Konaté Hernández/PERIÓDICO SAGRADA FAMILIA

Fue un viernes 21 de marzo de 2025, lo recuerdo muy bien, porque desde muy temprano y con el pensamiento fijo, me disponía visitar la Basílica de Nuestra Señora del Carmen en Catemaco, sin imaginar la grata sorpresa de conocer a la joven amante de las danzas folclóricas veracruzanas, del fandango, del huapango y de la jarana, una doncella de grácil silueta, la mejor experiencia de mi vida. Al fin aborde el micro que me llevaría a mi destino.

Al concluir la corta distancia que separa a estos dos municipios, emocionado, pero con paso firme, me dirigí al recinto religioso, para tomar suficientes imágenes e información para redactar la nota periodística.

Después de acompañar a nuestra Madre Santísima que observaba extasiado, me dispuse iniciar un largo recorrido por el malecón y saborear un cóctel con los famosos tegogolos, platillo rico en afrodisíacos según cuentan los lugareños. Sin dejar de disfrutar una sabrosa mojarra en tachogobi, un caldo de topotes hasta quedar bien satisfecho.

Ya en el parque, sentado en la escalinata del kiosko, pensaba en como iniciar el reportaje sobre la Basílica, su historia, en referencia a la aparición de la Virgen María en su advocación de Nuestra Señora del Carmen en1664, en una cueva en «El Tegal», a orillas de la laguna de Catemaco, tierra de ensueño.

Así estuve un buen rato, pues sentía que faltaban datos, información; hasta que una tenue luz brilló en mi interior que luego se intensificó y al fijar la mirada hacia el recinto municipal, vislumbre la oficina de la dirección de Turismo.

Mis pasos me llevaron hacia el sitio señalado, con temor abrí y empujé la puerta. Saludé, ahí estaba ella, sentada y, con una tierna y sincera sonrisa me invitó a pasar, y a sentarme. Luego de una ligera reverencia de cortesía me presenté, dándole mis generales. Le hice tantas preguntas y, ¡oh, sorpresa!, todas me las respondió con una amabilidad sin precedentes y sin titubear, segura de sí misma y con los conocimientos que pocas mujeres tienen.

Sólo un instante, unos minutos, quizá segundos, pero eso me bastó para conocer a Jaqueline Rivera García, que hoy ocupa un lugar especial en todo mi ser, mi pensamiento y mi corazón.

Una tarde magistral y una amena conversación que, con dulzura, paciencia e interés sostuvimos en tan poco tiempo, al estar frente a ella, fue como un sueño en la eternidad, mientras disfrutaba de la puesta del sol.

En Catemaco estuve hasta bien entrada la tarde, para luego retornar a mi natal San Andrés, con el libro ‘Catemaco la magia que se fue’, escrito por el cronista don Salvador Herrera García+, su tío y que tan gentilmente ella, me obsequió.

Después de un hermoso atardecer a la orilla de su mágica, mítica laguna, aborde nuevamente el micro. Iba disfrutando del ambiente, del recorrido, de su hechizado paisaje. Durante el trayecto entre estos dos poblados, pasando por Matacapan dónde antes estaba aquella bola gigante que tantas veces creí de niño, era una enorme pelota. 

Visualizar a lo lejos las grandes galeras donde procesan el tabaco, fue una hermosa sensación al sentir el fuerte aroma del puro, al fin en Sihuapan y de ahí, hasta San Andrés, y bajar del micro, caminar, pasar frente a la catedral de San José y San Andrés, luego por el parque, hasta llegar «anca Rosa o casa de Rosa, mi tía querida», con quién sostenía amenas, largas e interesantes charlas, quien descubrió en mí, que en Catemaco bebí del manantial de las aguas espirituosas del toloache.  

El sábado inicié la investigación, análisis y redacción que concluí el domingo y enviarla al medio, para su publicación el lunes 24 de marzo 2025:

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