito es que los textos de la celebración presentan un marcado carácter catequético sobre el sacerdocio. Tras esto, llega el momento de la consagración del Santo Crisma y la bendición de los Santos Óleos.

Santo Crisma y Santos Óleos no son lo mismo

El Santo Crisma proviene de la palabra latina chrisma, que significa “unción”, y este del griego χρ?σμαEl Crisma es el aceite con el cual son ungidos los nuevos bautizados, son signados los que reciben la confirmación y son ordenados los obispos y sacerdotes. Aparte de en estos sacramentos, se emplea en la dedicación de las nuevas iglesias, la consagración de los nuevos altares o la consagración de campanas.

El Santo Crisma representa la gracia del Espíritu Santo, y está compuesto por una mezcla de aceite de oliva y de perfumes, por lo que, como dice san Pablo en su Segunda Carta a los Corintios, nos ayuda a “desprender el buen olor de Cristo”. Éste destaca entre los otros dos por la brillantez que los perfumes le dan al ungüento. A diferencia de los Santos Óleos, el Santo Crisma no se bendice, sino que se consagra, por lo que lleva el sello del don del Espíritu Santo.

Por otro parte, los Santos Óleos son dos: el de los catecúmenos y el de los enfermos. Ambos se bendicen, no consagran, como el Santo Crisma. El Óleo de los Catecúmenos significa purificación y fortaleza, por eso se impone justo antes del Bautismo que es la liberación del pecado. Con este óleo santo se pronuncia un exorcismo, ya que se renuncia explícitamente al diablo de manera que el ungido, el que se prepara para entrar en el mundo de Cristo, pueda vencer la lucha contra el mal. En cambio, el Óleo de los Enfermos sirve para impartir el sacramento de la Unción de los Enfermos, que tiene la fuerza de dar sanación a aquel que está enfermo y afecto a aquél que está a punto morir, tal y como indica el apóstol Santiago en su carta.

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